La dependencia emocional

 

Uno de los motivos de consulta más frecuente para los psicólogos es la dependencia emocional. Se trata de  un problema por el que se sufre una especie de “enganche” de la pareja porque existe una necesidad muy grande y continua de afecto.

Es algo similar a lo que se sufre con la dependencia del alcohol, por ejemplo. Afecta tanto a hombres como  a mujeres. La diferencia está en que los hombres que la sufren tienden a ocultarlo mucho más por vergüenza, agravándose de este modo el problema.

Esta situación puede vivirse de forma puntual con una relación, pero lo más frecuente es que el patrón se repita con todas y cada una de las parejas que se tienen. Esta dependencia no se debe a razones más o menos objetivas (económicas, minusvalías de algún tipo…), sino que es puramente necesidad de amor. Quien la sufre es una persona con un miedo tremendo a la soledad y que no concibe su vida sin pareja.

Un hecho que resulta llamativo es que, generalmente, el dependiente emocional busca parejas dominantes, de carácter fuerte, más bien egoístas y egocéntricas, desconsideradas, posesivas e incluso déspotas, capaces de llegar al maltrato físico y/o psicológico,  a las que idealizan en extremo. Se vive por y para la pareja.

El afectado, a pesar de que reconoce este maltrato y desconsideración, no puede dejar de estar enganchado. Es capaz de pedir perdón, incluso, por cosas que no ha hecho, con tal de que su pareja “lo quiera” y esté contenta. La colmarán de regalos y atenciones y prácticamente vivirán alertas a los gestos de la pareja para que esté contenta en todo momento.

En la base del problema, se encuentra el hecho de una bajísima autoestima que lleva al dependiente emocional a despreciarse. Son críticos consigo mismos hasta el extremo y por ello se sienten culpables, incluso, del desprecio que puedan sufrir por parte de sus parejas. Lejos de mejorar, esta situación empeora con el paso del tiempo agudizándose esa relación de “dueño/a-súbdito” que se establece en la pareja.

El desprecio del otro aumenta a medida que también lo hace la sumisión de quien sufre dependencia emocional. Es frecuente también que la relación se rompa, pero no importa. El dependiente volverá una y otra vez a la pareja, del mismo modo que el alcohólico o el drogadicto vuelve a consumir. Con cada vuelta la situación empeora pues crece el desprecio de la pareja y disminuye la dignidad y la autoestima del dependiente. Quien sufre de dependencia emocional necesita de su pareja-verdugo y si no la tiene, aparece algo similar al síndrome de abstinencia.

Se producen, incluso, enfrentamientos y rupturas con amigos o familiares por defender esta situación. El dependiente nunca llega a ser feliz. Sufre problemas de ansiedad y/o depresión y un cierto desprecio por sí mismo al ser consciente de que se está arrastrando ante alguien que no sólo no lo ama sino que incluso lo maltrata. Las personas cercanas al dependiente intentan hacerle ver que esa relación que mantiene es patológica y que sólo le hace sufrir. El dependiente se enfrentará a ellos por defender su relación e incluso exigirá a sus familiares un trato especial hacia su pareja, del mismo modo que él hace.

En su mente la persona con la que está es superior y todos los demás deben reconocer esto y hacer que esa persona sea feliz y tenga todo cuanto desee.  Esto conlleva, en la mayoría de los casos, una ruptura con sus familiares y amigos que hará que su dependencia aumente al encontrar como único apoyo en el mundo a la pareja. El aislamiento al que ellos mismos se conducen hace que el problema aumente.

También el dependiente puede llegar al abandono de sus propias responsabilidades laborales por satisfacer necesidades de la pareja. El deterioro social, familiar, laboral y personal del dependiente emocional puede llegar a ser tremendo. Si hay hijos, con mucha frecuencia se observan comportamientos de falta de respeto e incluso desprecio por parte de ellos hacia el progenitor dependiente. Aprenden a no respetar a alguien que se muestra tan falto de dignidad. También existe mala relación hacia el otro progenitor puesto que, como ya he indicado, suele ser una persona egocéntrica y desconsiderada que tampoco muestra cariño o preocupación por sus hijos.

