Digitalización de la vieja prensa

Ácaros aparte, la lectura de la vieja prensa corre un inmenso peligro en Venezuela. No es otro que el de la  desaparición misma de los periódicos y revistas que ayer y muy ayer, como ahora y muy ahora las redes digitales, copaban la atención de un país que, por  holgadas dificultades que tuviese y clandestina que fuese, aún en las más remotas localidades, contó con una imprenta y los cultores de un insospechado talento, susceptibles de un continuo y celebrado redescubrimiento. 

Las grandes colecciones del periodismo que también construyó República, bajo la principalísima responsabilidad del Estado, por los altos costos de preservación, siempre corrieron el riesgo de perderse por la negligencia de sus conductores. No obstante, al amparo de toda una cultura del olvido, pareja a la mentalidad rentista, hoy la situación apunta a un esfuerzo deliberado del régimen por pulverizar el testimonio de los sucesos y los pareceres acumulados por varias centurias.

La lectura de la vieja prensa,  inadvertidamente trastocada en oficio, nos ha obligado a acudir a los servicios que, a duras penas, la dispensan. Constantes, el penoso y hasta inexistente presupuesto, las deplorables condiciones medio-ambientales, la creciente confusión y extravío de piezas aún  memorables, o la inadecuada manipulación de los usuarios que todavía se atreven a la mutilación, a pesar de disponer de la telefonía inteligente, entre otros elementos, facilitan el propósito de borrar los antiguos y más antiguos sucesos y pareceres que puedan dar pistas a un presente que nos excede en demasía. 

Sabemos de las gratuitas diligencias de un personal preocupado por salvaguardar la reflexión anticuaria, ante la incomprensión y, a veces, el sabotaje de la superioridad administrativa que no lidia por los recursos necesarios, añadida la falta de la más elemental y adecuada iluminación del lugar. Esto significaría un conflicto con las directrices tácitas de quienes irresponsablemente dirigen al Estado negador de los recursos, esperando que desaparezca el testimonio de un pasado que pugna débilmente con las versiones interesadas del poder establecido.

A modo de ilustración,  sabemos de unas estanterías ordenadas y reforzadas que, además del esfuerzo físico invertido, añadida la soldadura, albergan pesados y accidentados volúmenes de impresos centenarios, gracias a las diligencias de personas que cobran un salario mínimo, yendo más allá de sus responsabilidades contractuales.  Son varias las anécdotas y amarguras que suelen comentarnos, incluyendo la pretensión patrimonialista de una jefatura que, ya raras veces, tratándose de una investigación académica, envía sendos asistentes que improvisan su trabajo, o solicitan piezas que más nunca vuelven a su clasificado lugar de origen.

Hábito cultural aparte, la dictadura está demasiado lejos de la reproducción mecánica y electrónica de un pretérito que lo coloca en el banquillo de los acusados y, sin dudas, sale más barato y prudente, auspiciar el deterioro lento y eficaz  de un extraordinario patrimonio hemerográfico que acometer la costosa empresa de un rápido y visible siquitrallamiento, en términos políticos y económicos. Todavía rondan aquella noticia de varios años atrás, cuando la gobernación roja-rojita del bolivariano estado Miranda convirtió incontables libros en vulgarísima pulpa de papel.

Por supuesto,  está pendiente la recuperación integral de ese patrimonio físico, pero lo urgente, en un futuro próximo, es el de su progresiva digitalización y difusión masiva. Esfuerzo nada fácil, por los recursos que comporta, ciertamente, pero necesarísimo para evitar, incluso, tropezar con la misma piedra que jamás ha de ser la vocación histórica de los venezolanos.

Tenemos la exitosa experiencia lograda por el Centro Gumilla que ha facilitado todas las ediciones de la revista SIC en las redes, entre varias del patio. Tiempo atrás, tuvimos oportunidad de acceder y leer una tesis doctoral sobre el pensamiento político y jurídico de Luigi Ferrajoli, cuyo autor – José Ruíz Saldaña – indagó alrededor de diez mil ejemplares de la prensa italiana, seguramente organizados y profesionalmente expuestos a través de los medios informáticos, aunque las redes tan agolpadas suelen privilegiar un norme basurero remitiendo al cementerio piezas de gran valía.

Para legos y entendidos que tampoco tienen la facilidad de una consulta personal de las fuentes, o la de refutar las mentiras de  curso legal, permitiendo el archivo de sus hallazgos, la disposición inmediata de las viejas verdades luce necesaria. Por cierto, en el ámbito político, para evitar  el descalabro permanente ante un poder que emite algo más que dinero inorgánico.

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