¿De qué lado está Alberto Fernández?

Todo presidente de la Nación, por el solo hecho de serlo, se asoma a la historia. Pero asomarse no es entrar. Alberto Fernández deberá esforzarse para lograrlo.

Para ello, lo más urgente será que estabilice la economía, reduzca el criminal porcentaje de pobres y baje la inflación. Una tarea ciclópea y llena de acechanzas.

Aunque parezcan menos acuciantes, hay problemáticas institucionales que tampoco deberían demorarse. De no actuar rápidamente sobre ellas podrían, incluso, empeorar por culpa de la «dualidad» ideológica, que cada día será más evidente en el nuevo gobierno. En efecto, al ser el Frente de Todos una alianza entre peronismos de distintos matices y otros partidos, naturalmente comienzan a percibirse tensiones entre los más moderados y los que no lo son.

Confundir a moderados con indecisos o tibios es un error que puede ocasionar peores padecimientos, si los que toman la posta son los irascibles, que creen que la única manera de avanzar es agrediendo a los que no piensan como ellos.

¿Y en cuál de las dos veredas se ubica el Presidente? Hay que reconocer que Alberto Fernández, puesto a ser el árbitro de los grandes conflictos nacionales, está en el lugar más incómodo, máxime por ser la cabeza de una alianza tan políticamente heterodoxa. Se encuentra frente a un gran dilema: ser él mismo, insistir en la búsqueda de consensos y así pretender parecerse un poco a Raúl Alfonsín, o ceder -o, peor, radicalizarse voluntariamente- para conformar a su jefa política, Cristina Kirchner, y los sectores afines a ella. Lo peor que podría hacer es fluctuar entre una y otra posición. En el tema de la muerte violenta del fiscal Alberto Nisman parece hacer eso: antes pensaba una cosa; ahora piensa otra.

A propósito de una polémica menor -que no se centraba en él, sino en la doble vara de cierta militancia kirchnerista en las redes sociales-, el Presidente tuvo la deferencia de reparar en un insignificante tuit de este columnista para hacerme un pedido desafiante que, por supuesto, intentaré cumplir: colaborar en «poner fin a los debates que dividen».

Agradezco que, habiendo muchas críticas hacia el nuevo oficialismo tanto más ásperas, esa distinción proveniente de tan alta magistratura haya recaído en mí. Bien vale la pena recibirla, por más que eso haya disparado la catarata de insultos y difamaciones consabidos de los militantes virtuales, muy lejos del trato respetuoso que tuvo el intercambio que se inició cuando se me ocurrió comparar el tratamiento en redes sociales de los viajes a la costa del mandatario anterior con el que se dispensa al actual.

Al respecto, el Presidente me escribió lo siguiente: «Sin ánimo de abrir una polémica. Fui y volví en el día a Chapadmalal. No busco discutir cómo se califica ese viaje en el que tuve reuniones también de trabajo. Solo busco proponerte que colabores en poner fin a los debates que dividen. Solo eso. Muchas Gracias». Y mi respuesta fue: «Sr. Presidente. Mi tuit no buscaba cuestionarlo a ud. ni dividir a nadie. Solo señalaba nimias paradojas que se dan en Twitter. No califica como debate. En cambio, la idea de Dady Brieva sobre la Conadep del periodismo sí me pareció gravísima. Pensamos distinto. Gracias por su atención».

Muchos me preguntaron qué tenía que ver una cosa con la otra. Simplemente que en el caso de la peregrina idea del cómico, si bien Fernández expresó no estar de acuerdo con ella, dijo que tenía derecho a expresarse así. Eso fue interpretado desde otros ámbitos del vasto oficialismo como una luz verde para avanzar por ese camino. Así lo hizo el juez Alejo Ramos Padilla, desde Dolores, y ahora lo intentarán con un «tribunal de ética» internacional el exjuez español Baltasar Garzón y el inefable doctor Eduardo Barcesat, desde España. Otra, tal vez, habría sido la historia si Alberto Fernández le hubiese cerrado el paso más firmemente a la triste ocurrencia del bufo, que, como si fuera poco, banalizó a la verdadera Conadep, cuyas investigaciones sirvieron de base para juzgar a los jerarcas de la dictadura militar. Dicho sea de paso, el peronismo no apoyó esa decisión crucial del presidente Alfonsín tal vez porque se había comprometido a respetar la autoamnistía que los uniformados dictaron en las postrimerías de su régimen y que, por supuesto, fue anulada por el gobierno radical no bien asumió, a fines de 1983.

¿Recordar esto es un «debate que divide»? ¿Acaso la idea de Brieva no siembra más discordia aunque el Presidente mire para otro lado mientras avanzan los planes alocados para intentar corporizar esa disparatada «Conadep del periodismo»?

Siempre es mejor hablar a tiempo para que los pensamientos anómalos no se desmadren hasta convertirse en realidades imparables.

En este sentido, hay que aplaudir al Presidente al precisar hace unos días que no hay presos políticos en la Argentina, sino «detenidos arbitrarios». Interesante distinción. Valdrá la pena ver cómo sostiene -o no- esa postura después del grave emplazamiento que le hizo al respecto Hebe de Bonafini, la toma de posición en contrario del senador Oscar Parrilli y, muy especialmente, la de su propio ministro del Interior, Wado de Pedro.

Hay «debates que dividen» que vale la pena dirimir cuanto antes para no hipotecar el futuro.

Crédito: La Nación

(Visited 31 times, 1 visits today)

Guayoyo en Letras