Es fundamental iniciar cuanto antes la terapia psicológica para conseguir desengancharse de la pareja. No hacerlo puede tener consecuencias nefastas puesto que, con frecuencia, se pasa al maltrato físico y/o psicológico. Sin embargo esto que es tan obvio, resulta muy difícil que se lleve a la práctica.

Como en cualquier otra adicción, es preciso que quien lo sufre reconozca que tiene un problema y desee buscar solución. Esto resulta harto difícil puesto que el dependiente siempre encontrará mil y una excusas para justificar su comportamiento: “No lo/la conocéis bien” “Me quiere muchísimo” “Yo también tengo la culpa”… No funcionará nunca ninguna terapia que no sea iniciada por propia voluntad y como en las demás adicciones, el primer paso sería la ruptura total con la pareja para conseguir salir de la situación problemática.

¿Cómo puede actuar la familia en estos casos? No cediendo nunca para no fomentar la situación. Es decir, no hay que hacer caso al dependiente que pretenderá que se siga tratando con deferencia, respeto absoluto y sumisión a su pareja. Se trata de no abandonar al dependiente pero no ser cómplice de su relación patológica.

Sólo se puede hablar con el enfermo y explicarle que siempre podrá contar con la ayuda de la familia cuando desee poner fin a la situación. Si esto se produce, acogerlo e impedir todo contacto con la pareja y acompañarlo a terapia. El psicólogo no sólo trabajará con el dependiente, sino que irá dando pautas a los familiares sobre cómo actuar a situaciones concretas.

Características:

 

Prioridad de la pareja sobre cualquier otra cosa



El dependiente emocional pone a su relación por encima de todo, incluyéndose a sí mismo, a su trabajo o a sus hijos en muchos casos. No tiene que haber nada que se interponga entre el individuo y su pareja, que dificulte el contacto deseado con ella. Obviamente, dentro de una normalidad, pero siempre observando esa dinámica; por ejemplo, una persona va dejando poco a poco sus aficiones como el gimnasio o las clases de pintura para estar más tiempo con su compañero, hasta que prácticamente se convierte en su sombra; igualmente, una madre separada inicia una nueva relación y deja continuamente a sus hijos con sus abuelos para quedar todas las veces que pueda con el otro.



Voracidad afectiva: deseo de acceso constante


Para entender este rasgo, es muy importante que nos imaginemos que el dependiente puede decidir por sí mismo cómo, cuándo y de qué forma contacta con su pareja: luego explicaremos por qué. Suponiendo esto, si por el dependiente fuera, tendría el mayor roce posible con su pareja mediante todas las formas posibles. Por ejemplo, cuando ambos miembros de la relación están en casa, procurando estar juntos el máximo tiempo (nada de cada uno en su habitación, o uno viendo el ordenador y el otro trabajando). Asimismo, si la pareja sale con un grupo de amigos, estando todo el rato junto al otro y teniendo principalmente interacción y contacto físico con él.

¿Y qué sucede cuando, por las obligaciones que todos tenemos, los dos miembros de la pareja están separados? Muy sencillo: el teléfono móvil e internet se han convertido en dos ayudas inestimables para satisfacer la voracidad afectiva de los dependientes emocionales, sea mediante llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos o programas de mensajería con los que el dependiente puede estar online con su pareja. El contacto puede ser muy frecuente y excesivo, hasta el punto de que llame la atención al entorno o de que ocasione algún problema en el trabajo. Ni que decir tiene que la persona con dependencia también presionará lo que pueda para que su pareja, inmediatamente que termine con sus obligaciones, marche presta a reunirse con ella.

