La Mujer Maravilla: tú y yo, todos por igual

-“Si decides irte, puede que nunca regreses”

-“¿Y quién sería si me quedo?”

Hipólita y Diana Prince

“No se trata de merecimiento, se trata de lo que uno crea”

Steve Trevor

“La virtud sólo puede florecer entre iguales”

Mary Wollstonecraft

 

Si William Moulton Marston viviera, probablemente no vacilaría en acuñar aquella sabia frase del superlativo Oscar Wilde, que años atrás diría  “a veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante”. Por giros y circunstancias del destino –vale decir, forjadas a pulso por el trabajo de guionistas, realizadores y artistas-, esta noción parece sintetizar lo que hoy experimenta el más mítico y representativo personaje femenino ideado por la cosmovisión y singularidad de vida del recordado psicólogo estadounidense, junto a la apuesta asumida en aquel entonces por All-American Cómics, hoy DC Cómics. Nos referimos, por supuesto, a la Mujer Maravilla, también conocida como Wonder Woman en la cultura popular del país del norte y del mundo entero, que luego de cumplir 75 años del convulsionado y sombrío 1941 para el orden global civilizado, finalmente hoy ha alcanzado su momento de esplendor largamente esperado por muchos luego de décadas de sinsabores e intentos fallidos por explorar su subestimado potencial, quizá aguardando el momento histórico propicio y colmando de expectativas a un gran público que dista mucho de aquél de su época de nacimiento, no sólo en cuanto a las perspectivas de la mujer y su acción dentro de la sociedad se refiere, sino más complejo en aspectos sociales, religiosos, políticos y culturales, que han influido a veces para bien, otras varias para mal, al pensamiento contemporáneo de las personas extendiéndose luego al imaginario colectivo.

No obstante, ello no implica que, de forma alguna y a pesar los prejuicios, dogmas autoritarios, manipulaciones políticas y lavados de cerebro, el actual deje de ser el tiempo idóneo que invita al ascenso definitivo de la extraordinaria Diana Prince luego de su longevo ostracismo, y con ella de toda la carga reflexiva, valorativa e ideológica que su recia, gentil y sofisticada figura demanda. Al contrario, la cinta dirigida por la realizadora Patty Jenkins y protagonizada por la actriz israelí Gal Gadot proporciona los ingredientes esenciales para sumergirnos en temáticas polémicas y manoseadas al presente, que terminan por desperdiciar elementos trascendentales que nutrirían de otra forma la discusión pública, internándolos en los confines del resentimiento, la banalidad, el reduccionismo y la impostura que, como ha de sugerir la película, en gran medida nos caracteriza.                   

Como es usual, no será propósito de estas líneas profundizar en los aspectos más artísticos y cinematográficos de la producción –a juicio subjetivo de quien escribe, por demás destacados en su mayoría-, sino extraer de ella materia prima para procurar ahondar en pasajes que ofrezcan ventanas a la realidad, como valor agregado al disfrute y entretenimiento. La propuesta extendida del universo DC Cómics, que arrancó con el lanzamiento del Hombre de Acero –Man of Steel– (2013) y continuó con Batman v Superman: el Origen de la Justicia –Dawn of Justice– (2016) exigía el despertar definitivo de la Mujer Maravilla, como integrante insustituible de la trinidad histórica de la famosa editorial, proyecto que para dicha de todos tomó cuerpo con su aparición en este último filme en 2016. Empero, no era suficiente, pues considerando los desafíos que imponía su introducción al universo de películas de superhéroes –como explica de buen oficio la cinta Wonder Woman, su génesis y argumento medular resulta muy particular frente al de otros caracteres, pues no es humana, ni siquiera extraterrestre, sino un ser femenino completamente mitológico y fantástico, basado en las narrativas de los antiguos griegos, sus enseñanzas y sus deidades- se requería de una historia monográfica inédita que brindara una exposición más o menos creíble y coherente sobre su origen y el de su comunidad integrada sólo por mujeres; de cómo, cuándo y por qué existiría un individuo así en el mundo real, reto éste que seguramente fue una de las razones por las cuales se aplazó por años su salto a la gran pantalla. Así las cosas, una vez alineadas todas las partes involucradas en el entramado argumental de lo que será el mencionado universo de héroes, recibimos con inquietud y esperanza esta entrega, y vaya que no defraudó.                        

