Fumar a las costillas de la pandemia, por ejemplo

Reproducción: Publicidad. El Nacional, Caracas, 1954.

Quienes todavía somos fumadores, esperando dejar por siempre el ya  pernicioso oficio, la  situación ha sido  muy apretada durante la cuarentena. Además de la escalada de los precios,  sin que sea fácil hallar un local que los expenda, por el reducido margen de ganancias que la oferta legal supone,  cada vez es más difícil el desempeño del humo en casa. No obstante, el asunto nos lleva por el momento a un detalle de la llamada economía informal.

En efecto, atrás quedaron los extraordinarios oferentes que fueron los buhoneros a los que sólo les faltó disponer de los locales adecuados para desenvolverse, compitiendo por ocupar los pequeños o grandes espacios físicos de una calle fundamentalmente hecha para transitar.  La propia noción de economía informal estuvo cuestionada,  porque – yendo más allá de un esfuerzo de supervivencia – contaron con extraordinarios recursos, incluso, crediticios, aventajados por la exención de los impuestos so pretexto de la pobreza alegada.

Por ahora, no conocemos de un estudio de las actividades del sector que estuvo asociado a los esplendores de la renta petrolera y sólo conjeturamos que corrió con un suerte parecida a la de los propietarios o avances de las unidades urbanas de transporte, afectados por la llamada incongruencia de estatus.  Quizá representativos, realmente fueron labores de real y diaria  supervivencia la del limpiabotas, el pregonero de la periódicos o el lavador callejero de los carros.

Definitivamente, apagada a promesa petrolera, surgieron los mototaxistas dependientes de la masiva importación de los vehículos chinos en el último lustro que los hizo artificialmente emprendedores junto a los quiosqueros de “oficina fija”  para pasar de la venta de magazines a la de lotería o detergentes. E, igualmente, los que alquilaban las llamadas telefónicas, temerosos de pasar de la analogía a la digitalización, por presión de la delincuencia, pero – ya en las vecindades de la pandemia – el asfalto tenía por dueño al vendedor de café colado o de cigarrillos al detal, dejando a los de caramelos para el transporte público.

Al tabaquero de ocasión,  le es casi imposible  sortear los espacios públicos durante la cuarentena, arriesgando la mercadería por las autoridades uniformadas capaces de expropiarla o de pedir algo a cambio por el uso de sus dominios, incapaces hasta de opinar por el contrabando: más de medio siglo atrás tuvimos numerosas marcas cigarrilleras legales, ahora debe haber un stock inmenso de una ilícita variedad, contrariada por el general Covid-19. ¿Y qué decir del humilde y móvil vendedor de café colado?

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