La maldición moral del pasado
La terrible dictadura de Fulgencio Batista cayó gracias a una amplia conjunción de las fuerzas democráticas, entre las cuales, obviamente, destacó la valiente insurgencia guerrillera de Sierra Maestra. Ésta, a la vuelta de muy poco tiempo, terminó monopolizando el triunfo, tras liquidar cobardemente a sus adversarios, admitiendo su orientación marxista-leninista.
En todo caso, cualquier ensayo de una transformación socio-económica necesaria, por ejemplo, la de una reforma agraria, generaba un fortísima perturbación prontamente absorbida por las circunstancias objetivas de la Guerra Fría. Una consecuencia semejante, aunque de distinta naturaleza, ocurrió con la suerte de la II República española, atrapada en la intensa conflictividad europea de consabido desenlace.
La vinculación de La Habana con Moscú, principiando la década de los sesenta, supuso la adopción de un modelo – ante todo – de vida que, igualmente, desafiaba las previsiones de los creadores de la escuela, por lo que la llamada revolución cubana adquirió las características propias que sintetizó el voluntarismo político y el imaginario social guevarista, como respuesta a un subdesarrollo de memoria aún corta. Toda explicación del proceso, vale decir, su más sentida legitimación, pasaba por maldecir moralmente el pasado: se venía de los peores males del mundo, dibujados por el burdel caribeño que dejó como herencia el batistato.
Al iniciarse el siglo XXI venezolano, sin delatar el proyecto socialista luego impuesto, mas nunca explicado, el pasado próximo se convirtió en el confín de todos los lodos, erigiéndose el heroísmo evidentemente moral de los nuevos elencos del poder que reclamaron hasta el hastío su probidad personal y política. Sin embargo, la sospecha se convirtió progresivamente en una realidad espantosa, pues, ahora, generando una hambruna antes inconcebible, esos elencos, convertidos paradójicamente en un pasado que se resiste, no han tenido límites para sus apetencias personales e improvisaciones de toda índole, esgrimiendo un gesto y un lenguaje escatológicos como respuesta natural de una concepción cabaretera del mundo y de las cosas.
Concepción agresiva y agresora que prendió con el derrocamiento de Batista, pero no con el de Pérez Jiménez, se entiende con una autoridad dizque moral para juzgar a los enemigos, dueña de un espectáculo sufragado por la renta petrolera. Suele ocurrir en estos casos, por una parte, quienes ofenden desde Miraflores se sienten rápidamente ofendidos y envalentonados; y, por otra, merecedor de un profundo estudio de los especialistas, la trayectoria y conducta personal de los ofendidos, por ironía, muestra una peor valía que la de los viejos gobernantes.
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