Adulto, responsable, aburrido

¿Joe Biden es el mejor candidato para vencer a Trump? Los votantes están hartos de tanta locura y anhelan un retorno, como el resto de la humanidad en estos tiempos de virus, a la vieja normalidad.

Hace 28 años un amigo estadounidense me dijo que predecir el ganador de una elección presidencial en su país era sencillo. Uno solo tenía que hacerse una pregunta. ¿Cuál de los dos candidatos convencería más como presentador de concursos de televisión? El que convenciera más, ganaría. Mi amigo era un periodista especialmente cínico pero tenía razón.

Desde que me dio la fórmula ha habido cuatro presidentes de Estados Unidos. Bill Clinton y Barack Obama hubieran triunfado contra cualquiera en un casting para presentador de concursos. George W. Bush no tenía el carisma de estos dos pero tuvo la suerte de enfrentarse a Al Gore y John Kerry, tipos más listos que él pero demasiado tiesos para congeniar con el gran público televisivo. En cuanto a Donald Trump, bueno, él es la prueba definitiva de que mi amigo acertó. Trump fue presentador de concursos de televisión. De hecho, aunque sin necesariamente saberlo, lanzó su campaña presidencial durante las 14 temporadas que estuvo al frente del show The Apprentice de la cadena NBC.

Todo indica, sin embargo, que este año presenciaremos la excepción a la regla. Joseph Biden es el candidato presidencial menos telegénico que se recuerda pero tanto las encuestas como el consenso en la clase política señalan que vencerá al payaso en las elecciones del 3 de noviembre. Acabó de llegar a Estados Unidos y detectó una creciente convicción, como una ola, de que Biden no solo va a triunfar sino que lo hará por un amplio margen. Esta vez parece que otra regla electoral se impone. La que dice que el que parece el ganador ganará.

En circunstancias normales nadie acusaría a Biden de ser el favorito. No tanto es que esté a punto de cumplir 78 años, es que no está en buenas condiciones físicas o mentales para una persona a punto de cumplir 78 años. No es un mentiroso crónico como Trump; se equivoca pero sin maldad, porque le falla la memoria o porque a veces tartamudea y se pone nervioso. El lunes de la semana pasada se olvidó durante un discurso del nombre de uno de los políticos más conocidos de Estado Unidos, el candidato presidencial republicano en 2012 Mitt Romney (“aquel senador… el que fue un mormón, el gobernador, ¿ok?” balbuceó, intentando disimular su incomodidad).

Mucha gente se pregunta cómo es posible que un país tan enorme como Estados Unidos, con tanta gente tan brillante, no pudo dar con un candidato más competitivo en un momento de semejante crisis nacional, unas elecciones en las que se presenta la posibilidad de tener que aguantar en la Casa Blanca a un niño malcriado con impulsos autoritarios durante cuatro años más. Pero quizá, quizá resulte, como me dijo un estratega demócrata el sábado, que Biden sí sea el hombre más indicado para derrotar a Trump. La tesis se apoya en la premisa de que los votantes están hartos de tanta locura y anhelan un retorno, como el resto de la humanidad en estos tiempos de virus, a la vieja normalidad. O sea, la vejez de Biden es un plus frente al infantilismo de su rival.

Hay tres razones más para creer que Biden va a ganar.

Uno, pese a los intentos de Trump de retratarlo como un socialista, incluso a veces “comunista”, la verdad es que es un político del establishment que inspira poco miedo entre la mayoría de la gente que más vota, la clase media. Biden tiene mucho más que ver con Ronald Reagan que con Fidel Castro. Es un centrista y hay que recordar siempre que el centro político en Estados Unidos está más a la derecha que en la gran mayoría de los países.

Dos, Biden posee en abundancia la virtud de la que el narcisista naranja más carece, la empatía. Si entrase ahora mismo en la casa en las afueras de Boston desde la que escribo su aspecto sería risueño, su actitud, humilde. No sorprendería que hiciera una broma sobre su avanzada edad pero, ante todo, estaría dispuesto a escuchar. Si apareciese Trump acaparía todo el oxigeno en la habitación. No sería capaz de dejar de fanfarronear ni por un segundo.

La cuestión es que Biden ha sufrido y entiende, como Trump sencillamente no puede, el dolor del prójimo. Su primera esposa y su hija menor murieron en un accidente de coche en 1972, una semana antes del día de Navidad. Sobrevivieron la tragedia dos hijos, uno de los cuales murió de cáncer en 2015.

Tres, y seguramente la razón más importante para pensar que Trump no ganará, es que Biden no es Hillary Clinton. La victoria de Trump en 2016 se explica en parte por la fascinación que ejerció su espectáculo circense sobre el electorado y los medios. Hubo una relación inversa entre el deseo de los principales medios de que perdiera Trump y la cobertura masiva que le dieron cuando estaba en campaña. Pero más decisivo aún en el resultado final fue el rechazo, rozando el odio, que la ex primera dama inspiraba en un amplio sector de la población. Muchísimos estadounidenses, de ambos sexos, votaron por Trump para evitar lo que veían como la atroz posibilidad que Hillary fuese la primera mujer en ocupar el despacho oval.

A Biden lo detestan los incondicionales de Trump, pero no tanto por cómo es como persona sino amenaza con crucificar a su mesías. Para el americano medio Biden es un abuelo afable que tranquilamente dejarían a cargo de sus niños durante un fin de semana. Inspira más paz para más gente saber que las claves para desatar el Armagedón nuclear estarán en sus manos y no en las de Trump.

Estaré publicando algunos artículos sobre lo que queda de la campaña presidencial de Estados Unidos y confieso, o sospecho, que escribiré bastante más de Trump que de Biden. Soy igual de inconsistente que mis colegas estadounidenses. Sucumbo a un reflejo periodístico irresistible. Trump ejerce una fascinación paralizante sobre mí y, me consuelo con pensar, sobre medio mundo. Como un espectador ante un choque de trenes. Pero que acabe la pesadilla, por Dios. Que gane el viejo.

Fuente: Clarin

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