Insisto en que, si por el dependiente fuera, estaría el máximo tiempo disponible con la otra persona, y cuando esto no se consigue se compensa esta situación con otros medios de comunicación con los que hay también contacto. Cabe añadir también que este rasgo está muy acentuado en algunos dependientes emocionales, pero no en todos (como la mayoría de los que exponemos en esta sección).

Pero antes hemos dicho que nos debíamos imaginar en un supuesto: que la otra persona no pusiera pega ninguna al comportamiento voraz y “agobiante” del dependiente. Como es lógico, esto sucede a veces, pero en la mayoría de las ocasiones no es así y la pareja reclama espacio y recrimina este tipo de comportamientos. Si añadimos que también es frecuente que las personas que los dependientes escogen como pareja no siempre se comportan de una manera sensible y afectuosa, nos resulta que lo más normal sea que el otro ponga límites y condiciones al comportamiento voraz de su compañero, mediante los clásicos “no me llames tanto”, “necesito mi espacio”, “no me agobies”, “no creo que me dé tiempo a verte en toda la semana”, “quiero hacer esto solo”, etc. Y, claro, al dependiente no le queda otra que aceptar estas condiciones porque, de lo contrario, se puede producir lo que más teme: el rechazo e incluso la ruptura. Por lo tanto, no esperemos encontrarnos relaciones de “fusión” entre el dependiente y el otro porque esto sólo sucede algunas veces, ya que es precisamente la otra persona la que en muchos casos pone límites a la voracidad afectiva; además, lo normal es que dichos límites sean incluso abusivos porque el otro considera que tiene privilegios en la relación, ya que el dependiente le pone un cheque en blanco con sus nada disimulados deseos de contacto continuo y con su nada disimulada fascinación hacia él.


Tendencia a la exclusividad en las relaciones


Como en todas las características que estoy exponiendo, en esta en concreto sucede que no es más que una exageración de la normalidad. Es decir, en toda relación hay un deseo de exclusividad en el sentido de que no queremos compartir a nuestra pareja con una tercera persona. Pero no es sólo esto lo que sucede en la dependencia emocional. Aquí, además, el dependiente quiere literalmente a su pareja para él solo: todo lo demás molesta, desde amigos hasta compañeros de trabajo, pasando por los hijos.

De igual forma que sucede con la voracidad afectiva, la exclusividad es un aspecto que no se da en todos los dependientes emocionales con la misma fuerza; incluso en algunos no se produce más allá de lo normal.


Idealización del compañero


El otro se convierte con el tiempo en alguien sobrevalorado, eso si no lo ha sido desde el principio por tener un perfil determinado de endiosamiento o de lejanía hacia los demás. Será muy difícil que un dependiente emocional se enamore de alguien al que no admire o vea bastante por encima suyo, no desde un punto de vista racional u objetivo (por ejemplo, que sea mejor profesional o más inteligente), sino en general, como una sensación que él experimenta de estar con alguien más importante o más elevado y que transmite deseos de estar junto a él.

No obstante, no sólo se producirá una sobrevaloración general de la pareja sino que también se podrán distorsionar sus méritos y capacidades. Por ejemplo, si es artista o empresario, será de los mejores en su trabajo; si es más o menos atractivo, será el más guapo; si es prepotente en su forma de hablar, será muy inteligente; etc.

Al final, uno de los elementos que más influyen en esta idealización es cómo trata la persona al dependiente emocional. Cuántas veces he escuchado en mi consulta la afirmación de que los flirteos o pretensiones amorosas de alguien se consideran signo de debilidad o de comportamiento “baboso” (provenga de quien provenga, incluso de personas que pueden despuntar por su trabajo o por otras facetas), mientras que el desprecio, el escaso interés o la prepotencia se interpretan como signos de poder, fuerza o elevación. Realmente, no son aspectos concretos de otro individuo los que lo convierten en idealizable, sino su perfil general y, especialmente, el trato de dicho individuo hacia el dependiente emocional.



