(ARGENTINA) El kirchnerismo, en el espejo de Venezuela

El kirchnerismo cometió una excepción: fue coherente. El apoyo al régimen dictatorial de  Nicolás Maduro forma parte de la biografía de los Kirchner y de su insalvable destino. En el chavismo se refugió  Néstor Kirchner cuando se fue de la presidencia. Promovió entonces un diálogo con la guerrilla colombiana que fracasó. Por mediación de  Hugo Chávez ,  Cristina Kirchner llegó mucho después al gobierno iraní y a la firma del tratado sobre el criminal atentado contra la AMIA. La historia posterior es conocida: la denuncia de ese pacto le costó la vida al fiscal Alberto Nisman y el tratado fue declarado inconstitucional por la Justicia argentina. Maduro es una secuela caricaturesca de Chávez, como de alguna manera Cristina Kirchner lo fue de su marido muerto.

Cuando Chávez llegó al poder, en febrero de 1999, el precio del barril de petróleo era de 10 dólares. Cuatro años después, en 2003, el precio del barril superaba los 100 dólares. El ingreso a Venezuela de una cantidad diez veces mayor de petrodólares explica en gran medida el éxito del chavismo.

El monumental despilfarro de ese dinero (y la consiguiente corrupción) revelan las razones de la crisis terminal que se abatió ahora sobre Maduro. Venezuela tiene la mayor reserva de petróleo del mundo, por encima de Arabia Saudita, de los Emiratos Árabes o de Rusia. Pero los venezolanos se mueren de hambre o por falta de medicamentos esenciales. Un país potencialmente rico puede terminar arrastrándose en el fracaso. El populismo no es solo una forma de enfrentar a la sociedad con sus instituciones, que también lo es, sino una receta extremadamente ineficaz para gobernar. Maduro no se está cayendo por autoritario, sino por inepto. China, por ejemplo, es gobernada por uno de los sistemas más autoritarios del mundo, pero su eficacia está fuera de discusión.

Cuando los Kirchner gobernaban la Argentina, el precio de la soja trepó hasta los 630 dólares la tonelada. Ahora cuesta menos de la mitad. Sin embargo, Cristina Kirchner dejó un déficit fiscal de más del 7 por ciento del PBI, una inflación escondida de casi el 30 por ciento y una pobreza superior al 30 por ciento. El Banco Central se quedó sin dólares al extremo de que la expresidenta le impuso un cepo a la compra de moneda norteamericana. Los Kirchner recibieron el país en default y lo entregaron en default. ¿Cómo pedirle al kirchnerismo que cuestione al chavismo si son casi lo mismo? La única diferencia, y no menor, es que el kirchnerismo no llegó a los niveles criminales de persecución política (aunque la hubo a opositores y periodistas), a la colonización absoluta del Poder Judicial (aunque la intentó sin suerte) ni al descarado fraude electoral. El camino del kirchnerismo, guste o no, terminaba en una crisis política y económica parecida a la que padece ahora Venezuela. Ese camino giró dramáticamente en 2015, y salvó al país del destino venezolano, cuando cambió el gobierno argentino. Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con  Macri , pero no se le puede negar esa conversión decisiva de la política local.

El gobierno de Maduro es un régimen militar. Todo el mundo está pendiente de qué hacen o qué dicen los militares venezolanos. El poder de la nomenclatura civil del chavismo casi ha desaparecido. Cristina Kirchner hizo un intento similar cuando le dio el poder militar y los servicios de inteligencia al general César Milani (ahora preso por delitos de lesa humanidad después de haber puesto el Ejército al servicio del «movimiento nacional y popular»), pero la sociedad argentina no es la venezolana. Una clase media más numerosa y más sofisticada significa aquí un reparo a los excesos políticos. La sociedad argentina, además, vivió el militarismo durante varias décadas en el siglo pasado como para repetir esa lamentable historia, que ahora ya es un anacronismo en cualquier lugar.

Con el apoyo de los militares, Maduro convocó a elecciones a todas luces fraudulentas. Adelantó los comicios presidenciales con el beneplácito de la autoridad electoral (CNE), cooptada por el chavismo; inhabilitó para participar de las elecciones a los principales partidos y dirigentes de la oposición, y obligó a los votantes a presentarse en los centros de votación con el «carnet patriótico», que obviamente lo concede el gobierno de Maduro. Tampoco convocó a elecciones de legisladores para la Asamblea Nacional, según lo estipula la Constitución. La abstención fue altísima; solo el 46 por ciento de los inscriptos se presentó a votar.

