Entre la liberación y la liberalización

Las economías de los regímenes totalitarios del siglo XX fueron manejadas de diversas maneras guardando las distancias doctrinarias, ideológicas y culturales, pero todos apuntando a sistemas donde la autarquía prevalecía. Fueran economías de guerra como la nacionalsocialista alemana o la fascista italiana o inclusive economías planificadas como la soviética posterior a la guerra, los totalitarios suelen ver la economía bajo la lupa de la autosuficiencia a medida que el Estado lo controla todo (visión más de izquierda) o el Estado se favorece de las relaciones políticas, usualmente forjadas por el miedo o las amenazas, con empresarios que laboran en función del sistema, una conducta más de derecha por así querer analizarlo. El punto importante es que todas suelen desembocar en un punto donde el sistema productivo se comienza a paralizar y son necesarias efectuar medidas o regulaciones que suelen ir de la mano con la liberalización de ciertos mercados.

No es sorpresa que el chavismo llegue a este punto habiendo destruido todo el aparato económico del país, comenzando por su industria principal, el petróleo que los hace meritorios de un puesto en los libros de historia como el primer totalitarismo petrolero que fracasa y colapsa pues, ni en la Libia totalitaria de Gadafi, la economía llego a estar tan destruida como la venezolana que ha superado también los records históricos de hiperinflación de la República de Weimar (1923) de 29.525% y la propia Unión Soviética, cuyo máximo período hiperinflacionario fue entre 1921 y 1922 con 213%. Inclusive, de proponérselos y continuar en el poder, el chavismo podría empatar e inclusive superar los peores casos jamás antes visto en la historia, la de la Yugoslavia de 1994 con 313 millones%, el Zimbabue de 2008 con 79.600 millones % o el peor de los casos, la Hungría de 1946 con 41,9 cuatrillones% de hiperinflación en donde los precios de los bienes y servicios se duplicaban cada 15 horas.

El régimen sabe que la Comunidad Internacional, principalmente los Estados Unidos, han impuesto un cerco financiero muy cuesta arriba para que el régimen pueda oxigenarse por vías lícitas. Su mayor financiamiento en estos momentos proviene de vías ilícitas cuyas redes empiezan a desempolvarse desde Miami a Sicilia, dando con quienes han fungido como testaferros del mayor desfalco al país en su historia republicana. Ante esto la estrategia del régimen busca persuadir sanciones enviando a la comunidad internacional un mensaje de “reflexión” y “cambio en la orientación de las políticas” para mejorar la situación económica a partir de una serie de medidas que inician con la liberalización, en parte, del mercado de divisas a través de la inconstitucional e ilegítima derogatoria del control de ilícitos cambiarios.

En 1959 el dictador español Francisco Franco puso en marcha el Plan de Estabilización que pretendía generar una transición entre la decadente economía de guerra española predominantemente autárquica y una economía que abriera los mercados, respetara las libertades económicas de los españoles e incentivara la producción nacional mientras se abrían las puertas del comercio internacional; todo esto manteniendo un sistema totalitario intacto en donde las libertades políticas estaban negadas y ciertos derechos civiles estaban prohibidos. Así, la España empobrecida de los 50 pasaba a convertirse en los 70 en una de las economías más estables de una Europa que, a diferencia de España, había recibido el apoyo y financiamiento del plan Marshall, peor que continuaba siendo totalitaria. Esta anécdota, sirve para describir la modalidad con la que el chavismo pretende dar este salto que los totalitarismos históricamente han dado cuando sus economías dejan de funcionar y sus pueblos empiezan a calentar las calles por el hambre y la miseria en la que viven. En el peor de los casos, el chavismo podría impulsar ilusorias liberalizaciones tal como los planes quinquenales soviéticos lo hicieron y dejaron como consecuencia más pobreza y más hambre.

Sin embargo, muchas de estas reformas fracasan al no entender que la palabra clave para que las economías funcionen bajo su curso normal y natural, es la confianza. La confianza en este caso pretende ser ganada por parte del chavismo ante los actores de la comunidad internacional que más le puedan interesar para detener el avance de las sanciones y el aumento del cerco financiero, así como también buscar uno que otro aliado comercial o inversionista amante al riesgo que invierta en un determinado sector. Sin embargo, el chavismo también busca impactar ‘positivamente’ dentro de la sociedad venezolana para ganar esa cuota de confianza que también pueda ayudarles a superar las presiones extranjeras. Ahora bien, ¿Confía en un sistema que le permite -relativamente- cambiar divisas pero que no le garantiza a usted la tenencia de su propiedad? ¿Cree que será seguro bajarse de su automóvil con $100 para ir a cambiarlos en alguna de las casas de cambio designadas por el régimen sin sufrir un robo o inclusive ser asesinado?

No podemos confundirnos, la medida es necesaria, pero sin chavismo y bajo un nuevo gobierno que asiente unas nuevas reglas de juego supervisadas por un Estado de Derecho que terminó de ser sepultado. En efecto, el solo hecho de considerar que la medida es necesaria bajo este sistema es darle la confianza que el tirano busca y la legitimidad de lo más ilegítimo que ha tenido Venezuela, la Asamblea Nacional Constituyente. No nos equivoquemos, el término que hoy buscamos los venezolanos no es una liberalización sino una urgente liberación de este sistema totalitario y mafioso que nos permita asentar una economía realmente liberalizada.

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