CÁNCER ¿INOCULADO?
Por Ricardo Del Bufalo
Horas antes de que el comandante presidente muriera, el entonces vicepresidente de la república, Nicolás Maduro, aseguró que la enfermedad que padeció el jefe de Estado había sido “inoculada” en su cuerpo. Poco más tarde, se anunció que la batalla la había ganado el imperio.
Aunque la hipótesis del (por) ahora presidente encargado, Nicolás Maduro, suene descabellada, tampoco es que no tiene asidero en la realidad. Volvamos la vista a los acontecimientos, para que usted pueda juzgar con bases científicas.
Los laboratorios farmacéuticos reproducen los virus inoculables. Supongamos, como intuye Maduro, que el cáncer puede ser inoculable y que la CIA lo mantiene como secreto de Estado. Como las mentes macabras de la CIA no encontraron manera de infiltrarse entre los funcionarios de la monarquía bolivariana para llegar directamente al comandante, se ingeniaron un método de contagio que no fuera el intravenoso; lo inocularían de una forma más desapercibida.
En 2010, cuando en Venezuela hubo una temporada de sequía que dejó a la represa hidroeléctrica más importante del país sin reservas de agua y que originó los racionamientos de electricidad que aún continúan, el comandante, entonces sano,afirmó que ese fenómeno, conocido como “El Niño”, era ocasionado por el capitalismo. Al parecer, el imperio estaba saboteando la lluvia en el país. Los laboratorios de la CIA estaban experimentando con el cáncer, soltando algunas células cancerígenas en charquitos artificiales, en la temible Área 51, haciendo que se evaporaran, se condensaran y se precipitaran, para medir así la efectividad de la inoculación no inoculada a través de la lluvia. Todo ese tiempo que no llovió en Venezuela fue provocado por el acaparamiento de nubes en el norte del continente.
Al año siguiente, ocurrió el fenómeno inverso, “La Niña”: un constante chaparrón que inundó poblados y deslavó barriadas populares, que hasta le hizo merecer al comandante una Ley Habilitante para que pudiera tomar medidas de emergencia al respecto. Esa bonanza de lluvia fue también producto de los experimentos del imperio, pues al comprobar que sí se podía contagiar el cáncer con lluvia, mandaron todas sus reservas de nubes cancerígenas para Venezuela.
Ese año fue descubierto y anunciado el cáncer del presidente. Por ese tiempo no se decía que se lo habían inoculado; siempre se aseguró que su enfermedad era causada por tanto trabajar por el pueblo; por sacrificar su tiempo de descanso para dedicárselo a la patria. Y así fue andando la cosa, pasando por operaciones y tratamientos médicos, hasta que se anunció su perfecto estado de salud.
Ya el comandante se había curado completamente y empezó la campaña por la elección presidencial. Brincó y cantó muy sanamente. Lloró en Apure pidiendo salud. Insultó y despotricó, como era costumbre. Culpó a otro de la explosión de la refinería Amuay. Todo estaba en completa normalidad. Pero a principios de octubre, el último día de campaña, en Caracas, que el comandante llenó siete avenidas de gente que viajó de todas partes del país solo para verlo, ¿se acuerdan lo que pasó? Llovió… ¡cáncer!
Ese día lo contagiaron de nuevo y, dos meses después, el 8 de diciembre de 2012, el comandante anunció la reincidencia del tumor y la inminente y riesgosa operación. Diecinueve meses después de que lo mojaron con cáncer por primera vez, el comandante voló a La Habana a intentar curar su enfermedad. Pero el imperio pudo más.
Menos mal que en 2011, cuando se hizo pública la enfermedad del comandante, la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, decidió adelantar las elecciones presidenciales de diciembre a octubre; solo por si acaso. De no ser por ella, el presidente no hubiese podido estar apto para la reelección y hubiese tenido que retirarse de la contienda electoral.
Fue gracias al atinado juicio de nuestras instituciones democráticas que el presidente pudo ganar las elecciones. Toda esta operación militar que terminó acabando con la vida del presidente solo pudo haber sido planeado por una mente macabra, por el rey del imperio.