De una batalla desigual
Pocos días atrás, tuvimos ocasión de celebrar una reunión de trabajo en la sede del Pedagógico de Caracas. Y, aunque no tuvimos oportunidad de recorrer el meritorio edificio histórico, logramos apreciar el grave nivel de deterioro e inseguridad personal de las áreas muy antes tan transitadas de la institución que ha sido motivo de orgullo para los venezolanos.
Imprevisto, participamos en un cine-foro sobre la película “1917” de Sam Mendes (2019), encabezado por tres profesores post-graduados, con una edad promedio de cuarenta años, frente a un vigoroso grupo de alumnos veinteañeros. Concluida la sesión, Luis Fernando Castillo, Richard López y José Astudillos, abrieron los fuegos y, desde una admirable perspectiva histórica y propiamente cinematográfica, yendo a otros detalles sobre el fenómeno de la guerra que los deslizó hacia algunos planteamientos de naturaleza filosófica y estratégica, orientaron a la audiencia respondiendo a las preguntas formuladas.
Inevitable, nos preguntamos sobre la muchachada asistente al evento que, además de cumplir con alguna específica tarea de la materia que la ocupa, no se saben en una actividad excepcional. Nacidos y crecidos bajo este régimen, realizan un esfuerzo gigantesco para matricularse y proseguir tercamente su estudios; y, sin la debida alimentación, transportación, recreación y acceso mismo a la bibliografía indispensable, los muchachos se resisten a la tentación de abandonar a la universidad y de aventurarse al exilio, procurando ayudar psicológica y materialmente a la familia que se sacrifica por evitarlo.
Celebramos a los docentes, no menos perseverantes, a pesar de las fortísimas limitaciones que acarrea el ejercicio, deseosos de transmitir y sembrar inquietudes, discutir a fondo los temas de la especialidad; y, a la vez, aportar el indispensable esfuerzo para literalmente salvar a las generaciones más recientes de la sociedad de ágrafos, supervivientes y delatores de la propuesta totalitaria en curso. Hacen mucho más que los estridentes elencos políticos, opositores de circunstancias, que, lejos de un severo compromiso histórico, ahora necesitan de una pasantía por las aulas de la vida misma que bien les enseñe respecto a sus propias responsabilidades.
Por cierto, lo comentamos al profesor José Alberto Olivar, en la sala, creímos intuir un ingenioso juego de cámara que, después, supimos, se trataba de un burdo – aunque imperceptible – corte de escenas. No obstante, el filme de Mendes, salvado por la fotografía de Roger Deakins, nos permite reivindicar a John Dos Passos, el extraordinario novelista que nos hizo vivir la Gran Guerra en los tiempos de juventud.
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