Ética del teclado

Semanas atrás, se supo de algunos empresarios indispuestos con Gabriela Montero por su perseverante postura contra la dictadura venezolana. Al parecer, nada recomendable para contratar a la pianista. No obstante, ella reiteró su posición deslindando muy bien los ámbitos.
El talento que le sobra, no es incompatible con el sólido compromiso ético que necesariamente lo refuerza, dándole una prestancia y eficacia pedagógica, por lo demás, tan urgida.  La libérrima vocación artística a la que se aspira, no se entiende mientras otros están bajo el yugo de la dictadura y, más aún, tratándose de la patria de origen.
La reciente y exitosa presentación de Montero, en el Carnegie Hall de Nueva York, nos llena de orgullo a los venezolanos. Desde 1960, con Dora Perelman,  se dice, la sala no sabía de una intérprete, algo que no deja de asombrar luego de una década tan innovadora.
Lo cierto es que nada acomodaticia es Gabriela, en un dramático contraste con Gustavo Dudamel. Ella tiene un sentido ejemplarizante de la responsabilidad a la que le obliga el teclado, aunque comporte riesgos para una carrera realizadora de una vocación capaz de vencer los obstáculos.
Aportante a la lucha cívica de los coterráneos, esta vez no improvisa, como ocurre  con sus piezas de inmenso vuelo creador. Una bien sentada y firme postura ante la vida, explica sus aciertos artísticos, militando en la vida misma: toda una lección para propios y extraños.
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