¿Salgo a marchar o voy a trabajar?

¿Por qué aún hay gente que no va a marchar?

Hoy en día este tema genera en muchos venezolanos sentimientos de rechazo hacia la persona que tienen a su lado. La “contradicción” entre los que participan activamente en acciones que buscan un cambio de gobierno y los que intentan, a toda costa, continuar con sus labores cotidianas. Ambos grupos se sienten incomprendidos por la otra parte, y por ende, molestos ante la acción o la no acción del otro.

-¿Y es qué a ti no te interesa esta lucha?. -¿A caso a ti si te alcanza la plata?. –Tú no marchas porque no te duele tu país. Cientos de frases como éstas van y vienen en la Venezuela actual, al igual que las respuestas clásicas cómo: -Si no trabajo, no como.

A todas estas, mi gran pregunta era: ¿cómo pueden haber personas que convivan en el mismo espacio pero piensen tan diferente? ¿cómo es posible que compartiendo la misma realidad, respondan de formas tan distintas ante ella?

En el afán de encontrar una respuesta, me topé con un libro que es lectura obligatoria para los venezolanos en estos tiempos: “Las sociedades del Miedo” de Kees Koonings (2002). En dicho libro se hace un análisis interesante sobre las revoluciones, conflictos y guerras civiles de algunos países latinoamericanos, parte sangrienta de la historia del continente que muchos desconocemos; pero igualmente nos quejamos ya que “nos toca luchar solos” y sin la intervención milagrosa de algún país vecino.

Volviendo a lo que nos interesa, propondré una posible respuesta ante lo que tanto molesta a los grupos activos de las luchas sociales: los indiferentes. En primer lugar, es imprescindible hacer notar que no es un fenómeno meramente venezolano. En toda sociedad que se encuentra en conflicto, hay presente un grupo que no se involucra activamente en la lucha y busca la manera de sobrevivir y continuar con sus actividades cotidianas. Es decir, no es necesario ni tampoco beneficioso, increpar, culpar, ofender y señalar al civil que no se ha unido a la lucha. Por el contrario, esa agresividad sólo conseguirá alejarlo de la participación en la protesta y disminuir las probabilidades de que desee unirse en un futuro cercano.

Debemos entender la crisis política en Venezuela como un fenómeno social con características similares a otras crisis políticas y atenderla desde lo racional y no desde lo emocional.

La indecisión de un sector de la población inspira temor. Genera desprecio y ansiedad, ya que la falta de un compromiso activo por parte de los ciudadanos puede indicar una mayor probabilidad de derrota en el cumplimiento de los objetivos de cada parte, cómo indica Koonings (2002).

Hay que destacar que los “indiferentes” afectan a todas las partes del conflicto, en nuestro caso: gobierno y oposición. Por este motivo, muchos civiles son forzados a demostrar su simpatía por algún bando, práctica sumamente común ejercida por el gobierno dentro de los ministerios.

“Estos civiles [los indiferentes] se situaban en el extremo opuesto a los hombres de acción, los militares y los revolucionarios que habían tomado en las propias manos su destino y el del resto.”(Koonings, 2002, p. 142)

En el caso de Venezuela tal vez sea más complejo identificar a los civiles y colocarlos en una categoría distinta a los “hombres de acción”, ya que el conflicto aún no ha escalado a dimensiones bélicas entre dos grupos armados. Los hombres de acción en Venezuela son civiles que intentan, más o menos, ejercer su protesta, reclamar sus derechos y ejercer el derecho a la libertad de expresión; no están conformados como una guerrilla o un grupo paramilitar armado.

A simple vista se observa un gobierno respaldado por las fuerzas militares, e incluso grupos paramilitares; combatiendo contra civiles en protestas y manifestaciones. Se identifican fácilmente dos grupos: gobierno y oposición.

Sin embargo, tal vez sea más apropiado empezar a comprender la sociedad venezolana actual como una que está compuesta por tres grupo: dos grupos activos y un grupo de civiles. Si bien los dos grupos enfrentados no luchan en igualdad de condiciones y esto nos dificulta entender el conflicto, podría ser de gran ayuda si lo vemos de esta manera. Es natural, forma parte del escenario de crisis: los civiles que no se involucran activamente en las luchas son también parte de la historia y siempre lo han sido.

Ante un situación critica, la indecisión y la indiferencia son vistas como posturas moralmente incorrectas; sin embargo, es normal, es común. Las personas que participan de forma activa en el conflicto social siente frustración ante aquellos que no participan, lo cual muchas veces les quita el ánimo. Eso es lo último que debería suceder porque como ya se dijo, estos son hombres que “habían tomado en las propias manos su destino y el del resto”.

El que no quiere hacer nada o el que no puede, ya que hay seres humanos que simplemente no están preparados para la lucha; dejará su futuro en manos de quienes tienen roles activos en momentos de cambio.

Por otro lado, al civil que no nació para la lucha, que siente miedo y tiene derecho a sentirlo; le propongo hacer una diferencia entre la “apatía” y la “no participación directa en el conflicto”. Manifestarse puede incluir: compartir la opinión personal, informarse e informar con conocimiento útil a su comunidad, ayudar al vecino, colaborar económicamente con asociaciones que atienden la crisis, colaborar con alimentos o bebidas para personas afectadas por la violencia; entre muchos otros.

No es momento de reproches. Es momento de enfocar nuestros esfuerzos en manifestar de forma eficaz (es decir, con objetivos claros) el descontento ante la situación actual en Venezuela, en donde se ha tirado al Guaire lo que a nuestros antecesores tanto les costó conquistar: la libertad. Y de paso a algunos civiles venezolanos.

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