Cementerio digital

Ilustración: Lygia Clark

De entrada tenemos una mayor confianza en la hemeroteca que en la navegación digital para la búsqueda de la vieja información. Empero, la una, cada vez más es de difícil acceso por el particular horario alcanzado por la administración pública y la inseguridad personal reinante, con la estocada final de a pandemia,  mientras que la otra,  ha minimizado las posibilidades del hallazgo esperado a pesar de sus generosas promesas.

Búsqueda privilegiada la de opinión, al menos, encontraremos al columnista fijo y conocido en el remoto periódico o revista, aunque suelen sorprendernos otros que luego raras veces aparecieron o emitieron algún juicio, ya definitivamente olvidados. Nada parecido ocurre con las redes, porque apenas, aún antes del mes, el texto se integra al mare magnum de datos.

Precisamente, la minería de datos es un arte consumado de la paciencia y de la habilidad que ha de afilar constantemente el bisturí para adentrarse en el bosque denso de la confusión. Etiquetas equívocas, asociación con hechos que las contradicen, la verdad y la mentira babélicamente revueltas, hacen de las piezas una absoluta aventura del ensamblaje demencial de bytes..

Tómese como ejemplo, una determinada fotografía que, por  muy amplia difusión que haya tenido, al poco tiempo es difícil de reubicar y, lográndolo, la conseguimos de una inútil resolución, integrada a los llamados memes, intoxicada por el  enfermizo hábito del fake new. Impresa en el viejo periódico, tenemos la certeza de hallarla, reproducirla  y también de reconstruirla, por maltratado que esté el papel, aunque – no menos cierto –  lo ideal es obtener el original, pero – desde hace bastante tiempo, se ha generalizado la pérdida de los archivos,  incluso, inédito,  de los medios directa e indirectamente copados por el Estado.

Consultados los entendidos en la materia, constatamos que el ciberespacio depende de la cotización popular, por lo que las piezas que orbitan “arriba”, accesibles con poco esfuerzo, dejan atrás a las de “abajo”, sepultándolas en los confines de la algoritmia. Un vasto cementerio webmaniano reivindica a los vetustos y maltratados estantes de periódicos y revistas.

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