Demasiado pronto para tener a la gente en las calles

Tenía de una inverosímil excursión por el atormentado pasado del país cuando Alberto Fernández tropezó con un juez del interior profundo. Fabián Lorenzini, magistrado del fuero Civil y Comercial de Reconquista, echó de Vicentin a los interventores que envió el Presidente. Fue una derrota no solo del Presidente, sino también del viejo profesor de la Facultad de Derecho. Muchos constitucionalistas le habían advertido que su intervención a la empresa agroexportadora era inconstitucional. Solo en la noche del viernes el gobernador Omar Perotti corrió otra vez para salvar al Presidente. Ya lo había intentado una semana antes, pero Alberto lo confundió primero y luego insistió en el intervencionismo. El gobernador santafesino propuso ahora una intervención judicial sin expropiación. Es solo una manera de presentar mejor las cosas, porque la solución Perotti significa también el desplazamiento de los dueños de Vicentin, que fueron repuestos por el juez al frente de la empresa. Es decir, es una forma más elegante de ignorar la protección constitucional a la propiedad privada.

Una masiva protesta social, que incluyó otra vez al imprescindible sector rural y a los barrios porteños donde vive la clase media, zamarreó ayer al Presidente. No es bueno que la rebeldía lo desafíe de esa manera apenas seis meses después de haber accedido al poder. Pero él se las busca. Antes de la protesta, Alberto Fernández anticipó que seguiría con la expropiación si el juez rechazara la propuesta de Perotti. Esto es: acatará a la Justicia solo si esta le da la razón. ¿No es una copia fiel de Cristina? ¿No es lo que ella hubiera hecho y dicho?

¿Qué le pasa a Alberto Fernández que prefiere recostarse en las viejas políticas de Cristina Kirchner en lugar de ser lo que prometió ser? El Presidente de los últimos días es distinto del que una mayoría social votó en octubre pasado. Un presidente más influenciado ahora, en efecto, de lo que estaba antes por la ideología y las prácticas del cristinismo. Está licuando innecesariamente el poder que la gente común le entregó porque él no era una restauración del cristinismo (o aparentaba no serlo). Perdidas ya las buenas maneras y lejos del discurso consensual con el que conquistó la simpatía de gran parte de la sociedad, vale la pena preguntarse qué le debe Alberto Fernández a la expresidenta. ¿Acaso el cargo de presidente que tiene ahora? Sí, desde ya, pero también él le permitió a Cristina el regreso al poder. Ella tiene tantas deudas con Alberto como este con ella. Las encuestas indicaban, antes de las últimas elecciones, que la candidatura de Cristina hubiera significado la permanencia de Mauricio Macri en el poder. Cristina es pícara, pero no generosa. Ayudó a Alberto a ser presidente para ayudarse a sí misma.

Ni siquiera después de mandar a Macri a su casa con esa hábil estrategia tuvo respeto por Alberto Fernández. Hace unos dos meses circuló insistentemente la versión de que Cristina pensaba en Axel Kicillof o en su hijo Máximo para la candidatura presidencial de 2023. El rumor y esos nombres surgían como torrentes del Instituto Patria, el sancta sanctorum del cristinismo. ¿Y Alberto? ¿Acaso no tendrá en 2023 las condiciones constitucionales para aspirar a la reelección? Las tendrá. Si estaban pensando en 2023, que es como pensar en las ocasiones de la eternidad, debieron concluir en que el único candidato que tienen es precisamente Alberto, según las encuestas de ahora. Cristina cuenta con un caudal importante de votos, pero insuficientes para ser presidenta. Su hijo está peor que ella y Kicillof está peor que la madre y el hijo. Las versiones sobre Kicillof y Máximo corrieron cuando mejor le iba a Alberto en las encuestas por obra y gracia de la pandemia y de su propio estilo. A Cristina no le gustó que su delfín tomara vuelo propio. Le puso un límite. ¿Qué le debe entonces el Presidente a su mentora? Nada.