Una historia bien escrita y contada, original en su planteamiento de cómo unir ficción y realidad  y con interesantes actuaciones nos adentra en el umbral de una joven Diana y la sociedad de las amazonas, así como del inicio de los tiempos donde aconteció una batalla entre los dioses y Ares, el dios olímpico de la guerra e hijo de Zeus, cuyo particular entendimiento de los humanos favoreció su natural inclinación hacia la desconfianza y desprecio hacia éstos, lo que alimentaría su cruzada contra los demás dioses y el mismo Zeus en su afán de convencerles y mostrarles lo que, según su tesis, eran estos seres de carne y hueso por ellos creados. Fracasando en su empresa, Ares es desterrado por Zeus al mundo mortal concluida la batalla, no sin antes imaginar que no sería lo último que se sabría del dios de la guerra, motivo por el cual se plantea crear una sociedad secreta de seres místicos cuyo objetivo fuese el de impedir el ascenso de Ares si éste surgiera de nuevo en el mundo, gestando así la tribu de las guerreras amazonas y emplazando como su lugar de vida la formidable Isla Paraíso o Themyscira, que como norma suprema tendría la no incursión de los hombres a territorio sagrado debido, entre otros, a que Ares podría corromperlos por medio de la manipulación de sus emociones -sospecha, celos, resentimiento-, generando toda clase de conductas violentas, desleales y codiciosas a través de ellos. La joven Diana se desarrollaría sobre la base de esta creencia, así como sabiendo que Zeus otorgó como ofrenda final la espada matadioses o godkiller, única arma presuntamente capaz de terminar con las ambiciones de su hijo. Así, por mucho tiempo, las amazonas vivieron al margen de la humanidad, aisladas en la paradisiaca isla y dedicadas presumiblemente a sus actividades culturales, educativas y de entrenamiento táctico para el combate.     

Sin embargo, toda esta armonía y paz en Themyscira cambiará con el inesperado arribo a la Isla Paraíso de un piloto estadounidense asignado a la inteligencia británica, quien luego de ser salvado por Diana y enfrentar junto a las habilidosas amazonas a varios miembros del ejército alemán que perseguían su captura –sin duda una de las secuencias visualmente más atractivas y trepidantes de la cinta-, les explica que la humanidad se encuentra amenazada por el apogeo de la Primera Guerra Mundial, aquella estallada en 1914 que comenzaría en la vida real con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria. Curiosamente, esta confesión de Steve Trevor –interpretado por Chris Pine- frente a las amazonas no sólo contiene su buena dosis de humor, sino que aprovecha de introducir uno de los instrumentos clásicos que llevará posteriormente la Mujer Maravilla en su aventura: el lazo de Hestia, diosa griega del hogar, la arquitectura y los banquetes, cuyas labores, según la mitología, se asociaban al calor y al fuego, atributo este que adoptaría el legendario lazo para compeler a los hombres a revelar la verdad. ¿Por qué el lazo de la verdad? Pues porque ciertamente William Moulton Marston se aseguraría de que su más famosa invención, conocida como el polígrafo o detector de mentiras –nacido del llamado test psicológico del engaño basado en la medición de las alteraciones de la presión arterial y la respiración, utilizado en la vida real durante algunos interrogatorios a soldados enemigos durante la Primera Guerra- saliera a la luz también en la ficción, un cimiento de su visión feminista sobre las destrezas de la mujer en contraposición al hombre, signadas especialmente en el carácter y las emociones.

