Un programa de respaldo al cuidador

La ausencia de datos estadísticos es tan alarmante que a veces pienso que el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) pasó a mejor vida y no nos avisaron para rezarle más que sea un novenario. Sin embargo, al menos nuestros dirigentes locales de AD en el municipio Libertador (Carabobo), a falta de estadísticas, poseen una intuición y un «olfato» digno de admiración. Me comentan que a raíz de distintas actividades; casa por casa y actividades recreativas (día del niño, día de la mujer, día de la madre, etc); han podido notar la frecuencia en que se topan con personas dedicadas, de forma exclusiva o casi exclusiva, al cuidado de un familiar, bien sea el cuidado de niños especiales, con alguna patología crónica, personas adultas o en plena vejez que no pueden bastarse por si mismas.

La persona bajo cuidado puede tener unas características variables, como puede verse, pero los cuidadores presentan unos rasgos comunes: 1) Suelen autolimitarse de tener un empleo o una fuente de ingresos regular, 2) Sus relaciones sociales se ven empobrecidas (al punto en que pueden sacrificar la posibilidad de tener vida sentimental) 3) son susceptibles de padecimientos de cuadros depresivos y estrés producto de las condiciones mismas del cuidado y 4) la crisis económica los afecta de forma diferenciada.

En otros momentos, las personas bajo cuidado y sus cuidadores no eran tan frecuentemente notadas, pero con la inmensa migración de connacionales al exterior se han multiplicado los casos de abuelos cuidando nietos, nietos cuidando abuelos, padres o madres solos cuidando sus hijos (uno de los progenitores emigra para enviar remesas) o un hermano cuidando a otro hermano enfermo o discapacitado. El régimen militar, acostumbrado a resolver los problemas a punta de plata (tara heredada del «Comandante Supremo y Eterno» cuyo malbaratador gobierno coincidió con un boom petrolero), al llegar las vacas flacas solo les envía uno que otro bono «a través del carnet de la patria» tan paupérrimo como los sueldos devengados por los trabajadores.

No obstante, las personas bajo cuidado y los mismos cuidadores se encuentran en una precariedad creciente. Los economistas han afirmado que la hiperinflación provoca incluso que quienes viven de las remesas necesitan más dólares hoy que los requeridos a principios de 2019 para subsistir. Quienes envían las remesas están próximos a llegar al techo de sus posibilidades y enfrentan disyuntivas dramáticas como la de debatirse entre regresarse a «pasar roncha» en familia, hacer un esfuerzo adicional y llevarse a su familia desvalida al exterior (cuidado y cuidador) o abandonarlos a su suerte en este Titanic revolucionario.

Frente a esa circunstancia,  ¿qué debemos hacer? Los apologistas del «Estado Mínimo» parecen recomendar un «sálvese quien pueda» dado que su mineralizado dogma es más importante que la gente de carne y hueso, por su parte, el régimen usurpador ya hizo lo que su billetera y prioridades pueden hacer, comprar uniformes, armas, gastar en mucha publicidad y decirse mil veces, al menos para auto engañarse, que están «bloqueados por el imperio». Pero el sentido común nos recomienda que un programa específico de apoyo, seguimiento y respaldo al cuidador sería un paso significativo para mitigar los riesgos inherentes a su labor. 

Ese programa público debería contemplar asignaciones monetarias condicionadas al cuidador conforme al cumplimiento de la evaluación médica rutinaria a la o las personas bajo su responsabilidad (bien sean niños especiales, adultos o adultos mayores), abordaje profesional a domicilio a cargo de equipos multidisciplinarios conformado por trabajadores sociales, enfermeras y psicólogos, cumplimiento de un calendario de actividades turísticas, recreativas y sociales para los cuidadores y la conformación de un equipo, preferiblemente de estudiantes universitarios con la debida orientación profesional, para respaldar a los cuidadores en momentos clave para las personas bajo su responsabilidad (traslado a servicios médicos, cumplimento de tratamiento o terapias).

Si la elemental y cristiana solidaridad con quienes atraviesan una situación difícil no nos convence de actuar, pues, déjeme darle otro argumento amigo lector: Nadie desea convertirse en una carga para la familia pero todos somos propensos a que una desafortunada e inesperada circunstancia nos sumerja en una situación como la referida. Vivamos en Prebo, en el Trigal, en Altos de Guataparo o en Tocuyito (obviamente es infernalmente peor si vives en Tocuyito).

Además, sería deseable que programas como el que sugiero sean ejecutados por las municipalidades. La lógica nos dice que, por ejemplo, desde la Alcaldía de Libertador (Carabobo) es más sencillo conocer los casos, necesidades y particularidades de los vecinos de «Los Chorritos» que lo que puedan saber, elucubrar, adivinar o ver en las Cartas del Tarot los funcionarios de algún bondadoso Ministerio en Caracas. Aunque claro está, si tenemos un miope alcalde la diferencia no es mucha.

En todo caso, sirvan estas líneas para exteriorizar la preocupación de algunos activistas locales que ven de muy cerca estos dramas, estos «dolores colectivos», como decía el viejo Rómulo Betancourt, y los traducen en propuestas concretas, en factibles políticas públicas. Ojalá tengamos vida y salud para implementar esos programas, porque seremos nosotros, los socialdemócratas, quienes tendremos que hacerlo. Si esperamos por los irresolutos «liberales» o los obesos «socialistas del siglo XXI» primero le saldrán pelos al sapo antes que de esas preclaras mentes surja una política social digna de ese nombre.

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Guayoyo en Letras