¿Reformar o deformar?

“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”, aquella expresión corresponde al manifiesto comunista de hace cien años atrás, hoy el espectro busca instalarse definitivamente en las aulas de las escuelas venezolanas. En este sentido, el año escolar 2017-2018 tiene un tinte distinto al resto, nos encontramos a las puertas de la consolidación de un modelo educativo perverso, ideológico y populista.

No se trata de una acusación banal, simplista o guiada por algún tipo de enajenamiento mental, la reforma educativa impulsada por el gobierno posee un trasfondo de suma peligrosidad, donde el carácter maniqueo de los contenidos históricos busca imponer la idea del bien contra el mal, donde los benévolos arcángeles terminan estando representados por los revolucionarios soviéticos, chinos y cubanos.

La educación como sistema puede otorgar herramientas para la formación de ciudadanos críticos, con fuertes principios democráticos. Sin embargo, ese mismo sistema puede convertirse en el mecanismo idóneo para la formación de individuos dóciles con una visión corta y simplista de su pasado histórico.

La dominación doctrinal sobre las nuevas generaciones constituye un elemento primordial en los distintos regímenes totalitarios. Durante la existencia del Tercer Reich, cobraron fuerza las denominadas Juventudes Hitlerianas, una organización que tenía como objetivo preeminente la instrucción ideológica, militar y académica del nuevo ciudadano alemán, enmarcada en un contexto de fuertes características personalistas donde el adoctrinamiento se imponía a la verdadera educación. Por su parte, la revolución cultural en la República Popular China evidenció también las intenciones de controlar la sociedad a través del manejo arbitrario de la historia.

El nuevo currículo emanado del Ministerio del Poder Popular para la Educación posee una serie de aspectos que indudablemente no pueden ser desatendidos. En primer lugar, los contenidos de historia y geografía son absolutamente inconexos, siendo imposible apreciar un proceso coherente. De esta manera, Francisco de Miranda aparece como el gran representante del proceso independentista, pero no por el valor de sus ideas y proyectos, sino por su condición de blanco de orilla (que lo relegaba y excluía en una sociedad estamental).

La República de Colombia no se disuelve ante las fuertes contradicciones que la caracterizaron, en su lugar; se explica que aquella gran república fue destruida por el apetito voraz de la oligarquía decimonónica. Asimismo, el siglo XX cuna de la democracia en el continente americano, es sencillamente mutilado cobrando mayor relevancia los distintos modelos comunistas desarrollados en Europa y Asia. Lo más llamativo es que la propia expresión “democracia” sólo es mencionada en cuatro oportunidades en un documento que consta de 161 páginas. Por otro lado, el voto y carácter del proceso electoral es competencia de áreas como matemática, donde por supuesto el dato estadístico posee mayor notabilidad que el discernimiento en torno al sufragio universal, directo y secreto.

No es necesario dar muchas explicaciones para develar las verdaderas intenciones que se esconden detrás del actual currículo de educación, quizás lo más llamativo es que semejante proyecto doctrinario tiene dos años en el sistema de instrucción pública, mientras se alista para dar sus primeros pasos en el reducto de la educación privada en medio de una silente aceptación (o desinformación) colectiva.  

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