Sumisión hacia la pareja

 


La consecuencia lógica de ser muy voraz afectivamente, de priorizar a la relación sobre cualquier otra cosa o de idealizar a la pareja, es que el trato hacia ella va a ser de subordinación, es decir, “de abajo a arriba”, como si alguien muy bajito se dirigiera a un gigante al cual necesita. Da la sensación en ocasiones de que los dependientes se comportan con sus parejas como sacerdotes que realizan ofrendas a algún dios al que le permiten absolutamente todo, al que le justifican todos sus actos y al que, a pesar de los pesares, le intentan satisfacer con lo que pida.

Antes he puesto el ejemplo de esa persona que le hacía la cena a su marido y a su amante en su propia casa, pero podría poner otras situaciones de sumisión como las de aceptar todo tipo de descalificaciones por parte del otro, permitir infidelidades, hacer siempre lo que quiere la pareja, soportar las descargas de sus frustraciones –que pueden llegar incluso al plano físico- o también ser y actuar como pretende o desea el compañero.



Pánico ante el abandono o el rechazo de la pareja



El dependiente emocional idealiza tanto a su compañero y se somete tanto a él, considerando la relación de pareja como lo más importante de su vida, que le tiene verdadero terror a una ruptura. Hay personas que, literalmente, se encuentran incapaces de romper una relación, y no por quedarse descolgadas en el plano económico o de cualquier otra forma, sino porque afectivamente lo encuentran devastador. En estos casos no vale la frase de “más vale solo que mal acompañado”; es más, una de las manifestaciones más usuales tras una ruptura es “con él estaba fatal, pero es que ahora estoy mucho peor”.

Como veremos en la siguiente característica, en muchas ocasiones es el terrorífico síndrome de abstinencia el que acongoja de tal manera al dependiente que le hace pensar y sentir con absoluta realidad que es totalmente imposible romper la relación, y que si no lo hace el otro no habrá forma humana de que se produzca esa situación.

Pero lo más normal es que las rupturas no solo se consideren inalcanzables, sino que además no se deseen en absoluto. El dependiente emocional, en casos graves, puede aguantar prácticamente todo con tal de que no se rompa la relación porque prefiere estar fatal dentro de ella que sin sentido de la vida o de la existencia fuera. Esto produce un gran terror a los rechazos en el seno de la pareja, a los  comportamientos de escasa aprobación o a los signos que se den por parte del otro que indiquen una falta de interés o una falta de cariño.


Trastornos mentales tras la ruptura: el “síndrome de abstinencia”


Ya he expuesto que los dependientes tienen un miedo cerval a lo que acontece tras una ruptura, que es el “síndrome de abstinencia”, llamado así por analogía a las adicciones a las drogas. Este bien llamado síndrome supone realmente el padecimiento de un trastorno mental que variará según la persona y según la intensidad, pero que de manera habitual es un trastorno depresivo mayor con ideas obsesivas, o, dicho en otras palabras, una depresión muy fuerte con pensamientos repetidos y angustiosos en torno a un tema que, en este caso y como no podía ser de otra forma, es la relación perdida y todo lo que ello conlleva: recuerdos, planes para reanudar la pareja, remordimientos por supuestos errores cometidos, etc.

El golpe psicológico es tan brutal que no sólo hay una inmensa tristeza, sino que además habitualmente se sufren síntomas de ansiedad intensos que impiden la concentración y que se traducen en molestias físicas o sensaciones muy desagradables, y también en pensamientos sobre el poco sentido que tiene la vida que pueden derivar en ideas suicidas. En este sentido, recuerdo perfectamente a una persona que nada más entrar por primera vez en mi consulta me dijo que ya tenía fecha para morirse. Esto llama la atención porque se suelen asociar las ideas suicidas con otros problemas, pero en la dependencia emocional y muy especialmente dentro del síndrome de abstinencia se dan, aunque hay que decir que lo más usual es que sólo se dé, que no es poco, una pérdida muy sustancial de apego por la vida.

