La palabra parlamentaria

Fotografía: LB, AN (Caracas, 06/08/2019).

Meta deseable, la oposición ha de alcanzar las condiciones que hagan posible la democracia deliberativa. No obstante, siendo un órgano legítimo e independiente del Poder Público,  la Asamblea Nacional aún está contaminada del modelo impuesto por la dictadura a la que se resiste.
A modo de ilustración, no es fácil solicitar y ejercer la palabra en las sesiones plenarias, pues, tiende a predominar la equivocada idea de que sólo las fuerzas dominantes, aplicando una suerte de método d’Hont, tienen el derecho de hacerlo, apenas,  dejándolo como una concesión a las minorías.  Tamaña e interesada convicción, por cierto, no sólo contradice la universalidad de un derecho tan elemental inherente a todo parlamento democrático,  sino que desconoce la propia historia y la larga tradición del otrora Congreso que distamos de superar.
Concluyendo el primer periodo de sesiones ordinarias, reiteramos la observación. Pueden ser latosas y prescindibles las intervenciones en cámara, pero – organizadas – también ágiles y densas, si el equilibrio depende de una consideración de los hechos inmediatos que se denuncian y de una perspectiva que pueda explicarlos, por un mismo parlamentario o por varios que acuerden tratar una u otra faceta para un resultado íntegro, aunque haya diferencias o matices políticos, por lo demás, naturales.
El asunto clave estriba en el silencio generador de confusión, ya que hubo materias que contaron con un solo orador, el proponente, sin posibilidad de que otro hablase, siendo tan susceptible esa mayoría ante cualquier reclamo. Ocurrió con los célebres bonos llamados 2020, impedida cualquier interrogante al respecto; o, como moción de urgencia, con el TIAR que no ayudó a quienes lo combatieron, en paradójica defensa de Guaidó, a despejar – valga el eufemismo – las dudas.
El parlamento es la sede natural de la palabra, de la razón y también de la emoción y, desde la perspectiva de una teoría (sociológica) del Estado, testimonio de la sensatez que ha de bregar desde sus más altos niveles, por pobres o ricos que sean los bregadores en el dominio del lenguaje. Padecemos la violencia de un régimen que es el del despalabramiento, prefiriéndonos mudos y colmados de interjecciones.
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