Contra la hipertrofia del Estado
Por Ricardo del Búfalo
@RDelBufalo
“En este país hay que hacer cola hasta para morirse”, decía una señora cuando se enteraba de que no había suficiente oferta de ataúdes. Es un buen resumen de la agudización del desabastecimiento que hay Venezuela desde hace siete años. Hay colas para comprar jabón, aceite, pollo, desodorante, leche, azúcar, ibuprofeno, papel sanitario, baterías para carros… Hay más demanda que oferta, por lo tanto, hay escasez de lo que poco que hay. En esta coyuntura, han surgido dos tipos de agentes económicos: los oportunistas y los emprendedores, es decir, los que aprovechan la escasez para revender los productos en el mercado negro y los que ingenian un producto para competir en el mercado.
En Venezuela abundan los oportunistas, porque es mucho más fácil que ser emprendedor. Al empresario se les hace difícil entrar en el mercado, porque tiene al gobierno en contra. El gobierno venezolano es socialista, cree que el Estado debe proteger y garantizar el bienestar del pueblo. Cree que el libre mercado es desastroso y salvaje. El deber del Estado es, entre otras cosas, abastecer los mercados de pernil con precio subsidiado: eso creen quienes se dicen chavistas. El deber de la Fuerza Armada es poner orden en la cola, para que no haya saqueos y cada quien obtenga su respectiva ración: eso creen los socialistas y así lo dicen.
Las colas son consecuencia directa del modelo socialista, pero el gobierno obviamente no lo admite, porque el costo político sería muy alto. Como no hay suficientes empresas en el mercado, no hay suficiente oferta de productos: eso es lo que pasa hoy en Venezuela. El Estado no produce lo necesario ni tiene la suficiente cantidad de dólares para importarlo todo. Pero el gobierno tampoco quiere un libre mercado, porque está en contra de su ideología socialista, a pesar de que tenga algunas zonas económicas especiales, que por cierto, tiene bastante molesta a su base política. Ante esta circunstancia, el gobierno se ingenió una narrativa que ha buscado evadir su responsabilidad en la crisis: la narrativa de la guerra económica. El empresario es el enemigo, el causante del malestar del pueblo, de la escasez, de las colas, de la inflación.
Encuestas revelan que un 30% de la población cree que la guerra económica es verdad. Esto es posible porque el Estado maneja un gran aparato de propaganda, que difunde los mismos eslóganes en periódicos, vallas, afiches y medios tecnológicos y radioeléctricos que llegan hasta los lugares más remotos del país. Pero los que creen y sostienen la narrativa de la guerra económica no son capaces de responder una pregunta: ¿por qué el Estado permite a los empresarios hacer la guerra económica? ¿Cómo el Estado puede ser víctima de quien no tiene el poder? Eso es como decir que el verdugo es víctima (cuando en realidad es victimario) de la persona que va a ejecutar. Allí se cae la versión oficial y se devela que el 30% del país cree en una ficción.
Utilizar la palabra guerra es crucial en la narrativa de la víctima. Hay un enemigo más fuerte que yo, porque tiene poder económico y está aliado con el imperio, por lo tanto yo soy la víctima. Además, como no es crisis, sino guerra, la escasez se justifica. El lenguaje bélico lleva implícita la idea de que no se puede llegar a un acuerdo con el enemigo, de que el diálogo no es posible y que la única solución es vencerlo. “No podemos optar entre vencer o morir, necesario es vencer”, dice la propaganda. La ideología chavista-bolivariana-socialista, militarista de pura cepa, suele repetir que los venezolanos tenemos sangre de libertadores y que el socialismo venezolano es el modelo que revive el legado antiimperialista del Libertador Simón Bolívar. La narrativa de la guerra justifica entonces completamente esta ideología. Por eso un portal propagandístico se llama “Misión Verdad”, porque el soldado tiene la misión de llegar a la verdad; por eso le llaman “ofensiva económica” a las leyes y decretos que profundizan las regulaciones y controles que generan más corrupción; por eso exigen “lealtad” a sus operadores políticos, porque en la guerra es más importante tener aliados que un gobierno eficiente. Es más importante derrotar al enemigo de una vez por todas que abastecer los supermercados.
Entonces, ¿por qué el Estado ha permitido la guerra económica? Porque hay escuálidos infiltrados en el Estado, dice la propaganda. ¿Escuálidos chavistas? Hay corrupción porque la estructura capitalista de la cuarta república sigue intacta, dice la propaganda. ¿Estado socialista con estructura capitalista? Contra ellos hay que luchar para avanzar en la construcción del socialismo, dice la propaganda. ¿Contra los corruptos? ¡Pero si esa fue la promesa de Chávez en 1998!
Pues no, contra los corruptos no hay que luchar. De nada sirve cambiar a un corrupto por otro. Contra lo que hay que luchar es contra la hipertrofia del Estado, contra el modelo socialista estatista, que existe desde hace décadas y que ha empeorado el gobierno chavista. Hay que luchar contra la hegemonía comunicacional, contra la desinformación, contra la propaganda. Contra la creencia de que los militares están para resguardar las colas, contra el racionamiento de alimentos, contra los controles económicos. Hay que evitar que la gente crea en el eslogan, en la demagogia populista. Creer en la guerra económica es tan peligroso como creer que un jugo en envase de cartón es “pura fruta natural” solo porque lo dice el eslogan. En la actualidad, el trabajo político de los partidos, organizaciones y ciudadanos con conciencia política debe ser informar. El ciudadano desinformado toma malas decisiones. Es capaz de elegir al candidato a diputado menos adecuado. Ya esto último se comprobó el 14 de abril de 2013.
Crisis económica venezolana por Carlos Rangel