LA MULA
Por Ricardo Del Búfalo
La religión suscita polémicas. Creer en la existencia de Dios y en su intervención en mi vida es absolutamente improbable, pero inevitablemente creíble, si asumo que algún día me voy a morir y quiero la salvación y la vida eterna. En consecuencia, Dios es lo único que me queda. Así que, en principio, discutir sobre la existencia de Dios es perder el tiempo. La cosa es cuestión de fe, se concluirá, y la firme fe no cabe en el frágil terreno de las ideas. Pero un momento. No nos rindamos tan fácilmente, pues creo que sí vale la pena discutir sobre la religión, desde una mirada estrictamente humana, antropológica si se quiere.
Toco el tema porque hace poco apareció en todos lados la noticia sobre un comentario extraído y descontextualizado del nuevo libro del Papa Benedicto XVI titulado La infancia de Jesús. La «declaración» fue: en el nacimiento del niño no hubo ni buey ni mula. Es más, creo que fue una omisión, que el Papa no dijo si había animales o no. Inmediatamente, salieron los obstinados del periodismo a hacer de las suyas; a intentar sorprender, a vender pendejadas, rositadas, diosadas… Pero dejemos eso a un lado, por ahora. Voy a empezar por lo que me interesa: el dogma de fe.
Un dogma de fe es un misterio que solo la fe en Dios puede resolver. Un dogma de fe cristiano, por ejemplo, es creer que Dios puso el cigoto de Jesús en el útero de la virgen María inmaculada. Esta es una verdad para el creyente; no puede ponerse en duda. Sin embargo, yo no sé de dónde sacaron eso de que Dios es el padre de Jesús, porque en la Biblia no aparece por ningún lado. Me remito al evangelio de San Lucas, donde está escrito lo que el Papa llama “la historia interpretada” de la infancia de Jesús; en Lucas 1,31-32 el ángel Gabriel le dice a María: “vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús… Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre”. Ni Dios, ni Yahveh, ni Jehová aparecen en esta prueba de paternidad. San Lucas dice que Jesús será Hijo de El Altísimo. Y yo puedo interpretar fácilmente que José fue el padre fecundador, porque medía como 3 metros.
Es absurdo interpretar literalmente las sagradas escrituras. ¿Cuál sería mi argumento para decir que José fue el padre de Jesús?… Tengo fe. ¿Lo ven?
No voy a seguir escribiendo sobre dogmas de fe religiosos, porque ya parezco un periodista de esos que agarra lo espectacular y explota una bomba de opinión pública. Lo que quiero decir es que el Papa puede interpretar la Biblia como le dé la gana y yo, que no soy religioso, también. Así como el Papa dijo que en el nacimiento de Jesús no hubo ni mula ni buey, yo puedo pedirle a Benedicto XVI su opinión sobre el nacimiento de Zeus. También el Santo Pontífice tiene la libertad de decir que en realidad no fue la estrella de Belén la que guió a los reyes magos, sino el satélite Miranda. Y por ahí me puedo extender.
Lo interesante, y aquí retomo el tema, es que el periodismo se está pareciendo a la religión —en el aspecto humano, antropológico si se quiere. Las «declaraciones» de las personas se están convirtiendo en dogmas de fe. Cualquier comentario es incorregible para el creyente de la televisión. Más aún si estas declaraciones son estúpidas, porque eso sí es de interés público. Se me viene ahora a la cabeza la declaración de Alicia Machado sobre la guerra de las dos Chinas, que le dio la categoría de bruta para la posteridad. Tuiteó aquella torpeza y no hubo marcha atrás. Infamia. Sin embargo, desde entonces la han contratado para reality shows y demás. Así es el mundo de la farándula. No me extrañaría ver muy pronto a la miss narrando un programa sobre geopolítica en NatGeo. Porque entre la fama y la infamia ya no existe diferencia.
Se le da importancia a lo superfluo, a lo banal, a lo insípido; siempre que sea impactante. Benedicto XVI quizá diga cosas muchísimo más interesantes en su libro, pero a los periodistas les encanta el olor a bosta de mula. Para ilustrar mejor lo anterior, suscribo a modo de ejemplo una declaración imaginaria del Papa Benedicto XVI:
—He tenido una revelación: Jesús, nuestro Dios, se me ha aparecido en carne y hueso y me ha ordenado pedirle a su pueblo, el de Israel, que deje de bombardear a Palestina cuanto antes, y que negocie la paz con su país hermano, pues de lo contrario habrá una guerra muy pronto que devastará el mundo entero.
En lugar de hacer la noticia sobre la revelación de Dios o sobre la petición de paz, así serían las interpretaciones de estos periodistas:
“BENEDICTO XVI DICE QUE DIOS NO ES SIONISTA”
“PAPA SE METE A PROFETA Y DICE QUE YA VIENE LA TERCERA GUERRA MUNDIAL”
“RATZINGER LE VA A PALESTINA”
Etcétera.
¿Acaso uno no puede pensar críticamente, cambiar de pensamiento de vez en cuando, revisarse, corregirse? ¿Acaso el Papa no puede decir que no hubo animales hediondos en el nacimiento? Es mejor que no hayan estado, inclusive, porque aquellos animales traen moscas y fastidian al niño recién nacido. El Papa pensó bien. Pero es muy tarde, porque «cambió de opinión» y eso es un pecado capital para el periodismo espectacular.
Ahora saldrán a cacarear los difamadores supremos de la Iglesia, los que la calumnian por la pederastia y la homosexualidad de algunos sacerdotes. Saldrán los ateos tontos, aferrados a la «declaración» del Papa, a embarrialar toda la tradición cristiana sin necesidad alguna, diciendo que hay que cambiar los villancicos y aguinaldos, como dijeron los de Aporrea. Saldrán los periodistas, por allá en Enero, escribiendo sobre algunos matrimonios hipercatólicos que se rompieron porque los esposos no pudieron ponerse de acuerdo en poner o no los benditos animales en el pesebre.
Es que los ateos, los fundamentalistas y los periodistas, todos tienen sus dogmas de fe. Y así son todos los dogmáticos. Tercos como la mula.