Histrionismos del poder

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Cierto, hacia 1999 estuvimos entre quienes adversaron la propuesta constitucional, pero sólo la simplicidad oficialista, cavernaria y asfixiante, puede negarnos la defensa del texto resultante que, por lo menos, hoy, ha de garantizar una básica convivencia social. Moralmente falaces, nos prefieren como una oposición irracional e, ilustrando sus torpezas,  al caer Pérez Jiménez,  seguramente hubiesen ignorado la Constitución de 1953, auspiciando la anarquía.
Recientemente, un grupo de los constituyentes de 1999, incluso, con responsabilidades muy serias de gobierno, dándonos un indicio de la agenda recreativa que los consume, visitaron diferentes instancias del poder establecido, principalmente el TSJ, a objeto de rasgarse las vestiduras en defensa de una constitucionalidad que evidentemente traicionan. Despachando y dándose el vuelto, como reza la oportuna y severa sentencia popular, entre ellos se ufanaron como demócratas consumados a los fines de un ejercicio histriónico de escasa imaginación publicitaria y propagandística.
Saben muy bien, demasiado bien, que en diciembre próximo pasado violentaron groseramente la Constitución y las leyes para reforzar un tribunal en el que, precisamente, no reside la lucidez jurídica y la honestidad profesional que se requieren, por no especificar sobre las credenciales y trayectorias personales de una magistratura que la comisión presidida por el diputado  Carlos Berrizbeitia, dejó superlativamente claro ante el país. Además, tratando de recuperar el sitial que el propio régimen le procuró, como el constitucionalista por excelencia de toda la Venezuela contemporánea,  Hermann  Escarrá tuvo ocasión de lucirse – entre los suyos – declamando alguna que otra teoría halada por los pelos engominados del desertor o simple transeúnte de los predios opositores que fue.
Curiosamente, en los momentos críticos de siempre, toda una costumbre, el gobierno inventa algunas actividades orientadas a dibujar una suerte de noble casta, reserva moral o quién sabe qué, en torno a los que la suerte convirtió en próceres de una revolución fallida. No pretendemos la descalificación personal de nadie, aunque la labor realizada para inaugurar el nuevo siglo, añadido ese desparpajo que fue el llamado Congresillo, no fue otra que la de delinear, coadyuvar e impulsar, disfrazándola,  a una dictadura que los años desnudaron.
Quedará para los futuros investigadores el estudio de la suerte política de cada constituyente, por todos estos años. Por lo pronto, no los creemos de autoridad moral alguna, pues, por una parte, de 63 sesiones plenarias, apenas 19 se emplearon para la primera discusión del proyecto constitucional y tres para las segunda; y, por otra, comenzando por los actuales presidente y vicepresidente de la República, no sólo consintieron, sino que todavía descaradamente promueven la violación de la Carta elaborada.

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