Parlamentarización de la sociedad
Una de las más urgidas tareas de la transición democrática, será la de reordenar y devolverle al país las inmediatas posibilidades para el debate abierto, libre y responsable de sus problemas. Vale decir, bajo el imperio de la racionalidad, el respeto, la tolerancia, la concordia y la convivencia que resultan indispensables, añadida la recuperación de un lenguaje público cónsono.
Mal que bien, antes de la llegada del presente siglo, hubo discusión en todos los ámbitos de la vida social. Naturalmente, el parlamentario y el edilicio, mas no había partido político, sindicato, movimiento estudiantil, colegio profesional, gremio empresarial, vecindario, club recreacional o comité de usuarios, que no polemizará generando la noticias en el círculo virtuoso de un dinamismo social que permitía el descubrimiento de actores y roles representativos y ciertamente competitivos.
Podemos citar muchos ejemplos, pero – creemos – uno de los más estelares fue el de la nacionalización del petróleo a mediados de los setenta del XX que hizo de la coincidencia y de la discrepancia, ocasión valedera para que todos versionáramos la materia. Los grandes discursos escenificados en el Congreso de la República, ocupando la atención de propios y extraños, sintetizaron las miles de conferencias, ruedas de prensa, pronunciamientos, los más modestos o grandilocuentes intercambios en los que rivalizaban no sólo las ideas, sino también los intereses cercanos o lejanos que se sentían y presentían dignos de articular y defender. Acotemos, nos familiarizamos con un vocabulario técnico que aportaron los especialistas, periodistas, gerentes y dirigentes políticos, como puede constatarse en la prensa escrita de la época.
No pretendemos una glosa paradísiaca del país que fuimos, pero – sin duda alguna – luce demasiado el contraste con el de un presente que lo revela tan sometido al terror psicológico del régimen, peor que el de sus efectivos actos de fuerza, deseándolo abúlico, taciturno y resignado, obsceno y trivial, obediente y no deliberante como – paradójicamente – no lo es la Fuerza Armada. Régimen que ha militarizado a la sociedad, en los hechos y en el lenguaje, aspirándolo a la obediencia ciega y vertical, conformista, cumplidora de las órdenes por muy absurdas que fuesen, prisionera del eufemismo, secuestrada en el círculo vicioso de los peores elencos políticos que hemos tenido en nuestro historial republicano.
La parlamentarización de la sociedad, en sentido contrario a su militarización, valorada y reconquistada la democracia liberal que da el piso esencial para su perfeccionamiento, apunta a un destino inevitablemente compartido. Superar la crisis prolongada, cuyas nefastas consecuencias muy apenas comienzan, obliga a trabajar en torno a las coincidencias y disidencias que, identificadas como tendencias imposibles de silenciar, permitirán eficazmente allanar el camino para solventar los problemas en paz y en libertad, aprendida – ojalá – la lección de todos estos años de interesada confusión.
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