El peatón
Por Ricardo del Búfalo
@RDelBufalo
Si hay algo que detesto hacer es ponerme los zapatos. Eso significa que tengo que salir de la casa. A mí me gusta el contacto de las medias con el friito de la cerámica. Es la textura del hogar, donde prefiero quedarme todo el día. El asfalto no me da buena espina. Poquísimas veces lo he pisado con los pies descalzos. Lo he hecho de día, y me he quemado los pies como un pendejo. El hogar no te quema los pies. Y supongo que de noche me los congelaría.
Lo más hostil que tiene la calle es el estruendo de los motores. No el de los carros ni el de los autobuses, sino el de las motos. Escuchar toser ese tubo de escape me suele dar taquicardia, sobre todo cuando ando a pie. Siento que así suena el corazón de la muerte, rápido, impaciente. Prrrum. Así, con triple erre. Como prrran, como una ráfaga de tiros, como la misma muerte.
No es mi culpa que asocie a los malandros con los motorizados. No es un prejuicio. Dicen que 8 de cada 10 delitos se cometen sobre dos ruedas. Afortunadamente, a mí no me ha disparado la estadística, todavía no me han vaciado el cuerpo de paranoia.
Me da la impresión de que los malandros son nuestros zombis. Muertos vivientes, portadores de un virus implacable que avanza velozmente por las arterias de la ciudad, a veces en caballito y sin casco, que contagia a cualquiera que le toque la ventana del carro.
Dicen las noticias que hay 400 mil motorizados en la Gran Caracas. Ver la ciudad desde un helicóptero debe ser como alborotar un panal de abejas. De hecho, a eso suena Caracas. El enjambre de la autopista sería un buen título para una sinfonía que representase la música de esa corneta que empieza a sonar desde catorce carros atrás, pasa por nuestro lado como carro de fórmula 1 y sigue de largo con el motorista, o el violinista de la moto.
No sé cuántas avenidas llenarían 400 mil motorizados, pero ya las calles se están quedando cortas. Ahora manejan hasta por las aceras. Ya me tuve que acostumbrar a abrir la reja del edificio y mirar a los dos lados antes de empezar a caminar, para asegurarme de que no haya tráfico. Hace días estaba en una caminería y alguien que venía detrás de mí me tocó corneta. Yo tuve que disculparme:
—Perdón, señor motorizado, pase adelante.
Y él me dijo:
—No me digas motorizado, que yo lo que soy es un peatón en moto.
Afortunadamente, el caminante con ruedas no traía el virus. Porque no todos los motorizados son malandros, sino que todos los malandros andan en moto. Y como yo ando a pie, me siento más vulnerable que los demás. El carro no es que haga inmune a nadie, pero yo estoy totalmente desamparado. Solo tengo mis zapatos para intentar huir de la muerte. Esas botas marrones que nunca me quiero poner, no vaya a ser que algún zombi las manche.