En el síndrome de abstinencia lo que domina es el deseo de retomar la relación, las ideas continuas de, con cualquier excusa, contactar con la otra persona para no tener la sensación de pérdida o de desaparición definitiva. A veces, estas excusas se las da el individuo a sí mismo en forma de autoengaño, por el que uno se autoconvence de que no pasa nada por llamar a la ex pareja ya que se puede tener una simple amistad, o de que sólo se está contactando con el otro para “cantarle las cuarenta”.

Todo el padecimiento descomunal de este síndrome desaparece de un plumazo con una simple llamada de la otra persona. Donde había lágrimas, ansiedad y auténtica desesperación, se pasa a la tranquilidad y a la sonrisa.



Búsqueda de parejas con un perfil determinado



El tipo de persona que suele preferir el dependiente emocional, al que llamaré “objeto” , es normalmente alguien engreído, distante afectivamente, egocéntrico, y a veces hostil, posesivo o conflictivo. También hay un perfil habitual y es  de la persona con problemas, con un fondo importante de vulnerabilidad o fragilidad emocional con el que el dependiente se identifica, produciéndose igualmente una relación desequilibrada con ella por la que  se intenta cuidar y controlar a  dicha persona, mientras que ella, en muchas ocasiones, se aprovecha de ese comportamiento sumiso y atiende sólo a intereses egoístas o también afectivamente enfermizos.


Amplio historial de relaciones de pareja, normalmente ininterrumpidas


Puedo decir, en tono jocoso, que las primeras visitas con un dependiente emocional son un listado inagotable de relaciones de pareja que se producen desde la adolescencia. Estas personas viven su vida alrededor del amor y no la conciben sin él: necesitan, o eso creen ellas, a alguien permanentemente a su lado. Por este motivo, nada más terminan una relación, y aunque sea en pleno síndrome de abstinencia, buscan otra persona para reemplazar a la anterior, incluso al mismo tiempo que se intenta reanudar dicha relación rota.

Normalmente, el tiempo que transcurre entre una relación de pareja y otra es muy escaso, y cuando es largo puede deberse a que todavía se arrastre la que se ha roto (por ejemplo, siendo amante de la ex pareja y estando siempre pendiente de cualquier contacto por su parte) o a que se mantenga una actitud de constante flirteo por la que el dependiente no se siente realmente solo, ya que tanto por internet como por el teléfono móvil hay correos electrónicos, mensajes de texto y demás que producen sensación de inmediatez y de proximidad; esto sin contar las citas puntuales que se den con estas personas con las que existe dicho flirteo.



Baja autoestima



Por obra general, los dependientes emocionales son personas que no se quieren a sí mismas. ¿Qué significa quererse a sí mismo? Porque esto realmente es algo muy abstracto, por más que tenga manifestaciones concretas y de lo más palpables. Quererse a uno mismo no significa necesariamente que tenga que considerarse con virtudes o cualidades; por ejemplo, considerarse guapo, buen profesional, inteligente, etc. Existen dependientes emocionales y otras personas que saben racionalmente que presentan algunas de estas cualidades, y sin embargo no se quieren de una forma adecuada. Lo que acabamos de describir es el autoconcepto, es decir,  la idea racional que todos tenemos sobre nosotros mismos. Digamos que sería un listado de cualidades, carencias, virtudes y defectos que todos tenemos sobre nosotros.

No obstante,  la autoestima es algo diferente al autoconcepto, aunque en muchas ocasiones van por caminos similares. De igual forma que podemos considerar a alguien guapo o inteligente pero al mismo tiempo detestarle; podemos pensar sobre otra persona que no es muy atractiva pero que estamos con ella a muerte. Los sentimientos no tienen por qué ir necesariamente por el mismo camino que nuestra idea racional.