Así, luego de comprender la magnitud de la escalada bélica que el mundo humano atraviesa, Diana decide partir con el piloto, convencida de que Ares está tejiendo los hilos de la guerra y aún en contra de la voluntad de su madre Hipólita, quien le ocultaría no sólo la verdad sobre la naturaleza humana sino incluso el propósito mismo de su existencia. Al llegar la princesa amazona junto a Trevor al Londres de la década de los 20, inicia toda una inducción pedagógica en lo que a la conducta de estos seres mortales y sus formas se trata, pero también colisiona con el primer gran muro de la época: la desigualdad entre hombres y mujeres, pero no aquella referente a aspectos físicos o biológicos, ni siquiera a los de nuestras entendibles diferencias psicológicas o al de los resultados de nuestras acciones -que estarán siempre presentes y son el motor de la diversidad-, sino que atestigua el más importante ejemplo de desigualdad arbitraria: la desigualdad ante la ley, donde los derechos civiles, políticos y económicos de las mujeres se encontraban muy por debajo de los poseídos por los hombres, como el voto en elecciones públicas, el mercado laboral e intelectual y el pleno ejercicio de su libertad individual para desplegar su proyecto de vida con o sin la presencia del gendarme masculino. El personaje de Etta Candy, la asistente de Steve Trevor, encarna de manera muy refrescante la esencia de la mujer de aquel tiempo -complementaria al hombre en la mayoría de los asuntos humanos- en contraste con una Diana Prince que no sólo exhibe una personalidad segura e independiente, sino que, acertadamente, no distingue entre hombres y mujeres en cuanto a sus probabilidades de éxito para cumplir con un objetivo, sino que los entiende igualmente capaces de alcanzar sus propósitos si están llenos de convicción y voluntad. No por casualidad, durante su conversación en el bote con Steve Trevor, afirmaría lo siguiente:

  • Steve: “Esta Guerra es un gran desastre. Y no hay mucho que tú o yo podamos hacer al respecto. Es decir, podemos volver a Londres y tratar de convencer a los hombres que si pueden
  • Diana: “Yo soy el hombre que puede”               

Si la cinta presenta y cuestiona sutilmente esta desigualdad en varios pasajes –por ejemplo, el momento en que Sir Patrick Morgan da su discurso sobre el armisticio y Diana ingresa al recinto sin reparo, o la secuencia donde los generales militares deciden no enviar a un equipo secreto a Bélgica a fin de no afectar el armisticio y poco le importan las vidas de sus soldados, lo que ocasiona la indignación de Diana-, pero para comprender por qué esto es arbitrario, excluyente y discriminatorio, debemos enfocarnos también en qué lo haría justo. Y con ello nos referimos a las implicaciones de la igualdad ante la ley. Dicho de forma simple, la denominación igualdad de la ley alude a un marco normativo de operatividad básico del que todo ser humano debe gozar para llevar a cabo su proyecto de vida, al derecho que tenemos de perseguir nuestros fines personales teniendo como única restricción legal -y moral- la no agresión a otros semejantes a nosotros, el no quebrantar sus iguales derechos de elegir y actuar en ese mismo marco normativo de garantías que genera los fundamentos para el respeto recíproco y la convivencia pacífica. En este sentido, el concepto de igualdad ante la ley no puede desmarcarse del de justicia; no por casualidad es uno de los valores centrales más arraigados en la filosofía de la Mujer Maravilla y se evidencia en algunas notables secuencias en la película, puesto que significa sencillamente dar a cada uno lo que le corresponde teniendo en consideración nuestras diferencias. En caso de infracción o perjuicio de uno a otro –digamos, daños a la integridad física, robo, esclavitud o muerte-, se deben activar los mecanismos en ella contemplados –punto y aparte de Venezuela, como los tribunales en el presente, por medio de la acción de los jueces que dictaminan sentencia en los casos referidos- para asignar castigos y resarcimientos a victimarios y víctimas respectivamente-. Este enfoque de la justicia, sumado a la creencia en el amor como combustible de la sociedad, al que nos referiremos más adelante, es el que justamente impide que Diana, por ejemplo, utilice sus poderes para ejecutar a sus adversarios, incluso cuando Ares le plantea el escenario ideal para forzar el acto, teniendo frente a la Doctora Veneno, corresponsable de la pérdida de muchas vidas humanas durante la guerra en la trama de la película, incluida la de Steve Trevor. Sus capacidades y equipamiento sólo están dirigidos a neutralizar a sus oponentes, al menos siempre en aquellos casos que le sea posible.

