Titanes y tiranos

Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas…

Rayuela. Julio Cortázar

El fuego sordo se parece al sonido inopinado y seco de una bala perdida a media noche. Pero no creo que Cortázar haya estado pensado en eso. Lo obvio es que ese fuego en su sordera no puede tener color, es amorfo, desproporcionado, y está desprovisto de la lumbre necesaria para propiciar la imaginación. ¿Se trata sólo de una metáfora? No. El fuego es real. Tiene existencia material. Tiene cuerpo y puede respirar. ¿Es humano? Eso está por verse. En todo caso, tampoco resulta plausible que Julio, el sempiterno joven, se estuviera figurando titanes. O puede que sí.

Admira cómo en muchos casos la palabra titán adquirió signo positivo en nuestra era. Hoy en día, opinar de alguien que es un titán, equivale a decir que tiene una fuerza física descomunal; que es valiente como ninguno; astuto como el que más; y a veces, se refiere a proporciones inusuales y desmesuradas, pero que en general, se evalúan como buenas o convenientes. Sin embargo, aun en nuestros tiempos, el de titán raras veces es un atributo que acompaña a sustantivos como “inteligencia” o “bondad”. Algo digno de remarcar.

A la fecha, el rasgo de titán suele ser una aspiración válida para quien quisiera destacar en casi cualquier ámbito de la vida humana. De hecho, la primera acepción de titán que recoge el DRAE es la de “persona de excepcional fuerza, que descuella en algún aspecto”. De ahí que haya equipos deportivos que ostenten el nombre de Titanes, o películas y dibujos animados sobre Titanes Justicieros. Y es que todos estos titanes ejemplares sin duda reflejan que, quienes portan el atributo son capaces de desarrollar algún tipo de actividad en la que son los mejores y sobresalen del común.

En cambio, para los antiguos griegos la palabra Titán remitía a un tipo de ser poco más que terrorífico, cruel y desalmado. En una palabra, un titán era un criminal. Un matón a sueldo. Un sicario. Y no era, por tanto, divino, aunque su fuerza bruta desbordara las ínfimas capacidades físicas de los hombres – pero no las intelectuales. Lo curioso del primitivo titán es que, a pesar de su vigor, no era invencible. Como no lo fue el tuerto Polifemo ante el divino Odiseo; ni Prometeo encadenado por el hórrido Zeus que lleva la Égida; ni mucho menos el Titán de los Titanes, el anciano del tiempo, Cronos, derrocado por su propio hijo, el Olímpico Zeus que se goza en lanzar rayos.

En la saga heroica venezolana, tan dilatada, dilapidada e inflada, hemos tenido muchísimos titanes. Del tipo griego, desde luego. Y también es cierto que la tradición judeocristiana nos ha heredado infinidad de historias de titanes, como la que cuenta las hazañas del mítico Goliat vencido por un David menudo pero inteligente. En efecto, este relato en su día dio lugar a la mejor metáfora política en la historia reciente de Venezuela. Henrique Capriles Radonski en campaña electoral por la presidencia de Venezuela en 2012, se asumió David, descollante por su agudeza y buen juicio, frente a la brutalidad bestial, insaciable, desproporcionada, ciega y titánica de su oponente. Lástima que también Capriles se dejó devorar por su titán interior. O quizás no.

Los tiranos, por su parte, no tienen nada que reprochar o envidiar a los titanes de quienes son una versión humanoide. Y digo humanoide porque un tirano no es un ser humano. No podría. Lo fue, tal vez, antes de decantarse por el asesinato, por la voracidad de los excesos, por la obscenidad que no caduca, por la inmisericordia desmedida y por la exhibición vesánica y cínica de su poder ante los débiles.

Quien se transforma en tirano, acepta sumergirse en la locura sorda, exagerada y sin imagen del poder ilimitado y sin reglas. Cede enajenado ante la corrupción y la anarquía que ofrecen placeres inmediatos que perecen pronto. Sucumbe al delirio narcotizante del libertinaje y de los vicios. Es un pacto con la muerte firmado con sangre – por lo general de inocentes. A partir de entonces lo divino le es ajeno porque carece de alma; la ha vendido al mejor proxeneta. Ya sin alma (des-almado), renuncia a su condición de ser humano, no siente piedad y no puede establecer trato con lo divino que es lo que nos distingue de las bestias o de los monstruos.

Un tirano, como un titán, no es humano. Hay que verlo así, y no para temerle sino para derrotarlo, porque siendo lo mismo, tampoco son invencibles. La cura contra ese fuego titánico, descolorido y lacerante será, si la vieja religión griega no falla, el recurso al entendimiento sereno y ponderado que permita urdir el plan para encadenar a los titanes y terminar al fin con la tiranía y su régimen del terror.

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