¿Ser padre en Venezuela? ¿Por qué no?

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Muchos fuimos, caballeros, quienes alguna vez dijimos “no seré padre. La situación del país no lo amerita. No coadyuvaré al crecimiento poblacional de Venezuela con esta mengua de recursos, bla, bla…” y de repente, sucedió; el día menos esperado, pero quizás, el momento exacto. La típica prueba de embarazo de farmacia fue el primer llamado de mi hija, haciéndose presente desde el primer momento de su gestación.

La sensación al momento de recibir la noticia es única. Es una mezcolanza de alegría desbordada con incertidumbre y un poco de miedo por el hecho de lo obvio para todos. Esta situación histórica que vivimos no deja de ser el motivo principal por el que sentí temor. Aquellas preguntas volando sobre mi cabeza “¿y los pañales? ¿y la leche? ¿y si se enferma y no hay medicinas?” … pero, con la cabeza fría, pude digerir aquel dulce pero espeso trago con facilidad y me puse a pensar en todos aquellos detalles en que debía enfocarme cuando naciera mi hijo.

No puedo dejar de mencionar la aventura que resultó ser el embarazo de mi esposa: las citas con la gineco obstetra en donde visualizábamos su crecimiento en cada una de ellas, las búsquedas de ropa para bebés por internet, el surf diario entre los escombros del ex país, los antojos de mi esposa y todo aquello derivado del viaje de hormonas que ella conducía. El día que nos enteramos que sería niña fue muy especial: pudimos refinar las búsquedas en internet e imaginar cómo sería su habitación rosa, llena de cuentos y juguetes (quizás un piano). Yo más bien pensé en comprar un terreno en Guanadito para enterrar a sus pretendientes (jajajaja, es broma).

Llegó el día del nacimiento: la familia aguarda ansiosa, mis uñas dejaron de existir a las 03:00 pm (ya eran las 08:30 pm), me di cuenta luego que girar sobre mi eje no iba acelerar el tiempo y me senté. Esperé… hasta que luego de par de horas, aproximadamente, ha nacido mi hija. No les contaré ese sentimiento, porque es indescriptible.

Ahora empieza lo candente de la paternidad: el cambio intempestivo de horarios (con ello la reeducación de los esfínteres), la reducción de tiempo productivo de trabajo (aunque, en los momentos de estrés, llega inspiración), el peso extra que debía cargar con el porta bebés, el coche, la pañalera y todos sus tripulantes, y me quedo corto.

Siempre he escuchado que una buena planificación es primordial para lograr todo lo que nos proponemos; y criar a un hijo no es la excepción. La escasez de todo (menos de malandros) resulta molesta, pero, cuando hay una vida humana cuya subsistencia depende de lo que se haga, todo aquel pensamiento egoísta queda borrado como por arte de magia, y solo se puede pensar en esa criatura, imaginar cómo será cuando crezca y, sobre todo, verla crecer todos los días un poco más. Las metas y esperanzas propias quedan en segundo lugar ante las urgencias de esa nueva vida naciente.

Con esto no intento decir que las metas personales se deben menguar, al contrario. El nuevo temperamento que surge con el nacimiento de una dependencia se debe convertir en pilar fundacional de todos aquellos sueños y expectativas que tenemos. ¿Cómo podríamos dejar de pensar en grande, si ha nacido una nueva fuente de inspiración? Puede que cambie el camino, pero el destino siempre debe seguir siendo el mismo.

Mi secreto está en aprovechar el tiempo máximo hasta que el cuerpo aguante despierto, y a veces forzar un poco el organismo a dar un poco más de lo acostumbrado. No niego que soy adicto al café: gran parte de mi energía proviene de una taza de este (sí, estoy tomando ahora) maravilloso elixir, y sin él, probablemente, sería un zombi autómata (mal) criando a su hija. Hoy puedo decir que aprovecho muy bien mi tiempo: trabajo, me tomo pausas creativas, descanso lo necesario (seis horas, alrededor), ayudo en mis tareas del hogar (en esto englobo desde botar la basura hasta sacarle los gases a mi hija), y todavía me queda tiempo para escribirles esto. ¿Ven que si se puede ser padre en Venezuela?

beberaya

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Guayoyo en Letras