De este modo, la película coquetea, sin profundizar en el tema, con un feminismo liberal, quizá por eso sea que las más recalcitrantes defensoras del feminismo radical -especialmente de izquierda- ya han empezado a calificarla como ni remotamente cerca de su interpretación de lo que el feminismo o la feminidad son y si valedora del patriarcado salvaje, lo cual por cierto es una de las grandes deudas y lastres contemporáneos de quienes abogan por esta meritoria y necesaria iniciativa en su versión clásica, es decir, combatir en el plano intelectual y académico la disparatada pretensión de monopolizar lo que sea que podamos llamar feminismo con su retorcida y vengadora necesidad de retaliación al hombre mediante el uso del Estado, las leyes y las políticas públicas, detrás de lo que pretenden ocultar sus naturales intereses en tanto no ángeles de sangre azul sino seres humanos imperfectos como todos. Por suerte, existen apuestas interesantes no dirigidas a ofrecer soluciones mágicas ni a decirle a las mujeres cómo deben comportarse –es decir, cayendo en el error otrora del hombre autoritario de subestimarlas y manipularlas- sino que intentan recoger la concepción original de este planteamiento que surge justamente en atención de lograr una auténtica igualdad ante la ley frente a los abusos del machismo troglodita, sobre todo de siglos y décadas anteriores: hablamos del libro Afrodita Desenmascarada, de la economista española María Blanco, donde se hace un repaso histórico de esta vertiente clásica que se asemeja mucho, a consideración de quien escribe, a la postura de Diana Prince en Wonder Woman, aunque quizá también le reportaría algunos buenos cuestionamientos a la tribu de las amazonas y he aquí lo atractivo del asunto. Comenta la autora ibérica en distintas entrevistas que su visión del feminismo nada tiene que ver con una postura peyorativa u ostracista, sino en una actitud basada en el comportamiento individual, en la libertad personal y la responsabilidad que de ella se desprende, en la no delegación de los intereses femeninos, en la no auto-victimización y en el rechazo rotundo a las etiquetas, consciente de los riesgos de las generalizaciones:                   

“La existencia de maltratadores no define al hombre en general. Ni las feministas excluyentes representan a las mujeres. Fomentar el discurso del odio no ayuda a la convivencia en la igualdad”

Puede que el pasaje de Wonder Woman que mejor retrate estos mensajes implícitos sobre la igualdad y la defensa de un feminismo civilizado se dé a lo largo del conflicto en la trinchera, donde Diana elige confrontar al ejército alemán allí plantado por su propia cuenta, luego de apreciar el horror humano, la pérdida de vidas y de patrimonios de la gente del pueblo a causa de la invasión germana. Si bien ella procede bajo su libre iniciativa, sabe que consigo viaja un equipo de hombres al que no subestima, sino que por el contrario, sus expectativas y confianza en ellos sólo crecen. En ningún momento parece quedar rezagada la figura de Steve Trevor, quien en cada secuencia de acción se vuelve su coequipero aún a costa de su vulnerabilidad, al igual que ocurre con sus amigos. Sin ella, los militares aliados no hubiesen avanzado para recuperar el pueblo, y sin ellos, posiblemente a ella le hubiese costado muchísimo más conseguirlo por sí sola dado el poder de fuego enemigo, lo cual termina siendo otro gran acierto de la cinta.   

Un segundo planteamiento a subrayar, de igual importancia que el anterior, es el vinculado a la capacidad del ser humano de, haciendo uso de su libre albedrío, desplegar su potencial para el bien o el mal que reside dentro de sí. Hasta avanzada la trama, para Diana el único que podía pervertir y contaminar la “pureza” del hombre era Ares, que sospecha encarnado en el cruel general alemán Erich Ludendorff –por cierto adición real de la Primera Guerra Mundial- siguiendo los relatos de su madre y la misión de vida de las amazonas como antídoto contra el inescrupuloso dios. Hipólita sabía por experiencia propia que la realidad era mucho más compleja pues participó en una guerra contra los humanos tiempo atrás –para mayor detalle sobre este punto, ver la película animada de La Mujer Maravilla, (2009)-, sin embargo apostó por no revelar esta verdad ni la asociada a la condición de Diana como hija de Zeus pues precipitaría el encuentro con su acérrimo rival poniendo en peligro la vida de la princesa amazona. No obstante, tal choque termina aconteciendo hacia el desenlace de la película, posterior a que Diana comprendiera que los seres humanos no son manejados por fuerzas externas o directas del dios de la guerra que alteraban su voluntad, sino que esta propiedad es intrínseca a su naturaleza. En este intercambio, Ares manifestaría lo siguiente:      

