El horror de viajar en el ferrocarril de los Valles del Tuy

Por Daniel González

@GonzalezGDaniel

 

 

 

El digital de la estación General Ezequiel Zamora marca las cinco y cuatro minutos de la mañana. El andén está repleto de almas somnolientas. Muchos de los presentes están despiertos desde antes de las cuatro de la mañana y han dormido tan solo unas pocas horas. A lo lejos, las luces amarillas anuncian su llegada. Los usuarios se desperezan y toman sus lugares, tratando de impedir la acción de los “coleados” de oficio. El tren está por llegar.

 

El tren hace su entrada a la estación de Cúa, General Ezequiel Zamora, a unos poquísimos metros por hora de velocidad. Se estaciona. Un tintineo suave notifica la apertura de las puertas. Los usuarios se apilonan en las entradas. Los accesos a cada vagón están sellados herméticamente por una masa humana heterogénea, dispuesta a sentarse a como dé lugar. Las puertas se abren. La multitud se abalanza con furia hacia el interior del tren. Hacerse de un asiento es el objetivo. Los gritos y el desorden son los protagonistas del momento. Empujones, golpes con carteras y pisotones son en el mejor de los casos el sustituto de un cordial “buenos días” entre estos venezolanos; en el peor de los casos, toman la batuta los puños, los insultos verbales, las cachetadas y los rasguños. Unos pocos logran sentarse, la gran mayoría no tuvo la suerte de hacerse de un asiento rojo y deben viajar de pie.

 

La frase aquella “vamos como sardina en lata”, ya no aplica. Las sardinas tienen mayor posibilidad de movimiento en sus latas de aluminio.

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Corría el año 2006. El año del perro según el calendario chino. El 4 de enero muere en Turquía la primera víctima de la gripe aviar. El 15 de enero Michelle Bachellet es electa como la primera mujer presidente de Chile. El 8 de febrero se celebra en Los Ángeles la cuadragésima octava edición de los premios Grammy. El 23 de febrero sale a la venta la versión en español de Harry Potter y el Misterio del Príncipe. El 10 de mayo fallece en Miami la cantautora colombiana Soraya, luego de una larga lucha contra el cáncer. El 1º de junio fallece Rocío Jurado en su casa de Madrid. El 5 de julio despega de Cabo Cañaveral el transbordador espacial Discovery. El 11 de julio, terroristas atacan trenes de pasajeros en Bombay, causando unos doscientos muertos. El 3 de octubre el índice Dow Jones rompe su récord histórico al llegar a los 11.727 puntos. El 10 de octubre Google compra Youtube.

 

En Venezuela el consumo repunta. Durante este año se venden cincuenta por ciento más automóviles que en 2005, unas trescientas cuarenta mil unidades. El salario mínimo sube 25% y se ubica en 512.325 bolívares a partir del 1º de mayo. Se propone la reforma monetaria. El domingo 19 de marzo, alrededor de las once de la mañana, se desploma el viaducto número 1 de la autopista Caracas – La Guaira. Es año electoral. Hugo Chávez y Manuel Rosales se disputan la presidencia de la República. La mesa de la campaña electoral está servida. “10 millones por el buche”, “Por Amor” y “Uh! Ah! Chávez no se va”, son los lemas del oficialismo. “Atrévete con Manuel Rosales” y “Mi Negra”, son los signos distintivos del candidato opositor. En medio de la campaña, el candidato presidente Hugo Chávez, inaugura el 15 de octubre el sistema ferroviario Caracas – Tuy Medio. “Colas y accidentes viales pasarán a la historia”, decía Gleen Rivas, presidente del Consejo Legislativo Regional del estado Mirando, días antes de la inauguración.

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Estación Charallave Sur Don Simón Rodríguez. Cinco y dieciocho minutos de la mañana. Dos minutos antes de arribar el tren a la estación los usuarios siguen llenando el andén. El stress se respira en el ambiente. Se acerca la hora del primer caos matutino. A lo lejos se ve al tren hacer su entrada. Lleva nueve minutos de recorrido, que es lo que tarda en atravesar la vía férrea entre Cúa y Charallave Sur. Entra lentamente a la estación y se inmoviliza. Tarda algunos segundos en abrir las puertas. La cola de personas se deshace. Se escucha el mismo tintineo que ocurre cada vez que se van a abrir las puertas. Pocos van a salir del tren, muchos van a entrar. Las puertas se abren. La muchedumbre que va a entrar empuja hacia adentro con todas sus fuerzas. De los que van a salir, solo algunos logran hacerlo en el primer intento. Otros son devueltos a las entrañas del tren, en oportunidades hasta más lejos de donde originalmente estaban. –Dejen salir, por favor- grita una señora atrapada entre un muro de no menos de 20 personas. La mujer lucha con todas sus fuerzas. Como puede logra escabullirse y salir. No cabe un alma más, pero el tren aún debe pasar y abrir sus puertas en la estación Charallave Norte Generalísimo Francisco de Miranda.

