Memorandum

Hace más de un año, el país inició una de las más prolongadas y heroicas jornadas de protesta contra la dictadura. Empequeñecidas las calles y avenidas para  elevar su testimonio, la ciudadanía hizo suyas las principales autopistas en una abierta y – ante todo – pacífica manifestación de rechazo que fue, desmedida y ferozmente, respondida por Maduro Maduros.

Lo curioso es que todavía hay paredes en la ciudad capital que exhiben un temprano llamado a la violencia represiva, profundizando en el insólito deterioro de una urbe que fue, décadas atrás, más amable y segura que ahora. Tinta obstinada, en las cercanías de la sede  parlamentaria, los muros están sellados por la estampa de un soldado, rodilla en tierra, disparando su arma, con la leyenda “Los colectivos toman Caracas en defensa de la ¡revolución!”.

Habituados a las agresiones físicas, visuales y verbales del oficialismo, pocas veces reparamos que, uno o dos meses antes de abrirse las protestas, a la vista de todos, masivamente, la propaganda de guerra había saturado las calles caraqueñas. Fue una deliberada y clarísima advertencia, luego cumplida, con la sangre de numerosos jóvenes.

A veces, nos preguntamos si los servicios de (contra) inteligencia olfateaban, además, la magnitud de los eventos y permitieron o auspiciaron esas pintas, sirviendo de contraseña. O fue una actividad espontánea, corporativa, casual, autorizados a hacer o  que les venga en gana.

Los muros de la ciudad, por muy estación del metro que fuese, todavía están manchados con las evidencias guerreristas. Un grafiterismo que se convierte en confesión de un proceder inhumano, recordémoslo.

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