Superescuela de anomia

Huelga comentar el profundo y sostenido proceso de deterioro del metro de Caracas, antes tan emblemático para el continente mismo. Fueron no pocos los años de una convincente gerencia de mantenimiento para la calidad óptima de un servicio, cuyas fallas eran tan excepcionales como notorias, por modestas que fuesen.

Valga acotar, el desarrollo gerencial que lo hizo competitivo, entre las pocas empresas públicas. El empleado de una compañía predominantemente ajena a los avatares partidistas, en continua formación y con salarios atractivos, velaba por una carrera que lo calificaba para el potencial desempeño en el sector privado; varias veces, se dijo, con un prestigio equivalente al empleado petrolero.  Empero, no sin olvidar que Nicolás Maduro salió de sus filas, aunque con el testimonio de una actuación nada halagadora, deseamos referirnos a otro aspecto: el del diario uso del transporte.

El subterráneo fue un modelador de la conducta ciudadana, con reglas muy claras y de una permanente e ingeniosa promoción. En un ambiente de pulcritud y orden, la violación de las líneas de seguridad, el entorpecimiento de la circulación a la izquierda, el escándalo o el consumo de bebidas, alimentos y golosinas en sus instalaciones, se convertía en una rápida, significativa y eficaz sanción moral del resto de los usuarios,  por ejemplo.

Por todos estos años, agudizándose las precariedades de un medio que agrede, ya no hay control ni auto-control en la transportación, pues, ni siquiera existe el rayado que canalizaba las filas de personas para acceder al vagón, siendo lamentable y extremadamente válido irrespetarlas para un violento acceso en el que, obviamente, están en desventaja las mujeres, los muy niños o los muy viejos, en un complot permanente de las sobrevenidas reglas de la supervivencia – digamos – en movimiento, siendo otra la enseñanza extrema de anti-ciudadanía.  Por supuesto, podemos convenir en un extenso catálogo de agravios, antes impensables, como también en la resignada y siempre sospechosa gratuidad del servicio al fracasar resueltamente la política oficial el transporte de superficie, pero no cabe la menor duda de la flagrante ultrapartidización de la empresa que abona a su sistemática destrucción: no faltaba más, día a día la propaganda radial en las estaciones, con Maduro tejiendo cualquier sandez con las recurrentes canciones de Alí Primera, completan un cuadro inmerecido de tormentos para la dura rutina, incluidos los empleados que, a veces, bajan el volumen, lo apagan o celebran el desperfecto de los equipos de sonido.

Consabido, en los deleznables tiempos capitalistas del servicio, según la consigna, era natural que los discapacitados recibiesen el auxilio del personal de la empresa para desenvolverse en las instalaciones, pero luego, deseando una campaña publicitaria de (re) sensibilización, en los fortuitos tiempos del socialismo, quisieron convencernos que el gesto llevaba exclusivamente su sello. Suponemos que, quebrada la empresa, nada atrayente lograr un contrato de publicidad con ella, abandonaron cualesquiera campañas de orientación, excepto – algo efímera – insistir en que “juntos” se puede mejor la prestación, aunque siempre será fácil deducir que la ciudadanía intenta aportar lo suyo, mas no el Estado responsable de la debacle que, por cierto, literalmente ha castigado a numerosos sectores de la ciudad, quitándoles las líneas de metro-bus, de acuerdo a la intensidad de las protestas que protagonizaron en 2017.

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