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Subirse al tren de los Valles del Tuy es una experiencia pintoresca.

 

La lista de personajes en tan solo algunos centímetros a la redonda es tan variada que sorprende. No faltan los que se quedan dormidos y usan las ventanillas del ferrocarril como almohada. Siempre encuentras a la dama que usa su asiento como si estuviera en la silla de un salón de belleza, maquillándose cada espacio del rostro con una precisión increíble; sosteniendo el espejo con la otra mano. Está también el estudiante, ese que o no le alcanzó la noche o que sencillamente no estudió y aprovecha el tren como biblioteca para realizar las últimas lecturas antes del parcial. Asimismo está la sifrina, a la que le suena el celular en algún momento y contesta en espanglish: — Hello… Si marica, me llamo ayer, imagínate, ósea. Tampoco puede faltar el más macho de los machos, a ese que ni por error se le puede rozar y si se trata del culo, menos; así quien esté al lado no pueda moverse ni para respirar. Viajantes habituales de ese submundo son los malandros, quienes aprovechan los motines y alborotos frecuentes para cargar con dinero, celulares y hasta bisutería. Asimismo puede verse a la pareja peleada, esa donde se nota a leguas que sus miembros están molestos; donde uno habla y la otra le voltea los ojos. Esos son los personajes más frecuentes, pero no pueden dejarse por fuera jamás a los abuelitos, los niños con sus tramoyas, los gays evidentes y los no tanto, los empleados públicos con sus chaquetas distintivas y los trabajadores de los bancos con sus uniformes respectivos.

 

Sólo en un elemento, estos cientos de individuos que hacen vida juntos en un tiempo de por lo menos diecisiete minutos se parecen: en la falta de educación y sensibilidad colectiva. Los buenos días, las buenas tardes o las buenas noches no existen. El “pase usted”, nadie lo conoce. Cuando se cae alguien, más son los que lo pisan que los que hacen algo por ayudar. En definitiva, el ferrocarril se ha convertido en un medio de transporte que ha eliminado los valores positivos de la cultura colectiva.

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Cinco minutos separan a Charallave Norte de Charallave Sur. Mientras el tren hace este recorrido, puede verse el pequeño pueblo de Charallave de inicio a fin, desde las ventanillas del lado izquierdo. El tren va más lleno de lo que técnicamente llaman “máxima capacidad”.

 

El ferrocarril llega a la estación Charallave Norte Generalísimo Francisco de Miranda. Abre sus puertas. El estruendo y los gritos se apoderan del momento. Los usuarios que esperaban en el andén de la estación, empujan a los que están adentro sin piedad. En esta estación afortunadamente nadie se baja a estas horas. Muchos de los que intentan entrar quedan afuera o con medio cuerpo adentro. Suenan las alarmas que indican que se van a cerrar las puertas. Los pocos que quedan con medio cuerpo afuera, sacan fuerzas de quien sabe dónde y empujan hacia adentro a la multitud; algunos logran entrar, otros no. Las puertas se cierran. Las puertas se abren. El operador solicita que no impidan el cierre. Vuelven a cerrarse las puertas. Esta vez no hay problemas. El tren arranca.

 

Cientos de usuarios en Charallave Norte ven frustradas sus intenciones de irse en ese tren. Lo ven alejarse. Diecisiete minutos separan la estación Charallave Norte de la estación terminal Caracas Libertador Simón Bolívar. La pesadilla no termina.

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Quien toma el ferrocarril en Cúa llega a Caracas en treinta y un minutos, quien lo toma en Charallave Sur llega en veintidós minutos y quien lo hace desde Charallave Norte, le basta tan sólo diecisiete minutos llegar a la capital de la República Bolivariana de Venezuela. Esto es una medio verdad. Efectivamente se llega a Caracas, para ser más específicos a La Rinconada; un lugar donde además de algunas barriadas, sólo queda cerca el Hipódromo y el Poliedro de Caracas. Para llegar a los lugares donde la mayoría de los usuarios trabaja o estudia, hay que tomar el metro por lo menos dos veces; o una vez, más una camionetita.

