El futuro de nuestro pasado

Por Luis Ugueto

@Luisugueto

 

 

 

Sentado frente a la pantalla del televisor mirando en canal Bio, un programa sobre la banda inglesa Black Sabbath, donde se exploran sus altibajos, episodios oscuros ligados a las drogas y finalmente la reivindicación que el tiempo ha hecho de toda su música y la importancia que ha tenido en el desarrollo de bandas de rock posteriores, me pregunto: ¿qué pasa con los latinoamericanos y el apego a sus artistas?

 

Los anglosajones no satanizan los deslices y las crisis personales de sus músicos, no los olvidan, los convierten en referencias culturales, en un reflejo de la sociedad. Su verdadera política de colonización ha sido ideológica, nos han dogmatizado a través del cine y  los discos. Esto se debe – entre muchas otras cosas –  a que para ellos lo popular es arte, por lo tanto la música no es vista solamente como un asunto generacional o un producto de la moda. El público que sigue a estas bandas hoy en día es joven y asiste a espectáculos multitudinarios como quien va  a un culto religioso; adoran a sus artistas y reivindican el valor de haber sido pioneros en la industria del entretenimiento pagando una entrada y comprando sus CD`s. Aquí los álbumes clásicos terminan tirados en alguna esquina o quemados por los piratas en acoples llamados “Chatarritas”, “Qué tiempos aquellos” y cosas parecidas.

 

Quizás la única de nuestras expresiones musicales que se aproxima a la denominación de “fenómeno cultural”  es la salsa, pues ha logrado romper la barrera generacional, trayendo la atención de gente joven que de alguna forma han hecho suyas las vidas de personajes como Héctor Lavoe, cuyo rostro es mercadeado en franelas y bolsos, casi igual que un  Rock Star. Sin embargo, los latinos hemos estereotipado tanto al género como a sus intérpretes y todo su valor y riqueza artística es banalizada por una concepción simplista que los encasilla y define como música de baile, solo apta para el jolgorio y no con fines de disfrute auditivo o de análisis histórico.

 

El Bolero corrió con la misma suerte indigna, la posteridad lo ha aplastado con la vil etiqueta de “música para despechados”. Recientemente un grupo de universitarios me ha pedido participar en un documental para hablar de Boleros  y fue fácil detectar que su enfoque era superficial, meramente nostálgico. Ha hecho mucho daño en el concepto que las nuevas generaciones tienen de esta música, los análisis fáciles que los supuestos estudiosos del género han desplegado a través de los años, donde intentan escudriñar en el significado de sus letras desde un punto de vista cursi y trivial.

 

No hemos sabido vendernos a nosotros mismos la música que nos representa ante el mundo y nos otorga identidad cultural. Quizás esta es la razón de que haya tantos  héroes olvidados, nos espera un largo proceso de autoanálisis.

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