Reconocer para sumar

Escribo estas líneas entre detonaciones lejanas, y el olor picoso y penetrante – ahora tenue por la distancia – que la Policía Nacional descarga sin moderación contra unos manifestantes que horas atrás se oponían con su algarabía a las arbitrariedades del régimen. Ese ahogo del bullicio que clama por un cambio, ocasionado por las bombas lacrimógenas o las arremetidas de las “ballenas”, ha sido habitual durante los últimos dos meses, y suele agravarse – muchas veces con algún desenlace trágico – cuando algunos manifestantes se enfrentan con las fuerzas represivas. Las protestas lejos de apaciguarse con la represión, perpetúan su apogeo, sin que todavía pueda asomarse algún desenlace.

La oposición y el gobierno se han atrincherado en una pugna feroz, con recursos dispares, en la que ninguna parte ha logrado aplacar a la otra. En medio de ambas facciones, yace un grupo considerable de la población, perteneciente a los sectores populares, que mira con indiferencia las protestas de la MUD, pero que tampoco acude a apoyar al gobierno. Si ese grupo pudiese expresarse de forma electoral, lo haría mayoritariamente en contra del régimen. Sin embargo, pese a adversar al gobierno, su adhesión a los objetivos de la MUD no parece ser tan fuerte, al menos de momento, como para sumarse de manera masiva a las protestas. Casi todos los discursos de ambos bandos van destinados a esos ciudadanos de la clase trabajadora que siguen con estoicismo sus rutinas, atestando los autobuses o aplicándose en fatigosas caminatas, cuando el Metro cierra, en vez de materializar su descontento, ante la severa crisis que vivimos, uniéndose a las marchas.

Por un lado, ha sido una sentencia repetida en los líderes de la oposición que sus convocatorias no son sólo de la MUD, sino de todos los venezolanos que exigen comida, medicinas, seguridad y respeto a la constitución. Al apropiarse discursivamente de esas demandas, aspiran inscribir en sus filas a todas las personas que las exigen, al margen de su filiación partidista. Por otro lado, desde hace un tiempo, el gobierno dirige gran parte de sus discursos hacia sus detractores, reconociendo su descontento, pero intentando alejarlo del cronograma de la MUD. Deslegitimar la protesta ha sido la fórmula escogida para evitar que el desencanto producido por la mala gestión de Maduro se articule políticamente. Desde tildar las marchas como una solicitud de intervención extranjera, hasta subrayar los episodios violentos y vandálicos que en ellas se producen – sin acotar que muchas veces esa violencia surge por la represión – el oficialismo se vale de esos lineamientos discursivos para aislar la protesta. Expresiones como “el pueblo no chavista rechaza la violencia” se utilizan con frecuencia por los voceros del régimen.

Así, los excesos de algunos manifestantes, como el incendio de vehículos e instituciones, o destrozos de bienes públicos, son la materia prima que nutre a la propaganda oficial. Uno de los ejemplos más escandalosos es el del joven incendiado por un grupo de manifestantes en las inmediaciones de la Plaza Altamira, cuyo nombre es Carlos Ramírez. Ese hecho deplorable, que abomino de forma rotunda, ha sido explotado por el gobierno hasta lo indecible, valiéndose del impacto natural que produce la imagen de una persona que corre, cubierta por las llamas, para salvar su vida. Incluso circularon un video, grabado desde un sospechoso ángulo contrapicado, donde casi no se podía ver el rostro de la víctima, en el que ella narraba entre lágrimas lo sucedido. Un detalle destacable de su testimonio es que el joven afirmaba que no era chavista; el mensaje propagandístico es evidente: la violencia puede alcanzar a cualquiera, así no sea chavista. Sería muy injusto restarle legitimidad a las protestas, cuyo fin principal es restablecer la democracia, por el vandalismo ocasionado por pequeños grupos de índole extremista. Pero, esos daños son un despropósito, que impiden que los sectores aún inactivos se identifiquen con las manifestaciones. Mientras escribo estas líneas, me entero que otro joven llamado Orlando Figuera, que también fue incendiado cerca de la Plaza Altamira, falleció este sábado. Una triste e innecesaria mácula que en nada ennoblece la contienda.

