La terredad de Solaris

Por Miguel Chillida

 

 

 

“Estar aquí por años en la tierra,

con las nubes que lleguen, con los pájaros,

suspensos de horas frágiles”

“Terredad”, Eugenio Montejo

 

Algo ha ocurrido en la estación espacial de la misión Solaris. Kris, como psicólogo, se halla obligado a investigar y a prestar su ayuda. Berton, un antiguo piloto de la misión y amigo de su padre, le muestra, una noche antes de comenzar su investigación, un video en el que unos científicos lo humillan. Insensible al sufrimiento del antiguo piloto amigo de su padre, Kris decide iniciar su viaje.

 

En la estación espacial vivirá varias pruebas: reconocer dónde comienzan y terminan los límites de la realidad convencional y dónde empieza y termina lo inexplicable, abrirse a lo que se encuentra más allá de la razón sin perder el juicio, encontrarse con fantasmas del pasado, cuidándose de las asperezas que surgen entre los miembros de la misión.

 

Una película de ciencia ficción sobre la vida en la tierra, basada en la novela de Stanislav Lem. Prueba de fuego que Tarkovsky, por ser un artista verdadero, cumplió con éxito, dejándonos esta joya del cine.

 

Contra toda expectativa, Solaris es una de las películas mejor valoradas de Tarkovsky. La primera toma, terrenal, la hoja que pasa flotando sobre el agua transparente, y debajo el musgo verde serpenteando, encontrará en la última toma (cruzadas por apariciones y desapariciones, proyecciones terrestres en el espacio), su opuesto: la inmensidad del cosmos. Entre estos dos extremos se mueve el argumento y las escenas de la película, aunque a partir del momento en que Kris viaja al espacio, lo único que lo ata a la tierra es el amor que siente por la materialización de su ex esposa muerta, Hary.

 

Es de una gran belleza la manera que tiene Tarkovsky para relacionarnos como público, espectadores, con la inmediatez terrenal. Por ejemplo: el día antes de partir, cuando llueve y Kris se moja en el patio, la cámara enfoca la taza de café desbordándose por la lluvia que cae, la manzana que un bachaco recorre, y después Kris sentado, ausente, o tal vez tan presente, conectado a sus sentidos, que da la impresión de lo contrario.

 

Toda esta necesidad de Terredad encontrará su desarrollo argumental el día del cumpleaños de Snawt, en el que Tarkovsky, creo, expone muchas de sus ideas sobre arte y sociedad. Cuando Sartorius propone el brindis por Snawt y por la Ciencia, su amigo responde “excitado”: “¿La ciencia? ¡Es una necedad! ¡En esta situación, son impotentes la mediocridad y la genialidad! En realidad, no queremos conquistar ningún Cosmos… Queremos ampliar la Tierra hasta sus confines. No necesitamos un mundo. Queremos un espejo. Buscamos un contacto, pero nunca lo encontraremos. Estamos en la necia situación del hombre que busca la cadena que teme y no necesita. ¡Al ser humano le hace falta otro ser humano!”. Y mientras dice eso, a sus espaldas, una estatua de la Venus de Milo, nada más y nada menos, parece estar viendo a Kris y la proyección de su ex esposa Hary.

 

Eso va directo al grano de lo que Snawt está diciendo, porque Hary y Kris pueden ser la representación del amor humano[1], contemplado por la belleza; de hecho, Hary va a decir en esa misma reunión que en esa situación “inhumana” en que se encontraban, al menos Kris se comportaba como “un ser humano”, en vez de ignorar lo que sucedía. Ya Tarkovsky lo había insinuado cuando llega Kris a buscar a Sartotius al laboratorio y este lo evade; luego un enano sale intentando huir y Sartorius lo mete de nuevo a la fuerza, entonces Kris le dice que su “valentía” no es humana.

 

Es importante, porque tal vez lo que Tarkovsky quiere decirnos es que el amor humaniza al Hombre, y la razón lo deshumaniza. Sobre esto también parece importante el hecho de que Kris no haya amado lo suficiente a Hary cuando estaban juntos, precisamente la razón por la que ella se suicida. Aun dándose cuenta de que Kris la ama de manera obsesiva, Hary dirá: “No importa por qué el ser humano ame”. En una nota del 21 de julio de 1980, Tarkovsky escribirá: “Sólo el amor es capaz de resistir a esta destrucción universal… El amor… y la belleza. Creo verdaderamente que sólo el amor puede salvar al mundo. Sin él, todo correría hacia su pérdida. Ya todo va hacia allá”.

 

Hasta aquí dos de los temas importantes para Tarkovsky como artista en Solaris. Pero del diálogo de Snawt se desprende, también, el de el espejo, y justamente dice Snawt que lo que el Hombre necesita es un espejo. Takovsky dirá que: “El arte es la capacidad de crear, es el reflejo, en el espejo, del gesto del Creador. Nosotros, artistas, no hacemos más que repetir ese gesto”. Para Tarkovsky, ese es el servicio del artista al prójimo, esa es su ofrenda a Dios y a los hombres. Visto de ese modo, cabe preguntarse ¿qué es esa ofrenda? Entonces podría pensarse que tal vez esa ofrenda es recordarnos a los espectadores el milagro increíble de estar de pie en la tierra[2], y recordarnos también la importancia del amor humano.

 

Pero Tarkovsky conoce bien las dificultades que la “misión” del artista tiene en las sociedades materialistas, consumistas, profanas, egoístas, obsesionadas con el delirio del “progreso”. Y eso lo captura en Solaris: la misión que tenían en la estación espacial perdió su sentido en el momento en que sus fantasmagorías internas comenzaron a proyectarse en el espacio exterior. Por eso no necesitan otros mundos, como dice Snawt.

 

Más adelante, en esa misma discusión el día del cumpleaños de Snawt, Sartorius reprocha a Kris y a Hary: “Ustedes pasan el día entero en la cama. ¿Así se cumple su deber? Ha perdido el sentido de la realidad. ¡Es un vago!”. El ocio es una amenaza en estas sociedades, y como dice Auden “en una sociedad regida por los valores del trabajo (…) lo gratuito ya no es considerado sagrado (…) ya que para el Hombre Trabajador el ocio no es sagrado sino una pausa en el trabajo”. Quizás en ese sentido, Kris también está restableciendo su intuición sagrada en sí y con el mundo, lo que parece estar relacionado en Solaris con la manera de percibir la inmediatez que nos rodea, reconectarse con la Terredad.

 

 



[1] José Ramón Heredia.

[2] Jorge Teillier.

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