Ares: “Soy el único que te conoce, y que además los conoce a ellos como tú ahora; siempre han sido y siempre serán débiles, crueles, egoístas y capaces de los peores horrores”        

¿Se puede pensar en esto como una exageración respecto a lo que podemos ser? Bien es conocido por todos que la historia humana está repleta de conflictos, guerras, conquistas y sistemas de esclavitud que han denigrado y pisoteado la dignidad humana por medio de la fuerza y la mentira, consecuencia de ideologías, creencias y emociones anacrónicas y tribales por poder y hegemonía; evidencia empírica que constataría de principio a fin la tesis de Ares. La clave acá nuevamente reside en el hecho de no establecer generalizaciones, pues si consideramos a la libertad y la diversidad como dos pilares del mundo moderno, es porque necesariamente creemos o conocemos modelos éticos y morales virtuosos de individuos que están inclinados a ello o simplemente deciden actuar de una manera distinta en situaciones de crisis existencial, diferente a lo previsto por el dios de la guerra, y es esa la página faltante en su libro sobre el ser humano. Las acciones y filosofía de Steve Trevor, sin idealizar, dotan del más genuino realismo a esta otra faceta del hombre -un sujeto que sabe de qué está hecho el sustrato humano y tiene fe en su capacidad creativa más que en la destructiva-, y lo acercan a la noción del bien a gran escala que personifican superhéroes como Superman o la Mujer Maravilla, sin que ello de golpe nos exorcice de nuestra otra arista. En resumidas cuentas, Steve Trevor reconoce lo que el ilustrado alemán Immanuel Kant llamaría la ley moral o el imperativo categórico, esto es, tratar a los seres humanos, a nuestros semejantes, como fines en sí mismos y jamás como medios, e incluso lo llevaría más lejos explicando que debemos actuar por respeto a la ley moral por el deber mismo que ella emana, pues lo único bueno en sí mismo es la buena voluntad sin cálculos ulteriores. En oposición a ello, el mal absoluto sería esencialmente la incapacidad explícita de comprender la ley moral, es decir, que no tenga ningún sentido para una persona actuar de determinada manera que no lesione los iguales derechos de sus semejantes. De esta manera, se puede decir que las motivaciones de la Mujer Maravilla en esta cinta, al menos hasta el momento de su encuentro con Ares, eran ajustadamente kantianas.                

Por último, conviene conjeturar un poco acerca de la adhesión del amor como valor y emoción central del carácter de Wonder Woman, lo cual reafirma en su batalla final con Ares a la luz del sacrificio desprendido de Steve para evitar la explosión del avión militar en tierra cargado de las toxinas de la Doctora Veneno y la revelación de sus sentimientos hacia ella. Puede que este sea quizá el aspecto más discutido hasta ahora de la película en la crítica, tildando su razonamiento de cursi o contrario a su personalidad feminista y autónoma mostrada en las más de dos horas de filme. Nada más desacertado. En primer lugar, y para quien pueda no estar informado, esta inclusión proviene directamente de su creador, el psicólogo William Moulton Marston. El profesor español Francisco Pérez Fernández recoge la esencia de las investigaciones de aquél así:

Marston sostenía que las mujeres, muy emocionales (…) estaban fundamentalmente dotadas para el amor y predispuestas precisamente por ello a la sumisión. Esto era lo que las hacía poderosas, en tanto que partidarias de afrontar la verdad antes que adoptar otras actitudes más conflictivas o problemáticas (…) En su tesis doctoral en Havard, llegó a escribir que en condiciones de silencio, lectura, conversación narración e interrogatorio, la presión sanguínea de las mujeres varía entre 2 y 3 veces más que los hombres (…) el autor atribuye la gran variación en la presión arterial de las mujeres al hecho de poseer menor control sobre sus emociones, y en consecuencia, una vida emocional más constante y activa

