You Only Live Once
Por Ricardo del Búfalo
@RDelBufalo
Mucha baranda del CNE he visto desde la última vez que abracé a mi primo Tommy. Han pasado dos elecciones presidenciales, una regional, una municipal y quizá dos leyes habilitantes. En el tiempo que no nos vimos ni nos hablamos se vendieron tres grandes medios de comunicación, se eligió un candidato presidencial opositor unitario, se murió el presidente, se robaron (o no) una elección presidencial y el gobierno se endeudó más de la cuenta con China.
No sé cómo Tommy medirá el tiempo, pero sé que él no tiene idea de que todo eso ha pasado en mi vida desde la última despedida. Lo sé porque se lo pregunté ayer, cuando fuimos a tomar unos tragos en un bar de Las Olas, la zona de rumba de Fort Lauderdale, en el Mustang descapotable que alquiló.
Tommy es maracucho de nacimiento y crianza, aunque vivió unos cinco años en Caracas. Estaba terminando 6to grado cuando se mudó con sus padres y su hermanita a Dallas. Ahora le quedan tres semestres para ser ingeniero y justo ayer culminó su pasantía profesional en Naples, Florida, a una hora de donde yo estoy vacacionando.
Solemos durar meses y hasta años sin vernos, pero el cariño siempre es el mismo. Yo lo he visitado un par de veces a Texas y él ha estado un mes en Venezuela desde que se fue. Ahora que han pasado diez años, se notan mucho más nuestras diferencias y similitudes culturales. Por ejemplo, él prefiere explicarme algunas cosas en inglés y le parece normal ofrecerle a una conductora poco talentosa el favor de estacionarle el carro.
Le digo a Tommy que los venezolanos creen que los gringos son fríos, individualistas, a diferencia de nosotros, que nos decimos «cálidos». Pero a este barquisimetano de crianza no se le pasó por la cabeza ayudar a nadie. Será por miedo, le digo, que ya no soy solidario; será porque yo asumo que «no» es la obvia respuesta que obtendría un hombre que le pidiese el volante a una mujer desconocida en la noche.
Él me dice que los estadounidenses no son fríos, al contrario, son gente chévere, nice. En Dallas, él saluda a un vecino así no lo conozca. En Florida no es así, dice, porque hay muchos latinos. En Texas, los latinos son los mexicanos, quienes tienen mala fama de andar en pandillas e incumplir las normas. Tommy no se junta con mexicanos. «Si yo hablo español, entonces soy mexicano, y si los mexicanos se comportan mal, entonces soy igual que ellos».
La mayor diferencia cultural entre Tommy yo es que en nuestras sociedades se asumen distintas cosas; tenemos distintas suposiciones, distintos imaginarios.
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En estos momentos, a cualquier habitante de Venezuela entre 20 y 40 años le pasa constantemente por la cabeza la idea de irse del país. Y al mismo tiempo, los que ya se fueron, piensan que regresar no es una opción. Dejemos que Tommy lo diga con su rabia preocupada: «Si Francesco (nuestro otro primo coetáneo) se regresa después de estudiar su carrera acá, se va a merecer lo que tenga».
YOLO se llama el bar donde Tommy me dice esto; donde yo le cuento que quiero quedarme en Caracas por lo menos dos años más, mientras logro algunas metas personales; donde él me pregunta si esas metas valen la pena, tomando en cuenta lo que estoy poniendo en riesgo. Porque si de algo está al tanto mi primo, es de la matazón impune que nos atemoriza, reprime y encierra.
¿Cuál es su plan a corto plazo? Aprovechar las oportunidades. Nada lo ata a ningún lado. Acaba de perder 25 libras porque la mujer con la que se iba a casar lo dejó por otro tipo. «Me puedo ir a Alaska a trabajar por 3 años, si me lo ofrecen», dice para aclarar su punto. Tommy no tiene arraigo a ninguna tierra, pero sí que tiene arraigada la idea de vivir en la utópica land of opportunity.
Tommy es el perfecto apátrida, es lo que yo debería ser: un ciudadano del mundo. Cada quien se quiere sentir pleno, y la plenitud no tiene fronteras. Así que no hay que hacer de la palabra patria una categoría moral, como si fuera delito querer vivir en otro lado. Cada persona elige su utopía y la de Tommy no es precisamente la mayor suma de felicidad posible.
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Tommy no puede tomar mucho porque está manejando. Antes de darme mi mojito, la bartender mira mi cédula y mi licencia de conducir como un Guardia Nacional con ganas de matraquear. Aquí no venden caña a la ligera: si una persona muere en un choque y se descubre que uno de los conductores es menor de edad, la policía cierra el local donde le vendieron el alcohol.
«No joda —le digo— en Venezuela no saber manejar rascao es una discapacidad social tan grave como la disfunción eréctil».
Me doy cuenta de que lo tengo ladillado con tantas comparaciones entre Venezuela y Estados Unidos, pero no puedo evitar mi desconcierto. En este momento me siento dislocado, no tengo lugar: quiero encontrar una razón para irme del país, pero también quiero encontrar una por la que valga la pena quedarme.
Él se termina su segunda cerveza y nos vamos de YOLO, cuyas siglas significan You Only Live Once. Caminamos al Mustang, me monto sin mirar a los lados, quitamos el techo y Tommy le sube al hip-hop en la radio. ¿Por qué te gusta esa música? Eso es lo que se escucha acá, me responde. Lo mismo que yo le diría si me pregunta por qué me gusta Servando y Florentino o Viniloversus. Uno sigue la corriente, es parte de vivir en la utopía.
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¡Ay, si alguien nos viera! Andamos en la autopista con música a todo volumen. Él está paveando, yo me estoy descargando; él graba videos, yo siento la brisa en el rostro. Ambos cantamos y bailamos Break free de Ariana Grande, que tiene esa vocecita que provoca emular. Yo saco mi celular y grabo un video de nosotros rumbeando. Estamos seguros de que parecemos gays, pero no nos importa. En realidad, eso nos divierte.
This is the part when I say I don’t want it
I’m stronger than I’ve been before
This is the time when I break free
‘cause I can’t resist it no more.
Yo no sé qué piensa Tommy mientras canta, pero yo me tomo la letra en serio. Yo pienso que me quiero liberar, que vivir en Venezuela es una cuestión de resistencia, que ojalá pronto llegue el momento de tener la fortaleza de decir que ya no quiero vivir así.
Después de todo, sólo se vive una vez.