Venezuela tiene dos presidentes. Uno,  Juan Guaidó , con más reconocimiento entre los países occidentales y con el apoyo de la mayoría inmensa de América, desde Canadá hasta la Argentina y Chile. El otro, Maduro, es solo reconocido por gobiernos autoritarios (Rusia, China, Turquía).

La diarquía no puede ser eterna. Los intentos de negociación fracasaron uno tras otro, porque Maduro los convalidó solo para ganar tiempo, incumplirlos y fraccionar a sus opositores. Fracasaron las gestiones del papa Francisco, de una comisión de expresidentes liderada por el español José Luis Rodríguez Zapatero y hasta una gestión embrionaria de la OEA. La propia Unión Europea apoya ahora a Guaidó, pero no lo reconoce porque aspira a mediar en una negociación. Maduro les dice que sí a todas la iniciativas de diálogo después de una treintena de muertos. Luego las dinamitará. Guaidó y la oposición unánime no quieren saber nada de negociaciones porque saben que será tiempo ganado por Maduro. En la Argentina, Macri denunció al chavismo desde la campaña electoral y lo sigue haciendo, ahora con la ejecución convencida de esa política por parte del canciller Jorge Faurie. El de Macri fue uno de los primeros gobiernos en reconocer a Guaidó como presidente interino de Venezuela. La Cámpora, el bloque de diputados kirchneristas, Luis D’Elía y Hebe de Bonafini (es decir, Cristina) apoyan al régimen militar de Maduro, aun contra la opinión de gran parte de sus propios votantes. Según una encuesta de D’Alessio/Berensztein, solo el 20 por ciento de los votantes del Frente para la Victoria apoya a los gobiernos de Venezuela y Cuba. En esa medición, la frase «la democracia tiene errores económicos, pero es el mejor sistema de gobierno que existe» recibió el 90 por ciento de aprobación. El 65 por ciento de la sociedad cree que Macri debe intervenir en la crisis de Venezuela. Macri interviene, ni lerdo ni perezoso.

El gobierno de Estados Unidos podría darle un golpe mortal al régimen de Maduro solo con no comprarle más petróleo. De ahí proviene casi la única caja recaudadora de dólares. Un historiador venezolano, que prefiere que no se diga su nombre, suele afirmar que «si Estados Unidos dejara de comprarnos petróleo, Venezuela volvería en horas a la Edad Media». La otrora poderosa petrolera venezolana PDVSA tiene tres refinerías cruciales en territorio norteamericano. La más importante, en Luisiana, puede refinar casi todo el petróleo que Estados Unidos le compra a Venezuela, unos 500 mil barriles diarios, casi la mitad de lo que produce. Le vendía más, pero la producción de PDVSA también se cae. Las refinerías en Venezuela ya no sirven por falta de repuestos. De hecho, Caracas debe importar derivados del petróleo. Pero ni Donald Trump ni Maduro hablan de petróleo; solo intercambian insultos políticos. También hay negocios con el oro y los diamantes, pero estos están en manos de grupos libaneses.

Fuentes diplomáticas extranjeras (y organismos internacionales) esperan en los próximos días un hecho decisivo que volcaría definitivamente la situación. ¿La prisión de Juan Guaidó? ¿Un asedio militar a la embajada norteamericana o a las de otros países? Suponen que una fracción de los militares podría presentar entonces una propuesta de mediación para la convocatoria de elecciones transparentes y libres. La maniobra no será nunca fácil, porque gran parte de la cúpula militar, si no toda, está manchada por las corrupción del narcotráfico y el contrabando. Guaidó ya les ofreció una amnistía a todos los militares que reconozcan a su gobierno. También hay gestiones para que el propio Maduro se beneficie de una amnistía y de un exilio en Sudáfrica. La foto de la caída del chavismo sería una pésima novedad electoral para el kirchnerismo. La coherencia de los seguidores de Cristina (y la de ella misma) se finca en razones más prácticas que las de una romántica revolución.

Crédito: La Nación

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