El caso Solange y la crueldad infinita del poder

“Ansiaba ver a mi tía y a mi papá. Estoy muy triste por lo que les hicieron a los dos. Quiero que entiendan que mientras viva tengo mis derechos y pido que sean respetados”, escribió Solange Musse en una carta en la que contaba que necesitaba ver a su padre antes de morir. El caso es ejemplificador del desastre moral en el que está sumida la Argentina. Estos hechos inhumanos muestran cómo el poder en la Argentina tiene como gran función arruinarle la vida a la gente. Burócratas millonarios sin ningún talento han creado una máquina de perjudicar a los ciudadanos. El padre de Solange no tenía Covid y ella había escrito que sabían de los cuidados que debían tener por la pandemia. Sólo tenía que viajar en auto de una provincia a la otra para despedirse de su hija que lo necesitaba, aquejada por una enfermedad terminal. El Estado autoritario en la Argentina se vuelve contra los ciudadanos y los humilla. Les niega los derechos que les pertenecen por imperio de la ley.

Muchos políticos, comunicadores, científicos militantes e impresentables de toda laya se han convertido en una maquinaria burocrática decadente que desprecia los derechos y la vida humana, y que está fuera de control. La cantidad de personas asesinadas por excesos policiales durante la cuarentena también es resultante de esos paradigmas. Vastos sectores de la vida pública y de la política en la Argentina están ocupados por personas que están en un pozo intelectual, donde la idiotez se mezcla con el autoritarismo. Una sociedad con tan alto componente de ambas cosas produce que haya muertos, desparecidos y casos donde un padre no puede despedirse de su joven hija que está por morir. Cuando aparece un caso así es cuando se ve con claridad lo bajo que ha caído Argentina.

La marcha de la semana pasada fue muy masiva. En las actuales circunstancias es mucho más destacable y muestra, una vez más, que existe un sector de la ciudadanía que está atento y que lucha contra los ataques al estado de derecho y la búsqueda de impunidad de CFK, su familia y sus socios políticos y empresarios. La esperpéntica “comisión Beraldi” dejo al desnudo el poco apego a las formas y la desfachatez con la que manejan el poder. La embestida contra los jueces que están llevando causas sensibles contra CFK muestra cuales son las únicas áreas de interés del oficialismo. La extraordinaria campaña que hicieron contra los asistentes a la marcha muestra que el poder le teme a la sociedad movilizada. Ese siempre ha sido el temor de los autoritarios. La ciudadanía concurrió ordenada, en autos y con barbijos. Aún así, lanzaron toda la artillería fascista para atacar a ciudadanos pacíficos y cuidadosos. Llegaron a extremos difíciles de imaginar. La comisión de trabajadores del diario La Nación sacó un comunicado donde pedían que en el periódico donde trabajan no se dieran informaciones vinculadas a la marcha. Gente que trabaja en prensa pidiendo censura. Muchos miembros de la farándula argentina atacando a compañeros y ciudadanos (que son su público) porque salieron a defender el estado de derecho. Por supuesto, nada dicen de la violencia policial que está asesinando ciudadanos. La defección de los organismos de “derechos humanos” en los casos de violencia policial es la muestra definitiva de que son sólo funcionales a la secta kirchenrista. Dan pena y vergüenza. El cinismo no les permite siquiera sentir piedad por el que sufre cuando el sufrimiento es provocado por la fuerza política que defienden.

Mención aparte merecen los opositores que se desmarcaron de la marcha o, directamente, la criticaron. Cada cual es dueño de hacer política como lo desea y las marchas ciudadanas son sólo patrimonio de los ciudadanos. Pero hay que tener cuidado con mostrar insensibilidad hacia una porción importante de la población que está defendiendo la institucionalidad. Máxime si esa gente los votó. El silencio es mejor que la ofensa. No se puede dejar a un sector de la población a merced de todos los ataques del aparato autoritario. Ese sector de la ciudadanía es el que estuvo en la calle cuando ocurrió el conflicto con el campo o cuando asesinaron a Nisman. La situación es de una gravedad extrema y las fuerzas políticas deben representar y cuidar a los ciudadanos. Frente a un oficialismo sin escrúpulos no valen las especulaciones políticas.

“Vuelven mejores”, decían algunos hace unos meses como si CFK pudiera cambiar y como si Fernández no hubiera sido Jefe de Gabinete de Néstor y de Cristina Kirchner cuando la corrupción era escandalosa y cuando había casos elocuentes de violencia política. Hay un sector de los formadores de opinión en la Argentina que sufre de Síndrome de Estocolmo con el peronismo y hace esfuerzos por creer cosas que sólo existen en su imaginación: una inocencia bobalicona y por demás dañina. Esas personas son dignas de estudio. Analizan la política de manera voluntarista y sin rigor histórico. Ahora se agarran la cabeza por algunas cosas que muchos sabíamos hace tiempo que ocurrirían.

La defensa de las instituciones es un punto clave. Las mismas están en peligro. La situación social es catastrófica. Con los aumentos por decreto los jubilados están cobrando menos de lo que les correspondería con el sistema anterior (movilidad jubilatoria) que este gobierno archivó. Se quieren llevar puesta la justicia y le sacan dinero a los jubilados. La pobreza infantil llegará a más del 60 por ciento. En un país donde el gobierno no termina nunca de nombrar militantes en cargos del Estado. Ese es el progresismo canalla argentino. Usan un discurso altisonante pero son violadores de la ley y empobrecedores seriales.

El caso Solange Musso pone al desnudo la inutilidad y la maldad infinita de una burocracia que sólo se mira el ombligo. El resultado de eso es el dolor humano. El Gobierno y sus acólitos dicen cosas sin sentido. Hablan y se contradicen. Llenan el aire de palabras vacías. “Hasta mi último suspiro tengo mis derechos, nadie va a arrebatar eso en mi persona”, escribió Solange con la salud quebrantada y a punto de morir. Frente a las palabras huecas y a los silencios imperdonables, Solange dejó una frase rotunda y certera. Qué pena que no la hayan escuchado.

Fuente: Infobae

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