¿Anuncia Vargas Llosa un nuevo género novelístico?

Inicialmente, la última novela de Mario Vargas Llosa [“Tiempos recios”, Alfraguara, Estados Unidos, 2019],  pormenoriza – entre la historia y la crónica – el caso de Jacobo Arbenz, derrocado por su propósito de liberalizar a Guatemala.  Inventándolo y reinventándolo, antes que lo logren sus personajes [224], con una diestra estrategia narrativa, en los capítulos intermedios y postreros, cumple con nuestras expectativas más elementales [https://guayoyoenletras.net/2019/06/17/la-sola-expectativa], aunque esperábamos un buen dardo de innovación que sólo la madurez prodiga, por lo que debemos aguardar pacientes a otra entrega.

El propio autor la afilia a la llamada novela de las dictaduras, aunque – creemos – escapa de la militante denuncia de “Yo el supremo” de Augusto Roa Bastos (1974),  la parsimoniosa tejedura de “Oficios de difuntos” de Arturo Uslar Pietri (1976), o el tallado sincrético de  “El recurso del método” de Alejo Carpentier (1974), quien – por cierto –  quedó congelado en el retrato heroico del estudiante, un espécimen pulverizado por el castrismo. Quizá al enunciar el retroceso hacia la tribu y el ridículo [125], o la aparición precursora del tráfico de cocaína [226 s.], va echando las bases de un género que, al superar la simple dictadura militar, lo acerca más al caso venezolano de hoy: regímenes que perfeccionan la ética de la crueldad y sus justificaciones, intentando legitimar su propia descomposición, en el que “todos nos estamos jugando la vida sólo por estar en este país” [217].

Administrando el tiempo a su antojo, compelidos a apresurar la lectura de los cortos capítulos y enhebrar los diálogos, tenemos la versión simultánea de los protagonistas que viven sus angustias y provocan o, a veces, creen provocar, las escenas. El ejercicio de una técnica tan impecable, apenas se resiente con la innecesaria y hasta inútil entrevista que, finalmente, le hace a Marta. Acotemos, magníficos recursos expresivos redondean una obra que nos coloca en el lugar mismo de los acontecimientos, como la de apestar ricamente [142], la  miopía y la mirada de vaguedades [150],  la de escuchar la respiración de los tres personajes reunidos en medio de las tensiones [165], la tembladura y el ataque palúdico [179], la lluvia y los balazos [184], el silencio eléctrico [248], el alunamiento [285], o  el cruzar y descruzar [ 326], fungiendo de bisturíes para adentrarnos en cada vicisitud evocada.

 La obra luce como un texto complementario a “La fiesta del Chivo” (2000), no tanto por la  aparición de Rafael Leónidas Trujillo y el servicio que le presta Johnny Abbes García, sino por esa suerte de racionalidad burocrática que repite y trabajamos en alguna ocasión (*).  Es decir, el asalto al erario público cuenta con sendas claves de bóveda reservadas a muy contadas personas, por lo que no está generalizado en resguardo de los límites que explican a un régimen también criminalmente predecible.

Marta, es una amante que dependerá exclusivamente de lo que le dispense Castillo Armas y, por pocos dólares, acepta conversar frecuentemente con el agente de la CIA que la sabe sin acceso a los grandes secretos y, además, ella no incurre siquiera en el exceso de viajar fuera del país [172, 183]; Abbes García, en momentos de emergencia, logra reunir un poco más de dos mil dólares [295], aunque el millón y tanto de dólares que tiene en una cuenta secreta en Suiza que, después, no le alcanzará [296s., 318], lo debe exclusivamente a una concesión graciosa del generalísimo Trujillo; así,  se infiere, sólo la proximidad del poder los protege en la búsqueda independiente de recursos, desde la ingenua recepción de un dinerillo por Marta o la abierta actividad delictiva de Abbes García, por cuenta propia.  Estas circunstancias contrastan con el latrocinio generalizado hoy de las arcas del Estado,  en Venezuela, bajo las más sorprendentes modalidades, y, algo más evidente, el hedonismo del que dan cuenta las personas ahora internacionalmente sancionadas, por no citar el caso de una amante presidencial en los ’80 del ‘XX.

El capítulo extendido sobre el conflicto entre la escuela militar y los milicianos liberacionistas [XXXI], deseando una versión épica de la batalla que irremediablemente los enfrentó,  o las actuaciones de los tonton macoutes [XXXII], tienta igualmente a la comparación. Milicianos, en uno y otro caso, que guardan parentesco  con la actuación impune de los llamados colectivos armados, y de la lumpen-represión ejercida por la Guardia Nacional Bolivariana.

Vargas Llosa conoce muy bien a Venezuela, e, incluso, ha escenificado algunas situaciones que lo confrontaron con Chávez Frías, ridiculizándolo internacionalmente, por lo que ojalá ensaye o esboce un nuevo género novelístico que vaya más allá de las clásicas dictaduras a las que, comprensiblemente, se aferra. La relectura de “El pez en el agua” (1993), da cuenta de la deriva autoritaria de un régimen nacido democráticamente, por lo que dispone de los supuestos que le permiten explorar aún más lo que ha acontecido y acontece en nuestro país: ética de la crueldad desbordada por la sola irracionalidad burocrática y perfeccionada con la censura y la represión,  lo autorizan para un despliegue narrativo que va más allá de  la curiosidad.

(*) Véase “La fiesta del chivo”, Economía Hoy, Caracas, 10 y 11/04/2000,  texto reaparecido en Letralia, 21/08/2000 y en Espéculo, revista literaria de la Universidad Complutense de Madrid,  2002: https://lbarragan.blogspot.com/search?q=La+fiesta+del+chivo

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