Lo indicado por Marston puede analizarse desde distintos costados, unos más comprensibles y otros más controversiales, tal y como fue su vida misma. Parece algo contradictorio sugerir que el rasgo de sumisión otorgaría, ya entrando en la ficción, poder a las amazonas, pero por otro lado podría especularse que esta sería otra razón por la cual eligen mantenerse al margen de la humanidad, en atención a los resultados de Marston con sus sujetos de estudio. Ahora bien, podemos consensuar que la actitud de arresto para enfrentar la verdad frente a las alternativas que involucran maquinaciones cerebrales para la articulación de engaños representa todo un ejercicio de virtud, que en la película resulta visible sólo con Diana, pues Hipólita, recordemos, al igual que Antíope, su tía y formadora en el combate, le ocultan la verdad. Pero dejando estas figuraciones de lado, lo cierto es que tiene mucho sentido en el plano teórico afirmar que las mujeres poseen una mayor predisposición hacia el cuidado y la protección, dado que esta conducta tiene raíces evolutivas asociadas a la rudimentaria división del trabajo, pues eran ellas quienes resguardaban a los niños y atendían las actividades de cohesión social dentro de las tribus en ausencia de los hombres, que partían a la caza o el cuidado territorial, lo cual coincidiría con las investigaciones del psicólogo norteamericano. Hay una anécdota llamativa alrededor de los brazaletes que la Mujer Maravilla utiliza, infranqueables para cualquier tipo de arma: en una variante de los cómics, llamada Tierra 0, los brazaletes serían creados por Hefesto, dios griego del fuego y la forja, como un tributo a la princesa de las amazonas, siendo calificados posteriormente como brazaletes de la sumisión, pues además de ser instrumentos defensivos ante cualquier ataque, cumplirían la función de contener el poder definitivo de Diana –acaso el mostrado en la secuencia final contra los soldados alemanes, a quienes aniquila llena de furia- ya que si se los retira, sus poderes se incrementan pero a costa de ser dominada por sus instintos e impulsos más básicos lejos de la sobriedad y cultura que la caracteriza, por lo que los brazaletes cumplirían una función complementaria de «someterla” –otro rasgo de la psicología de Marston- para mantener a raya su potencial. Dicho esto, la introducción del amor como emoción medular de la amazona es razonable no sólo por lo mencionado anteriormente, sino que cabe recordar para evitar caer en reduccionismos que no hace alusión solamente al amor en sentido estricto de pareja -si bien fue ese el mensaje más fuerte- sino que apunta al amor en sentido amplio, de padres a hijos, de hermanos, de amigos y compañeros de lucha e incluso de respeto y estima por la especie, como alimento natural del alma que permite la constitución del autoestima y el amor propio en las personas, que luego irradia a todos aquellos involucrados sobre todo directa, pero también indirectamente, fundando las fibras del tejido familiar y social.

Muchos condimentos de la producción cinematográfica quedan por fuera de estas modestas consideraciones –ejemplo de ello, ahondar en la psicología de la Doctora Veneno como antagonista femenina, del general Ludendorff y de los demás miembros del equipo de Steve Trevor, que cuentan con intervenciones relevantes-, pese a ello, sirvan éstas para sensibilizar a todo aquel interesado en indagar más sobre el personaje, especialmente a niñas, adolescentes y mujeres a explorar en las motivaciones e ideas que proceden de la más importante y legendaria superheroína de todos los tiempos y lo que significa esta cinta no sólo en cuanto a la reivindicación de los derechos de las mujeres, sino de sus muy lúcidos planteamientos y lecciones sobre lo femenino en global y cómo ello de ninguna forma es excluyente del carácter, la seguridad o el aplomo en circunstancias adversas, siendo estos los factores que determinarán el tipo de persona que cada una será por elección propia. Asimismo valga este aporte para reafirmar el valor pedagógico de los cómics como vehículos alternativos para la difusión de ideas y el debate público respecto de los asuntos cruciales de nuestro tiempo, como muchos editores, artistas y profesionales comprometidos imaginaron al embarcarse en esta faena, ya que como medita Diana en el epílogo de la película, “el actuar en favor del bien o del mal es una decisión personal, algo que ningún héroe jamás vencerá”, pero si podemos contribuir a que más personas piensen y formulen sus propios criterios antes de que aquella oscuridad residente o exterior los alcance.     

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