AL MAESTRO, CON AMOR… ¿O CON GOLPES?. POR VALENTINA ISSA
Por Valentina Issa
Reflexiones sobre el drama educativo en Venezuela
Soy hija –y sobrina- de docentes. Tengo toda una vida presenciando encuentros emotivos y agradecimientos sorpresivos y espontáneos hacia mis padres y tíos en la calle por parte de realizados ex-alumnos que los reconocen, “Profe! Qué alegría encontrármelo (a), nunca olvido sus clases!” Es algo bonito de ver –así como es muy divertido ver el esfuerzo en las caras de mis padres por recordar el nombre y promoción de ese estudiante, entre esos cientos (quizás miles, luego de décadas de docencia en todos los niveles) de pupilos que pasaron por sus manos-. Mis padres, ya canosos, se dan por pagados ante sus estudiantes adultos, independientes y exitosos. Y es esa satisfacción interna su verdadera retribución, la que les corresponde financiera y laboralmente por su dedicación incansable a formar a los grandes hombres y mujeres del país y del mundo, deja mucho que desear.
Por suerte para muchos, los docentes de vocación son profundamente nobles y tienen un alto sentido de su importancia en la sociedad. Porque entienden su altísima responsabilidad y lo que de ellos depende –nada más y nada menos que la productividad y supervivencia de las futuras generaciones-, aguantan maltratos, sueldos de hambre, condiciones de trabajo deplorables, y hasta son capaces de recorrer kilómetros como pasajeros en la parte de atrás de una pick-up a través de caminos de tierra para enseñar a leer y a escribir a los niños de una comunidad rural, como lo hacen los docentes del sur de Barlovento en el estado Miranda. Pero la nobleza no lo puede todo y lo cierto es que cada día son menos los entusiastas que le apuestan la vida a la docencia en dedicación exclusiva. El deterioro general del sistema los espanta y el resultado, en pocas palabras, es algo como esto: la educación y formación de quienes llevarán las riendas del país en manos de pocos docentes, muy mal pagados, y con dotación e infraestructura insuficientes y decadente.
La educación de calidad cuesta dinero
En la época en que mis padres se graduaron en la Universidad Central de Venezuela, la docencia y la academia eran caminos de vida perfectamente viables. La educación pagaba bien y era un honor ejercerla. Ante la disyuntiva entre un trabajo en la industria petrolera y uno como profesor contratado en una nueva y prometedora universidad dedicada a la ciencia (como la Universidad Simón Bolívar), un recién graduado químico podía darse el lujo de optar por la dedicación exclusiva a la educación pública. El gobierno estaba apostando a ella e invirtiendo lo que fuese necesario para hacerla competitiva. Una universidad pública estaba en capacidad de competir en cuanto a salario y oferta laboral con cualquier corporación grande. Fue la época de la construcción de los grandes y dotados liceos en todo el país, del impulso y creación de universidades públicas, de las becas para hacer postgrado fuera de Venezuela, en fin, de la generación masiva de oportunidades para todo el que quisiera aprovecharlas sin importar su estrato social o procedencia. Fue la maravillosa época de la movilidad social en Venezuela, en la que personas de escasos recursos lograron salir de la pobreza a través de la educación y de su esfuerzo. La época en la que jóvenes provenientes del country club y de la charneca compartían aula en el Liceo Andrés Bello o en el Andrés Eloy Blanco y disfrutaban en igualdad de condiciones de una educación de primera calidad.
Este período tuvo una duración temporal tristemente corta. En un momento dado de la historia, los gobiernos necesitaron hacer recortes presupuestarios y la primera en sufrir fue la educación. Es difícil precisar el momento exacto, pero en algún punto entre el final de los años 70 y la década de los 80 la educación pública comenzó a adquirir el lamentable y aún vigente carácter de “menos prioritaria” (o pariente pobre) entre otras prioridades del Estado. Es alrededor de ese momento también en el que se da el éxodo poblacional hacia la capital, y tanto la pobreza como el fenómeno delictivo que hoy conocemos tienen su génesis. Y es ahí donde comienza el deterioro y la insuficiencia de un sistema que se fue convirtiendo cada día más en un privilegio para quienes llegan a él.
La educación no da votos, el populismo sí
El privilegio no es sólo de acceso al sistema educativo, también es de prosecución. La educación es un proceso de etapas a través de las cuales se avanza dependiendo de la culminación exitosa de la etapa anterior. No se puede avanzar a primer grado si no se desarrollaron las competencias suficientes en preescolar. No sé puede pasar a bachillerato si no se culminó con éxito toda la primaria. No se puede llegar a la universidad, si no se tienen las competencias y conocimiento necesarios para enfrentar la educación superior. Buena parte del deterioro de nuestro sistema educativo radica en el abandono de la educación básica, en la que no se invierte y a la que no se apuesta porque sus frutos se ven a muy largo plazo, y porque a fin de cuentas los niños y adolescentes no votan.
No es sólo un reto de vida para un niño proveniente de una familia de escasos recursos conseguir cupo en una escuela pública, e ir a clases todos los días sorteando cientos de obstáculos, sino que es un reto quedarse en el sistema y culminarlo “hasta marrón” sin desistir en el camino. Y si logra llegar a quito año de bachillerato, es muy posible que en el camino haya dejado de ver química, física o biología en algún año porque no había profesor para impartirla. Sin duda, ese joven será poco competitivo y estará en desventaja a la hora de presentar los exámenes de ingreso a las universidades.
