Aquel otoño de 1989

Después de 1945 las cosas no tendrían el mismo matiz que en décadas pasadas, los imperios ya habían reculado o desaparecido en su mayoría, el nazismo y  el fascismo se encontraban en desprestigio, el comunismo de la mano de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se convertía en la gran inspiración de revoluciones en el resto del mundo, mientras el poder nuclear asomaba su impactante sombra en forma de hongo, sin duda alguna se estaba frente a la configuración de un escenario geopolítico donde soviéticos y norteamericanos tendría los papeles protagónicos.

Aquella polaridad será más evidente al momento de tomar decisiones sobre el territorio alemán, los teutones derrotados en la fragua bélica terminarían bajo el control administrativo de los vencedores. En 1949 Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y la URSS dividirían no sólo Alemania sino además su capital, Berlín terminó dividida en cuatro sectores, y finalmente emergerían dos nuevos países: la República Federal Alemana (RFA) y la República Democrática Alemana (RDA), que a pesar de su estridente rótulo democrático realmente estaría ensamblada bajo los preceptos del canon soviético y comunista. 

Hasta 1961 la disparidad económica entre las dos repúblicas había generado la migración de unos tres millones de personas que buscaban una mejor calidad en sus vidas, además de los principios de libertad y derechos personales, aquellas almas básicamente huían del comunismo. Todo ello traería como consecuencia medidas mucho más estrictas al punto de terminar construyendo un muro de casi cuatro metros de altura para impedir el flujo migratorio, por supuesto, aquella construcción es lo más icónico, pero lo cierto es que junto al muro había todo un sistema de alarmas, trampas y guardias armados con la orden de capturar (vivo o muerto) a cualquiera que intentara burlar las nuevas normativas. 

Durante veintiocho años el muro se impuso de forma inmutable, no obstante, los deseos de libertad siempre han sido más fuertes y muchos lograron superarlo incluso a costa de sus propias vidas. El Muro de Berlín y todo el aparato de represión que lo completaba significó la muestra más férrea del totalitarismo, al mismo tiempo nos hace reflexionar que mientras la carrera espacial lograba colocar cosmonautas y astronautas en el espacio, en la Tierra una porción de la sociedad era limitada por una tosca construcción que desdibujaba y contrastaba radicalmente con el aparente estado de progreso tecnológico que venía desarrollándose en el mundo. 

En el ocaso de la década de los ochenta, la policía tendría actividad muy intensa en la República Democrática Alemana, en aquel otoño se escenificaron fuertes manifestaciones que exigían al unísono ¡libertad!, la situación económica de la URSS había disminuido su habitual colaboración financiera con la RDA, generando una importante crisis que hacía tambalear el bloque comunista, las autoridades alemanas habían dispuesto la posibilidad de abrir las fronteras, sin embargo aquella posibilidad terminó siendo precipitada por las imprevistas declaraciones de Günter Schabowski, quien anunciaba erróneamente la liberación de las restricciones fronterizas, situación que agolpó multitudes cerca de los diferentes puntos del muro, la euforia llegaría al máximo nivel cuando empleando cualquier herramienta los ciudadanos empezaron a derribar el odioso símbolo de la intolerancia.  

 Hoy cuando han pasado treinta años de aquel otoño de 1989, la humanidad recuerda por un lado la imposición ideológica de regímenes totalitarios, quienes con la coacción anulan y violan los derechos humanos, mientras del otro lado de la moneda tenemos el deseo irrestricto de la paz y la libertad, por ello, más allá de la destrucción de una muralla de cemento, hoy recordamos la incansable y perenne lucha por la democracia. 

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