Depredación emocional

Víctimas de una prolongada guerra psicológica a la que dictadura alguna en Venezuela se atrevió,  por lo menos, sin la alevosa pericia de la que se ha adueñado de este siglo XXI que supusimos promisor, el ambiente está teñido de una gran tristeza, tendiendo a la resignada dejadez y quizá enfilándonos hacia la  depresión crónica. Bastará con apuntar a los ojos del cubano común sorprendido por el fotógrafo,   para descubrir una mirada que ya nos es tan familiar, fatigada por  más de medio siglo de angustias, temores y desalientos acumulados.

El tratamiento dado a las más recientes jornadas de protestas, legítimas y espontáneas, convirtieron la represión en algo más que perseguir, detener y ultimar físicamente a las individualidades alzadas: una sistemática humillación, abuso y atropello, dijo rebajarnos, disminuirnos, arrinconarnos y relegarnos a la competencia por las bolsas de basura. Además, después del exitoso plebiscito del 16 de julio que supo del testimonio de los rectores para no alterar las cifras, inflándolas como algunos pedían, dándonos coraje moral, la aceptación incondicional de los comicios regionales, el modo mismo que concretó la arbitraria decisión de algunos de los factores de la oposición, contribuyó a la ambientación en cuestión.

La campaña no sólo afecta a los más abiertos opositores, sino aún a los más tímidos partidarios de un gobierno que los sabe tan desesperados como el resto de los venezolanos, con la urgencia de retener y apresar:; por  ello, en una distinta faceta del maltrato generado por el psicópata, aparece el imperceptiblemente hábil del depredador emocional. Lo importante es golpear y confundir para para demoler todo entusiasmo, generar pesimismo y desaliento, entronizar la resignación, control y dependencia emotiva.

La más elemental búsqueda por las redes digitales, nos permite caracterizar el otro lado de la represión, la más íntima de un régimen negador de las libertades, buscando – simplemente – culpabilizarnos por la insólita crisis que ha generado, por las mismas muertes y torturas que ha provocado, por los desatinos más absurdos que ha celebrado. Luego, toda transición democrática ha de incluir, para un genuino reencuentro y reconciliación, la necesarísima reestructuración de las percepciones, recobrando – desde ya – la vitalidad, la esperanza, la confianza y el optimismo que todavía no perdemos, relanzados hacia un futuro prometedor mientras haya la determinación, vocación, disciplina, perseverancia, empeño en ser libres, justos, solidarios, tolerantes, ganados para la autorrealización que apunta a la preeminente dignidad de la persona humana.

La modesta inquietud que ha ocupado parte de nuestra minería de datos, en las últimas semanas, la completó un poco más la actividad que realizó la profesora Yorelis Acosta con jóvenes de Vente Venezuela, pues, adelantándome a la hora de una distinta reunión,  por esa manía ya incurable de la puntualidad, me coleé por un rato en su interesante disertación sobre la emoción y la política. Por cierto, revelación de un interesante trabajo académico  que ella,  lo ejemplificó con el análisis de alrededor de 700 obituarios que ocasionó Chávez Frías.

Entre otros aspectos, trató de las respuestas que le han dado a la docente en torno a la situación de ahora, siendo – a modo de ilustración – de rabia en unos sitios del país, de expectativa en otros, de esperanza en algunos, y así sucesivamente.  Naturalmente, nos remitió a la importancia que los psicólogos sociales tienen y tendrán para orientarnos  al reencuentro – en definitiva – del venezolano consigo mismo que, en verdad, nunca fuimos perfectos, como jamás llegamos a la situación actual a la que nos resistimos, gracias a nuestras reservas espirituales.

Del también llamado vampirismo emocional, convertido en un hecho político, hay expertos que ayudan y pueden ayudar más. Por lo pronto, la patología ha sido intuida y detectada, como rechazada por una población que se resiste al vil sojuzgamiento.

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