No obstante, el Presidente se desespera por agradar a Cristina. Nunca la terminará de agradar porque sencillamente ocupa un lugar que ella cree que le corresponde por derecho propio. Alberto Fernández llegó a aplaudir un tuit que emparentaba el bombardeo de Plaza de Mayo de 1955 con los principales diarios del país, y trasladaba esa circunstancia a la actualidad. Cristinismo explícito y expuesto. El Presidente retrocedió 65 años inútilmente. Ni el país, ni los diarios, ni la política, ni los periodistas, ni los militares de 1955 son los de ahora. Tampoco Alberto Fernández ni Cristina Kirchner son Perón, con perdón de los egos. ¿Cuál es el verdadero Alberto? ¿El que decía convivir con ideas distintas de las suyas o el que maltrata intelectualmente a Cristina Pérez, una mujer periodista que honró la profesión?

El caso Vicentin es emblemático del viraje político del Presidente. Cuando le dijeron que no argumentara más con la «soberanía alimentaria», porque era una idea ridícula en un país que produce alimentos para 400 millones de personas, entonces tomó la bandera de la «empresa testigo». ¿Testigo de qué? Alberto respondió que quiere que la Argentina sea proveedora de «alimentos para humanos, no para animales». Vicentin compra soja y exporta sus derivados, harina y aceite. La harina es fundamentalmente alimento para cerdos en China. La idea sería loable si antes nos olvidamos de que existe, desde que la humanidad existe, la ley de la oferta y la demanda. Los productores producen lo que el mercado demanda. También es inconstitucional dar un manotazo a una empresa privada solo porque al Presidente no le gusta lo que produce.

La noticia de que Latam se va del país es lamentable para la economía, pero fundamentalmente para la sociedad, que perderá los beneficios de la competencia. El kirchnerismo vociferó durante cuatro años la versión de que el exvicejefe de Gabinete Gustavo Lopetegui llegó a ese cargo en la administración de Macri para beneficiar a la aerolínea Lan, de la que fue su mayor ejecutivo en la Argentina. Lan, que luego se convirtió en Latam, perdió unos 260 millones de dólares en los dos últimos años de Macri. El dato fue confirmado por el ministro de Transporte, Mario Meoni.

El jefe del sindicato de pilotos, el cristinista Pablo Biró, lanzó un bulo cargado de falsedades: Latam, dijo, ganó más de 400 millones de dólares en los últimos años (años de Macri). Meoni lo desmintió luego. Esos son los dirigentes sindicales que le impidieron a Latam una rebaja de salarios en medio de la peor crisis que le tocó en la historia a la industria aerocomercial. La empresa de origen chileno fue autorizada a reducir salarios por todos los gobiernos de los países en los que opera, menos en la Argentina. Aquí también se autorizaron reducciones de salarios en muchas empresas, menos en Latam. Otra vez la inspiración de Cristina. Desde su reestatización en 2008 hasta ahora, Aerolíneas Argentinas recibió subsidios por 5800 millones de dólares. En 2019, el valor de Air France y KLM era de 5200 millones de dólares. Es decir, la aerolínea de bandera argentina recibió subsidios por un monto mayor al valor de mercado de dos de las principales aerolíneas del mundo. Según una evaluación de Idesa, el gobierno argentino le destina a Aerolíneas Argentinas un 50% más de recursos que a los planes sociales para la compra de alimentos. Latam se va porque no puede competir en semejantes condiciones.

Alberto Fernández es el primer presidente peronista sin plata y sin liderazgo propio. Empezó a construir un espacio en la sociedad cuando asumió (y la sociedad se lo reconoció), pero ahora está dilapidando gran parte de ese capital. Vicentin y Latam son dos noticias que solo sirven para ahuyentar a los potenciales inversores en un país que necesitará desesperadamente de inversiones para resucitar. La economía podría caer un 9,5% este año y algunos economistas estiman que podrían cerrarse unas 25.000 pymes.

Alberto Fernández había prometido que hablaría del futuro, no del pasado, pero resulta que a él también le gusta caer en las trampas del tiempo que ha sido. Aquella promesa inicial era una diferencia notable con Cristina Kirchner, que no solo habla permanentemente del pasado. Habita en el pasado.

 

Fuente: La Nacion

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