 

Después de recorrer los cerca de cuarenta y dos kilómetros de vía férrea y atravesar un total de veinticuatro túneles, dentro de los cuales se cuenta el túnel ferroviario más largo de Latinoamérica; el Tazón, con una longitud de casi siete kilómetros, las Unidades Eléctricas Múltiples (nombre técnico de los trenes), llegan a La Rinconada. Allí, la mayoría de los 922 usuarios –que según el IAFE, es la cantidad de personas que viajan en cada tren de cuatro vagones, entre sentadas y paradas- deben hacer transferencia a la Línea 3 del Metro de Caracas para llegar a Plaza Venezuela, donde algunos continúan en dirección Propatria y otros en dirección Palo Verde.

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Lo primero que observan los usuarios al salir del túnel Tazón y antes de entrar al túnel que comunica con la estación terminal Caracas Libertador Simón Bolívar, es la enorme cola de automóviles que a esa hora, casi las seis de la mañana, intentan entrar a la capital por la autopista Regional del Centro, la arteria vial más importante del país. Se equivocaba el presidente del Consejo Legislativo del estado Miranda cuando vaticinaba el fin de las colas.

 

– Buenos días señores usuarios. Bienvenidos a la estación terminal Caracas Libertador Francisco de Miranda –saluda el operador del tren antes de estacionar. En las profundidades del tren, los usuarios empiezan a preparar su salida. Los que están de pie caminan hacia delante y los que están sentados empiezan a levantarse de sus asientos. Las puertas se abren. La mayoría de los usuarios salen como manada enloquecida, corriendo en busca de las escaleras. La minoría, sale del tren caminando decentemente como buenos ciudadanos. Los accesos a las escaleras se congestionan. Ese es el primer embudo.

 

Al llegar arriba, la cola para salir de la estación es apoteósica. Hasta veinte minutos se puede tardar haciendo cola antes de abandonar la estación. Una vez fuera de la estación terminal Caracas, pocos pasos separan de la estación La Rinconada de la Línea 3 del Metro de Caracas. Si no compraste con antelación tu respectivo boleto o no llevas monedas de 0,5 bolívares para obtenerlo en las máquinas dispensadoras, otra cola frena tu acceso al sistema Metro; la cola para adquirir el ticket para viajar. A esa hora, una caseta con solo dos funcionarios del Metro vende los boletos.

 

Con boleto en mano, ya puede ingresarse al sistema Metro de Caracas. Los trenes llegan con intervalos inferiores a los diez minutos y una vez estás adentro, abandonas el caos del Sistema Ferroviario para vivir el caos Metro de Caracas.

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El 9 de enero del año 2010 se inauguran las estaciones Los Jardines, Coche y Mercado, las cuales unen la estación El Valle con la estación La Rinconada. Más de dos años pasaron para que los usuarios provenientes de los Valles del Tuy, hicieran un viaje completo desde La Rinconada hasta Plaza Venezuela. La inauguración del tramo ferroviario dos años antes, ya daba a muchos la impresión de que solo tenía propósitos electorales para favorecer a la tendencia oficial.

 

Cuando el sistema ferroviario Caracas – Tuy Medio se inauguró, las estaciones entre El Valle y La Rinconada no estaban operativas. Viajar de La Rinconada a Plaza Venezuela o viceversa era un tormento para los usuarios. La frecuencia de llegada de los trenes del ferrocarril era de cuarenta minutos en las estaciones; nunca se cumplió aquella promesa de tres minutos entre un tren y otro. Si alguien perdía un tren, llegaba a La Rinconada en aproximadamente setenta minutos, más de una hora entre la espera y el recorrido de treinta y un minutos. Una vez en La Rinconada, los usuarios debían esperar que el tren del Metro de Caracas que viajaba entre La Rinconada y El Valle, hiciera un viaje de ida y uno de vuelta a una velocidad mínima casi experimental. Al llegar a la estación El Valle, los usuarios debían desalojar el tren y hacer una transferencia desde allí hasta Plaza Venezuela. En el mejor de los casos debían tan solo dar unos pasos en el pasillo y apiñarse unos detrás de otros a la espera del tren y en el peor, debían matarse por subir unas escaleras y luego bajar otras para cambiar de andén. Todo esto bajo un completo desorden. Igual situación ocurría cuando se viajaba de Plaza Venezuela a La Rinconada. Debías abandonar el tren en El Valle y esperar otro hasta La Rinconada.

 

La inauguración de las tres estaciones que faltaban para completar la Línea 3 del Metro de Caracas, se convirtió, sin duda, en un alivio para la tranquilidad diaria de los usuarios que se trasladan desde los Valles del Tuy a Caracas y viceversa.

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Si las mañanas son feas para la foto, las tardes son horribles para el video. Después de un día de trabajo, estudio o vagancia normal, duro o más o menos, los que retornan a los Valles del Tuy no la tienen fácil desde que ingresan a cualquier estación del Metro de Caracas en la capital de la República.

