SPRING BREAKERS: DISNEY ES PASADO
Por Roberto Franchi
En el año 95 Harmony Korine aparece como guionista de la controversial Kids donde un grupo de jóvenes sin rumbo aparente dedican su vida a la violencia, al sexo y a las drogas. Ese mundo era la vía de escape de esa generación que aclamaba a viva voz un aliento de cambio. A partir de ahí comenzó su carrera cineasta realizando desde cortos hasta largos como Gummo o Mister Lonely. Todos bajo un aire indie, trash y experimental.
Ahora salta a la pantalla nuevamente con un trabajo más pretencioso bajo un presupuesto mucho mayor. Spring Breakers es un ejemplo perfecto de cómo una historia sencilla es contada con una genialidad absoluta. En este caso deja a un lado pasivamente lo experimental para enrumbarse en un mundo mucho más mainstream, de coloridos fluorescentes y cuerpos desnudos bailando en la arena. Korine critica a su propia manera, en rebeldía, este tipo de fiestas playeras a lo programa de E Entertainment Television. Son las pirañas de Alexandre Aja repotenciadas. En este caso se lleva al extremo, donde la diversión está en ir más allá del bikini, la botella y las líneas de coca.
El plato esta servido para, quizá, el mayor logro de la cinta bajo la deconstrucción de la imagen de las niñas lindas de Disney, arrastrándolas por la decadencia oscura donde el éxito y la fama quedan devenidos a los excesos de la droga, el alcohol, la fiesta fácil y la venganza. Ya en otros tiempos lo hicieron Scorsese y Lyne con Jodie Foster, a quien pusieron al servicio de la desmitificación de los niños prodigio del momento al sacarlos de su zona de confort de serie Hanna Montana para llevarlos a los recónditos bajos de la sociedad humana.
Las cuatro jóvenes desean escapar de sus vidas rutinarias de una ciudad gris donde estudiar y estancarse en cualquier trabajo sin aspiraciones es el sueño. Spring Break es la excusa, es ese aliento de cambio, de unión, de experimentación, de conocer lo que hay más allá de los barrotes familiares y universitarios. De ahí a la experiencia sin límites. Es un tratado al vacío existencial de los jóvenes de la época. De cualquier época. Es la liberación a toda costa. Nada importa. Ni caer en prisión o morir en el intento. Son tiempos desenfrenados. No en balde corre Harlem Shake como sensación por las redes sociales. Es el cambio. Quitarse la corbata y gritar “ya basta”. No más robots de laboratorio. Es la era de Project X.
En su tiempo lo retrató Hardwicke con Thirteen o Lords of Dogtown antes de caer en el bodrío de Twilight, que de hecho referencias tiene. El mismo Tarantino retrata esta búsqueda femenina de liberación en DeathProof. En este caso, son Vanessa Hudgens y sus amigas quienes van en contra de la sociedad establecida bajo los efectos sonoros de Skrillex y Cliff Martínez, quien ya había hecho desastres en Drive. Y para sumar al grupo, un James Franco difícil de reconocer, caricaturizado a modo de gangster postmoderno con guiños de lado a lado de Scarface. El personaje hace las veces de liberador de las chicas bonitas con ganas de sobrepasar los extremos, y a través de él consiguen su propia salvación más allá de las fiestas de Spring Break. James Franco es el hombre del momento. Se come la película cada vez que abre la boca. Magistral el monólogo cuando enseña los juguetes que tiene en su casa asegurando que es de otro mundo.
Korine tras las cámaras es un monstruo. El juego videoclipero de la cinta con los planos secuencias le dan su identidad a pesar del presupuesto con el que contaba. No se dejó vender y eso es digno de alabar. Esto es puro cine, y del bueno. La historia se cuenta increíble, con sus elipsis y sus loops que te adelantan en la trama mostrando lo que viene antes de saber por qué.
Es una película arriesgada. El tabú sexual en Hollywood sigue vigente y aquí se le pasa por encima. Lo mismo con la violencia realista. Al final todo se basa en la venganza. Así es el ser humano. Seas hombre o mujer o recién salido del castillo de Disney. Tarantino nos lo enseñó hace rato y eso lo hemos aprendido.
El montaje está de lujo. La banda sonora ni hablar. La secuencia de James Franco tocando piano mientras canta una de Britney está genial. Seguimos con las hijas de Mickey Mouse. Las niñas atracando habitaciones de hotel mientras se drogan con el fondo de la diva del pop es para comerse la pantalla. A gran escala muestran lo que se quiere contar.
Es de lo mejor del año. No se dejen engañar por los rostros protagonistas del poster. Vayan al cine a descubrirla.
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