Whiplash, el ritmo del éxito

Por Elizabeth Gutiérrez

@Eli_Gutierrez1

 

 

 

 

Es una historia alucinante escrita y dirigida por el brillante guionista Damien Chazelle que aflora el suspenso prolongado desde el inicio hasta su fin. A pesar de que su estreno fue hace meses, aun sigue haciendo eco por su trama. En cada escena el corazón se acelera como caballo desbocado. Para los que desconocen, el significado de su título traducido al español es “Latigazo” y se encuentra relacionado al tema de una composición del reconocido Hank Levy que, de hecho, se escucha de fondo en algunos instantes de la cinta.

 

Todo comienza con Andrew Neiman (Miles Teller), un joven aficionado por pertenecer a la orquesta más importante de New York y por ello da lo mejor de sí para lograrlo. En sus intentos de llegar a ser el mejor baterista de jazz, se encuentra con Terence Fletcher (J.K. Simons) uno de los mejores directores de orquesta de la academia, quien resulta ser un déspota con sus alumnos. De sus labios sólo fluyen humillaciones. Como éste nadie es igual, por su experiencia y su malicia. Un día, descubrió el talento Neiman cuando éste practicaba la nota más difícil. Sin embargo, como era costumbre, no se tomó el trabajo de elogiarlo. Para la sorpresa del muchacho, fue seleccionado por el aterrador instructor para formar parte de su orquesta.

 

Lo que en principio parece ser color de rosas, se convierte en una gran pesadilla para Andrew. No le importó alejarse de su familia ni de la chica que le gustaba. Todo lo que estuviese fuera de la música, aseguraba una distracción para él. Pasaba días sin dormir, memorizando partituras y practicando sin cesar. La obsesión de ser el mejor se apodera de él, casi al extremo de llevarlo a la locura.

 

El sonido natural de cada uno de los instrumentos, son los protagonistas en esta cinta. Nos encontramos con el bun pac de la batería, la elegancia del piano, el sonido grave e intenso del saxofón, la lírica particular del violín y el eco resonante de la trompeta. Al compaginar uno con otro, hacen la combinación perfecta. Aumenta la impresión de la realidad y dota al filme de continuidad sonora, convirtiéndose en un mecanismo para conseguir unidad. Presenta un ritmo rápido que evoca el estilo de los personajes que describe. Hasta al más pintado se le eriza la piel. Es una cinta muy bien creada.

 

Se debe admitir que el ofensivo Fletcher, además de representar un personaje hostil, se dedica a exprimir el talento de sus músicos para que demostraran que podían dar más. De cierto modo —aunque parezca masoquista— se justifica, porque muchos tienden a conformarse con lo poco que hacen. Pues aquí, eres el mejor o sencillamente no eres nada. Esto, a su vez representa la lucha interior del ser humano para poder lograr lo que anhela con fervor y conseguir el éxito. Cada toma, refleja más de lo que el cinéfilo espera. Los diálogos y movimientos de cámara son impecables. En el Festival de Cine de Mill Valley fue categorizada como la mejor película estadounidense. Lamentablemente, no se llevó el Oscar a mejor película. Pero estuvo muy cerca de hacerlo. Sin embargo, ganó el premio en las categorías de “Mejor montaje y Mejor sonido”. No obstante, J.K. Simons, quien personalizó al maestro Fletcher, obtuvo el premio en Los Globos de Oro y en los Oscar como mejor actor de reparto. Es admirable su desempeño y profesionalismo.

 

Por su parte, el actor Miles Teller (Andrew Neiman) no fue galardonado, pero es reconocible su talento innato porque en la vida real es un baterista y a pesar de ello, fue un reto para él realizar esta gran hazaña. Pudo hacer en la película lo que antes no había conseguido.

 

El final de la película es eufóricamente alucinante, pues se puede percibir la transformación del muchacho aficionado en todo un impotente Hulk de la música clásica. El dolor ni la sangre en sus dedos pudieron limitar sus inagotables talentos. Cuando todo concluye, tan sólo esperas sigilosamente que continúe la trama y es cuando ¡zaz! te das cuenta que ha culminado y dices “¿Es en serio…? ¿Se acabó?”. Sin duda, esa sensación de sufrir un paro cardiaco —literalmente— sólo la puede causar una electrizante historia. 

 

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