Querernos a nosotros mismos es exactamente lo mismo que querer a uno de nuestros seres queridos, pero siendo uno mismo el destinatario de esos sentimientos. Podemos protegernos cuando nos atacan, consolarnos si estamos sufriendo, ayudarnos cuando tenemos problemas haciendo lo posible por resolverlos, valorarnos cuando hacemos las cosas bien, alegrarnos si nos ocurren cosas positivas, y sobre todo no poner condiciones para querernos. Demos ahora la vuelta a la situación y pongámonos en cómo se trata una persona sin autoestima, sea como sea su autoconcepto: no se protege cuando recibe ataques e incluso se los inflige ella misma, no se consuela si está sufriendo sino que aprovecha su vulnerabilidad para atacarse más duramente, se hunde ante las adversidades sin intentar resolver sus problemas, no se valora cuando hace las cosas bien sino que se busca el error o el defecto, y se pone condiciones para quererse como despuntar en el físico, tener muchos estudios, posición social, etc., ya que cualquier pretexto es bueno con tal de escatimarse el cariño.



Miedo a la soledad



Verdaderamente, no es de extrañar que si alguien tiene esos sentimientos hacia sí mismo no soporte estar solo, porque es como estar continuamente junto a alguien al que detestamos. Por ejemplo, los dependientes no aguantan mucho tiempo estar solos en casa o con la perspectiva de no salir en todo el domingo: enseguida se buscan planes o llaman por teléfono a alguien con cualquier excusa. La soledad les provoca incomodidad, malestar e incluso ansiedad, y la idea más o menos intensa de que no son importantes para nadie, de que nadie les quiere y están abandonados.

Aparte del temor a esta soledad en un sentido extenso, también temen a la soledad entendida como “estar sin pareja”. No cabe duda de que aquí es un temor cercano al terror: les da auténtico pavor no tener a alguien ahí sea como pareja o como sucedáneo (una aventura, un flirteo continuado…) La consecuencia, como ya he dicho, es el encadenamiento sucesivo de relaciones para evitar esas sensaciones tan desagradables.


Necesidad de agradar: búsqueda de la validación externa


Este rasgo no aparece en todos los dependientes, pero sí es bastante común. Cuando aparece, el individuo intenta satisfacer a la mayoría de las personas con las que trata, de manera que se les quede a dichas personas una idea inmaculada del dependiente. Necesita tanto de la aprobación externa que lo pasa francamente mal cuando no la tiene o cuando interpreta que ha sido rechazado; en estas situaciones, es habitual que haga “comprobaciones” de la relación como llamar por teléfono para ver si todo sigue igual con esa persona o para detectar anormalidades en el tono de voz, por ejemplo.

Los dependientes que se comportan así suelen ser modélicos para los demás. No crean conflictos con sus familiares más próximos, no ponen problemas para planificar las citas con los amigos, se prestan a cualquier cambio de turno imprevisto que haya en el trabajo, no se adhieren a ningún grupo sino que intentan llevarse bien con todas las personas, etc. Son descritos por los otros como buenas personas que intentan favorecer siempre y que se desviven por ayudar.

Los dependientes que necesitan agradar presentan una tendencia muy marcada a la validación externa. Esto significa que su valor no se lo dan a sí mismos, sino que lo cogen prestado del que reciben de los demás. Por ejemplo, un dependiente puede haber quedado inicialmente satisfecho de un informe que ha hecho en el trabajo, pero si no le ha gustado al jefe dudará de su desempeño. Una persona con tendencia a la validación interna criticaría la postura de su jefe y continuaría manteniendo su criterio. En los dependientes con buen autoconcepto y en situaciones similares, podrían disponer de esta tendencia a la validación interna, pero en situaciones distintas de tipo afectivo que impliquen aceptación o rechazo nos aparecerá de nuevo la tendencia contraria, es decir, la que proporciona el valor por parte de los otros: por ejemplo, si un compañero de trabajo no invita a una celebración de cumpleaños a un dependiente, este se considerará poco querible, poco válido por sentirse rechazado. Otra persona con una tendencia a la validación interna se mostraría dolida o disgustada, pero respetaría la decisión o la criticaría sin por ello alterar su idea sobre sí mismo porque su valía como individuo no depende de la valoración o del rechazo ajenos.

