Por un mundo más justo y amable

En estos días que la muerte está acechando y que el enredo electoral parece no tener arreglo fácil, se ha colado una buena noticia. Me refiero a un fallo de la Sala Constitucional Segunda  del Tribunal  Departamental de Justicia de La Paz, que ha salido a favor del derecho de dos ciudadanos bolivianos, que hace dos años habían tratado de registrar una unión de hecho, y que a partir de las más ridículas chicanas primero, y luego por una decisión formal del Sereci, se les impidió hacer la inscripción.

El asunto interesa no solo a los hombres o a las mujeres que desean formalizar su relación afectiva ante el Estado, y que no lo pueden hacer por el hecho de tratarse de parejas compuestas por personas del mismo sexo. Interesa a los ciudadanos en general, en primer lugar, porque esa situación podría llegar a ser una historia propia. Esta posibilidad no solo tiene que ver con el cierto porcentaje de personas que eventualmente viven en lo que llaman el “closet”, ocultando o disimulando sus preferencias afectivas, o las que son lo que hoy llamaríamos -siguiendo el lenguaje del momento- asintomáticas, vale decir, las personas con tendencias o naturaleza homosexuales que ni ellas mismas saben que las tienen. Pero hay algo más, que agranda enormemente al grupo humano que afecta esta situación, ese es el entorno o el universo familiar. Es posible que quienes  en este momento dicen que ese tema es intrascendente y que no les toca ni importa, se enfrenten el rato menos pensado al mismo, porque un hijo o una hija, un hermano, o aún un padre, o una madre, pertenezcan a ese grupo tan desaventajado jurídicamente. En realidad, y a contramano de lo que creen ciertos fundamentalistas, que este tipo de leyes van contra la familia, en realidad son todo lo contrario, son normas que consolidan a la familia, en cuanto a grupo social extendido.

La Constitución de Evo Morales fue en contra ruta de la tendencia mundial al determinar que el matrimonio era un contrato ante el Estado entre un hombre y una mujer (algo que, dicho sea de paso, no era así en la Constitución previa, que solo se refería a dos personas), y de alguna manera, es un candado, que hubiera cerrado las puertas para la implementación del matrimonio o unión entre personas del mismo sexo.  Afortunadamente Bolivia es signataria de la Convención Interamericana de Derechos Humanos y ésta vela por los derechos de las personas, rechazando cualquier tipo de discriminación, también aquella por opción sexual.  Es en ese sentido, que la mencionada Sala del Tribunal Departamental de Justicia de La Paz ha fallado a favor de los caballeros arriba mencionados, y ahora toca al Sereci, dependiente del Tribunal Electoral, obedecer ese fallo. De hecho, si eso no sucediera, Bolivia estaría no respetando tratados firmados.

Lo cierto es que este asunto, que parece tan poco importante para muchos, considerando los problemas inmediatos -vale decir la pandemia y las elecciones-, es fundamental para modernizar la sociedad boliviana en el buen sentido, vale decir, para hacerla más justa, y más amable.

Si las cosas se desarrollan como debería ser; es decir, que el Sereci acate sin mayor delación el fallo que emana de una sala de la jurisdicción Constitucional, se habrá dado en estos días, tan tristes, un importantey positivo paso.

Ese paso implica un cambio radical en la cosmovisión de la sociedad boliviana, que hasta ahora se ha regido en base a preceptos muy antiguos, herederos de la tradición religiosa abrahámica. Cabe sin embargo subrayar, que ese cambio ya se ha dado en la práctica, y que el reconocimiento de la unión de personas del mismo sexo es  en realidad la formalización de un modo de vida, que ya existe, y que simplemente no pude ser ignorado.

Fuente: Página Siete

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