Otro hecho que los medios estatales explotan con el estigma de “terrorismo” es el cierre de las vías. Independientemente de su rechazo al gobierno, los habitantes de los sectores populares, muy vapuleados por nuestra penosa economía, deben salir a trabajar todos los días, pues de ello depende su sustento. Ante ese imperativo, los bloqueos de las calles, que impiden el paso del transporte público, generan un sinfín de contrariedades que esos ciudadanos deben sortear a diario para poder cumplir con su rutina laboral. De ese modo, la imposición de una barricada o “guarimba” abre una fisura entre quienes protestan y los millones de personas que se ven forzosamente afectados por ellas. A esa fisura apunta el corto publicitario, que todos los canales transmiten de forma continua por orden del gobierno, en el que se entona una canción que dice: “Gente que trabaja, gente con tesón, gente que trabaja, en revolución”. Valga la paráfrasis: la revolución está del lado de los que tienen o quieren trabajar. Claro que, mientras alientan el trabajo con una canción, ordenan cerrar el Metro de Caracas cuando la MUD se moviliza. Con ello, valiéndose del pretexto de la protección de las instalaciones, buscan agravar las contrariedades ocasionadas por las protestas, para que los individuos que necesitan trabajar, evalúen de forma negativa el clima de conflictividad (en los últimos días, la estrategia ha quedado en desuso, y sólo cierran las estaciones de las zonas donde se encuentran las protestas). Son varias las exclamaciones que he podido escuchar de algunos de esos individuos, anhelando que finalicen las manifestaciones, para poder retomar su de por sí fatigosa rutina laboral sin las molestias de los últimos sesenta días. Aprovecho estas líneas para hacer una denuncia: esta tarde observé cómo un grupo de encapuchados amenazaba al conductor de un camión con una bomba molotov, le arrebataban el vehículo y se lo llevaban para cerrar algunas vías.

Para lograr el éxito de las protestas, la MUD no debe contribuir a esa negatividad, insistiendo en la edificación de un puente que vincule las protestas con las demandas de la clase trabajadora. Tal vez por eso, la oposición ha intentado restarle un poco el carácter partidista de las concentraciones, y las ha promocionado como iniciativas ciudadanas; un ejemplo sería la marcha de los ancianos o de los médicos. En todo caso, la identificación de los ciudadanos pertenecientes a esa clase con las movilizaciones opositoras sólo es posible si, dentro de las dinámicas de las protestas, se reconoce a dichos ciudadanos. Ello supone respetar su necesidad de trabajo y, por eso mismo, intentar no entorpecer demasiado su rutina laboral. Imponerles la protesta, haciéndolos transitar a diario entre calles cerradas por algunos encapuchados, entre escombros amontonados, vidrios rotos, carteles de tránsito destruidos, bolsas de basura incendiadas, implica separarse de ellos de forma irremediable.

Desde luego, existen otros motivos que inhiben a estos ciudadanos a participar de las protestas. Algunos analistas apuntan como razones el temor a los colectivos – con mucha presencia en los sectores populares – y a la pérdida de los beneficios del CLAP. Otros sostienen que la causa es la fidelidad hacia la figura de Chávez, todavía presente en esos sectores. Sean o no válidas, creo que el primer paso para sumarlos a la lucha es que se sientan representados por ella, y no atropellados. Se vuelve poco creíble una protesta que se comprometa a proteger los derechos de alimentación, salud y participación de la ciudadanía, pero que en paralelo atente contra el derecho al libre tránsito e interfiera con la necesidad de sustento diario. La oposición es la única facción política con la fuerza y determinación necesaria para propiciar el cambio que urge en el país. Por eso, necesita deslindarse de sus vertientes más extremas, que la separan de esos millones de venezolanos, vapuleados por la inflación y la carestía, que aún permanecen ajenos al conflicto. Debe dialogar con ellos, reconociendo sus exigencias propias.

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