Test de Dependencia emocional

 

 

  • Creo que tengo una autoestima adecuada, con un concepto aceptable de mí mismo/a y me valoro positivamente como persona. Soy digno/a de ser querido/a por otras personas.

 

No

A veces no estoy tan seguro de esto

 

  • Si detectara de manera prolongada falta de cariño por parte de mi pareja, desprecios y humillaciones rompería mi relación enseguida.

 

No rompería, intentaría arreglarlo por todos los medios a mi alcance

Quizás, dependería de las circunstancias

Es algo imperdonable, rompería sin más

 

  • He padecido problemas de ansiedad o depresión (con síntomas como nerviosismo, llanto, tristeza, insomnio, pérdida de peso, etc.), relacionados con el miedo a la ruptura con mi pareja, o con ciertas actitudes de mi pareja en el transcurso de la relación.

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

 

  • No he sufrido nunca problema alguno con la comida (como atracones, vómitos provocados, restricción drástica y desproporcionada de la alimentación).

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

 

  • En las relaciones de pareja he asumido intencionadamente un papel sumiso/a, viviendo exclusivamente para la otra persona.

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

 

  • Mis relaciones sentimentales creo que han sido generalmente desequilibradas, yo he aportado más que mi pareja.

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

 

  • Cuando alguien cercano a mí me realiza una crítica…

 

Me siento fatal, creo que ya no le gusto o incluso ha dejado de quererme

Tengo la sensación de que esa persona no está haciendo el esfuerzo necesario por comprenderme

Pienso que yo soy así y que se está entrometiendo en mi forma de ser

 

  • Prefiero estar solo/a antes que mal acompañado, en lo que a relaciones de pareja se refiere.

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

 

  • Las personas que me suelen gustar como pareja han resultado ser frías, egocéntricas y arrogantes.

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

 

  • No puedo concebir mi vida sin estar en pareja, porque es un elemento absolutamente imprescindible para mí.

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

 

  • Me hace falta saber siempre algo de mi pareja, necesito tener contacto con ella continuamente porque si no me desespero.

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

 

  • He llegado a suplicar a alguna de mis antiguas parejas reanudar la relación, aunque ésta me hubiera manifestado claramente su negativa a hacerlo o incluso ya estando con otra persona.

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

 

  • Mientras he estado en pareja, he descuidado mis amistades o mis responsabilidades.

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

 

  • Me ilusiono en exceso al principio de una relación, muchas veces sin apenas conocer a la otra persona.

 

Nunca o casi nunca

A veces

Siempre o casi siempre

Cómo saber si eres dependiente emocional

La existencia de una serie de factores, los cuales pueden convivir simultáneamente, pueden ayudar a verificar si una persona sufre dependencia emocional, algunos ejemplos son los que siguen:

  • Sientes que es imposible que te amen, a no ser que otra persona lo apruebe.
  • No confías en tus propios sentimientos, necesitas recurrir a otros externos para “validar” los tuyos propios.
  • Necesitas la atención de diferentes personas para sentirte bien.
  • Tienes miedo al rechazo.
  • No saber que hacer contigo mismo cuando no estás junto a los demás.
  • Tienes miedo a estar solo.
  • Te sientes vacío por dentro.
  • No sabes divertirte a menos que estés con alguna persona que sí sepa cómo.
  • Eres celoso tus relaciones amorosas. Si ese es el caso, te recomendamos este artículo para aprender a superar los celos: Cómo controlar los celos
  • Te enojas cuando los otros no hacen lo que tú quieres que hagan.
  • Crees que todas tus buenas emociones provienen de la otra persona que te ama y es la causa de todas ellas.
  • A menudo culpas a otros por tus sentimientos: la ira, el miedo, incertidumbre, etc.
  • Crees que tu seguridad depende de otra persona.
  • Estás a menudo deprimido, enojado y/o avergonzado por cualquier cosa.