Todos esos factores han contribuido con el paso de los años a la conformación de una gran masa de excluidos de la educación formal fácilmente capitalizables por un gobierno populista que ofrece educación superior masiva (para personas con edad para votar, claro está) al menor costo posible. Debemos dejar claro que SÍ es necesario expandir el alcance y la oferta educativa en todo el país, necesitamos construir nuevas universidades e institutos de formación superior en cada rincón con ofertas pertinentes a cada zona para que todo joven tenga cerca la oportunidad del estudio y la capacitación. Pero la oferta debe ser seria, bien concebida, y para prosperar necesita de mucha inversión y financiamiento. La educación no puede ser una herramienta cortoplacista de proselitismo ideológico que se aproveche de quienes genuinamente aspiran a una formación que les permita ser productivos.
Amor al arte
Siendo la educación en Venezuela “la pariente pobre”, la realidad nos muestra como los docentes de las instituciones públicas trabajan con las uñas y deben hacer malabares para sobrevivir. Tomemos el ejemplo del golpeado, pero aún batallante, sector universitario.
Para ser profesor universitario e ingresar a la escala de ascensos dentro de la academia (el escalafón) es necesario concursar y presentar exámenes más o menos rigurosos. El primer peldaño de la escala es el de “instructor” (o contratado en algunas universidades). A partir de ahí vienen en orden ascendente los cargos de “asistente”, “agregado”, “asociado” y finalmente, “titular”. Para subir de peldaño es necesario, además de impartir clases, investigar, hacer publicaciones, y presentar complejos trabajos de ascenso. Eso quiere decir que un docente universitario, si pretende ascender y mejorar su calidad con el paso del tiempo, necesita dedicación exclusiva, recursos e infraestructura para de investigación, acceso a bibliografía y revistas académicas actualizadas de todo el mundo, y oportunidades de intercambio y trabajo fuera del país. Y es que a nivel global la calidad de las universidades y su clasificación son evaluadas no sólo por su capacidad de formar profesionales, sino por su investigación y sus aportes a los avances tecnológicos y científicos de su país. Todo eso contribuye a la “calidad” del título universitario que esa institución emite.
Lo cierto es que hoy en Venezuela un profesor instructor a tiempo completo en la Universidad Central de Venezuela gana mensualmente Bs. 1323,54 (ver imagen en la que se muestra la planilla de pago correspondiente a abril 2013 de un profesor instructor de la UCV). ¿Qué incentivo tiene ese docente para la dedicación exclusiva en pro del desarrollo del país y la mejor formación de sus estudiantes? Lo más seguro es que se vea obligado a matar tigres haciendo otras cosas para redondearse un ingreso que al menos sea equivalente al salario mínimo. Igualmente, un profesor titular, luego de años (al menos 15) de esfuerzo y dedicación para ascender puede aspirar a un sueldo de alrededor de 8mil Bolívares.
Por otra parte, la investigación científica es cada vez más retadora y difícil para los académicos quienes no sólo tienen dificultades para acceder a financiamiento para sus proyectos, sino que padecen las consecuencias de los presupuestos reconducidos de sus instituciones (en algunos casos por más de 4 años). Hay universidades que ya no pueden pagar la subscripción de sus bibliotecas a las bases de datos de las revistas académicas extranjeras. Los presupuestos universitarios de casualidad alcanzan para pagar sus paupérrimas nominas (porque ni para el mantenimiento y limpieza de los espacios hay algunos meses). ¿El resultado? En 2012 Venezuela produjo la misma cantidad de artículos científicos que los producidos en 1996 (de acuerdo con el estudio del profesor Ismardo Bonalde. Ver gráfico aquí: https://sites.google.com/site/lowtemplab/venezuela-1982-2012).
Lo bueno es que al parecer nuestras universidades siguen pataleando y se rehúsan a tirar la toalla. Con todo y los retos descritos, la UCV y la USB alcanzaron los puestos 33 y 35 respectivamente en el ranking de las 250 mejores universidades de América Latinarealizado por la consultora británica Quacquarelli Symonds en 2012. Un verdadero milagro impulsado por los docentes amantes de su arte. La reserva, el talento y las ganas de enseñar están ahí, pero debemos revisar y replantear nuestras prioridades como sociedad urgentemente.
Lo que está en juego aquí es el desarrollo del país en el futuro (y en cierta medida en el presente), y la formación de sus responsables. El avance y el progreso de una sociedad no se pueden improvisar y el papel de los docentes es fundamental y de valor incalculable. Los docentes integrales, especiales, de preescolar, técnicos, de oficios, de bachillerato, y universitarios enseñan a hacer las cosas, y les dan las herramientas para volar solos, a los ingenieros, médicos, plomeros, abogados, economistas, mecánicos, artistas, deportistas, comerciantes, y hasta a los políticos y presidentes. Bueno, a los que valoran la escolaridad y la completan.
Fotografías de las escuelas cortesía de Prensa Miranda
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