 

El lío empieza al montarse en cualquier estación del Metro, lo cual en las horas picos es una hazaña que solo logran algunos pocos de cuando en cuando. Salir del tren en la estación Plaza Venezuela es una proeza digna de cualquier súper héroe norteamericano; debe tenerse una fuerza sobrehumana para sortear la cantidad de obstáculos y muros humanos que te consigues en el camino. Toda vez han sido sorteados los impedimentos para salir, los usuarios conforman una masa humana al lado de otros que se dirigen a las estaciones intermedias, caminando hacia la transferencia. En las horas picos, el andén de transferencia en Plaza Venezuela, ese que queda dos niveles hacia abajo, es un infierno. El calor abrasante y la falta de espacio le son característicos.

 

Tomar un tren en la estación Plaza Venezuela entre las cuatro y treinta y las siete de la noche no es un trabajo fácil; por el contrario, es una empresa titánica. Todos quieren llegar a sus destinos, cualquiera que este sea y poco le importa el colectivo. En muchas oportunidades deben esperarse hasta tres trenes antes de poder abordar. Una vez dentro del tren, el hacinamiento continúa estación tras estación. “Salen tres y entran diez”, es una frase bastante común entre aquellos que estación tras estación van más y más apretados.

 

Luego de abrir sus puertas en siete estaciones, llega el turno de abrirlas en la estación La Rinconada. Muchos de los usuarios salen corriendo como bestias indomables, tratando de ser los primeros en subir las escaleras y pasar los torniquetes. Las carreras son cada vez menos frecuentes debido a la presencia de efectivos de las milicias o de la Policía Nacional Bolivariana, encargados desde hace algunos meses de preservar el orden en el lugar.

 

Después de unos cuantos minutos de hacinamiento, al llegar a La Rinconada entre cuatro y media de la tarde y ocho y treinta de la noche, cualquier usuario se enfrenta con dos opciones. La primera opción es tener la tarjeta recargable cargada, con lo cual accedes al sistema ferroviario y te evita hacer una fila interminable en la planta superficial de la estación Caracas Libertador Simón Bolívar. La segunda opción es hacer una cola previa; la de comprar el token o la de la recarga de tarjeta. Si la opción es la segunda, el tiempo para salir de la estación en dirección a los Valles del Tuy es mayor.

 

Hasta hace unos pocos meses, el tomar el ferrocarril en las tardes era una batalla campal entre los usuarios. Antes de que llegase el ferrocarril, hacían una cola hipócrita. Al llegar el tren y ante la ausencia de funcionarios de la fuerza pública para imponer el orden, la cola se deshacía y hasta el que había llegado de último, podía verse peleando por entrar de primero. Los dieciséis o los ocho accesos al tren, dependiendo esto de la cantidad de vagones; eran aprisionados sin piedad por la gente enloquecida. Cuando las puertas se abrían, la multitud era disparada hacia adentro con una fuerza incuantificable. Muchos caían al piso y eran lesionados. Otros se iban a los puños peleando por un asiento. La gritería, el salvajismo y la sinrazón eran los dueños del momento. Las autoridades del ferrocarril al parecer se dieron cuenta de la anarquía y decidieron ir probando qué hacer para revertir la situación. Al principio, colocaron jóvenes de las milicias, pero la gente no los respetaba y la verdad es que no inspiraban ni eso. Ahora las colas, los pasillos, las escaleras y los accesos al tren están custodiados por efectivos de la Policía Nacional Bolivariana, tanto en las horas pico de la mañana como en las de la noche.

 

Después de hacer la cola en la planta superior y la salida de algunos ferrocarriles, los usuarios bajan a la estación a hacer otra cola, esta vez para acceder al tren. Cuando los usuarios están dentro del tren de vuelta a casa, bien sea sentados o de pie; saben que aún falta un momento de tensión. Bajar del tren y hacer la cola para salir en la estación de destino, pero al menos es la última del día que se hace entre el sistema Metro y el ferroviario.

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La mayoría de las personas que salen del ferrocarril están otra vez somnolientas y deseosas de llegar a sus hogares a dormir, cocinar, compartir con la familia o lo que sea. Cada una se dirige a sus hogares. Pero en muy pocas horas, quizás en menos de doce, sus vidas volverán a coincidir con ese sistema de transporte que prometió ser una solución y se convirtió en un dolor de cabeza y fuente de infinitas calamidades para los usuarios. La historia se repite para la mayoría de estos ciudadanos desde las cinco de la mañana del día siguiente.

 

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