Vuelvo a remarcar que esta no es esta una lista completa, pero espera para que sirva de idea de partida. Para dejar de ser emocionalmente dependiente, debes empezar por asumir la responsabilidad de tus propios pensamientos y sentimientos.

La libertad emocional: tratamiento para superar la dependencia emocional

Con este término definimos el concepto antagonista de la subordinación emocional. Eres libres emocionalmente cuando:

  • No te ves a ti mismo como víctima. En cambio, tomas responsabilidad por haber causado tu propio sufrimiento observando cómo te auto-tratas.
  • Te nutres y aprendes de tus malos momentos de tristeza, dolor y soledad en situaciones dolorosas, como por ejemplo, la muerte de un ser querido.
  • No estas gobernado por tus sentimientos, y, en lugar de ello, reconocemos que la felicidad, la paz y la alegría, provienen de nuestro propio cuidado.

Si dejamos que estos estén determinados por otras personas que no seamos nosotros mismos, si nos dejamos llevar y hacemos responsables de nuestro dolor a nuestra pareja, favoreceremos la aparición de la dependencia emocional.

No obstante, conviene señalar que recuperarse de la dependencia emocional, como la recuperación de cualquier otra adicción, conlleva cierto síndrome de abstinencia, del que vamos a hablar a continuación.

El síndrome de abstinencia de la subordinación emocional

El síndrome de abstinencia de la dependencia emocional se caracteriza por los siguientes síntomas:

  1. Pensamientos obsesivos: Durante el síndrome de abstinencia de la dependencia de la emoción, es habitual que la persona dependiente tienda a sentir pensamientos obsesivos relacionados con la antigua pareja. Además, durante este
  2. proceso, se tiende a idealizar los buenos momentos e ignorar los malos, haciendo que la sensación sea mucho más dolorosa.
  3. Necesidad de tener contacto con la pareja: La persona que se está recuperando de dependencias emocionales, tiende a tener una necesidad incontrolable y compulsiva de mantener algún tipo de contacto con la pareja, a pesar del sufrimiento y humillación pasadas.
  4. Angustia, desesperación y ansiedad: Producida por la falta de contacto con la persona de la que se siente dependiente.
  5. Intentos de retomar la relación: Otro síntoma habitual durante el síndrome de abstinencia de la dependencia emocional es el intento de volver a tener una relación con la expareja, aunque ello implique humillante y atente contra la propia dignidad. En este punto lo único que importa a la persona es apaciguar la soledad que le provoca la ruptura y llenar el vacío que siente.
  6. Dificultad para conciliar el sueño: Como en la mayoría de síndromes de abstinencia, la falta de la “droga” implica una dificultad para conciliar el sueño por las noches.

Podría pensarse que esto es una exageración y que no existe tal síndrome de abstinencia en una persona con subordinación emocional, pero la prueba de que sí existe es que, si la persona de la que depende le genera alguna expectativa de retomar la relación, porque pequeña que sea, los síntomas remiten instantáneamente.

Por último, conviene señalar que la duración del síndrome de abstinencia de la dependencia emocional es variable, y puede llegar a durar meses o incluso años (de hecho, es extraño que dure poco tiempo)

En definitiva, toma responsabilidad sobre tus sentimientos y aprende, junto a tu pareja, a mejorar el propio auto-pensamiento. Recordad, somos lo que pensamos, sentimos y hacemos.

Stefania Aguzzi
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