Respeto en extinción
Por Elizabeth Gutiérrez
@Eli_Gutierrez1
Hace unos días, luego un largo día de trabajo, tomé el Metro para ir a casa. Para nadie es un secreto, la travesía dentro de un vagón. Las personas literalmente, sudadas, con sus rostros cansados y demacrados. Muchos, corren con la suerte de sentarse durante el viaje, otros no −yo estaba entre ese grupo− todos íbamos tan apretados y acalorados como caraotas en olla de presión. Entre el retraso −también común− escuché a una liceísta, discutir con un adulto, le calculo aproximadamente cincuenta años. La chica morena, de ojos saltones y larga melena, le reclamaba al señor de cabello canoso, mediano de estatura y ropa llena de concreto, por pedirle que se moviera a un lado para colocar unos bolsos que llevaba consigo. Pero ella, se atravesó y gritó: “La gente vieja es abusadora. No sé para que se montan aquí con ese perolero…” entre otras palabras ofensivas, que sería mejor no mencionar. Para resumir el hecho, la joven se bajó dos estaciones después, le dio una patada a los bolsos del señor y le dijo: “Por eso es que los matan”.
Esta penosa situación, es tan sólo una, del largo repertorio que me ha tocado presenciar. Cuando te montas en la camionetica y ofreces los buenos días, los pasajeros te miran como si dijeras “Vengo a cobrar la renta” y se limitan a responder. Somos incapaces de dar el puesto a la mujer embarazada o un adulto de la tercera edad. Ayudar a un ciego al cruzar la calle, es tan esporádico, como un eclipse lunar. En medio de una conversación, la manera de prestar atención es tecleando el teléfono y sin poner cuidado, manifestamos “Ajá, si. Cualquier cosa pues”. Los niños, no se escapan de esta tramoya. Son tan inteligentes e irreverentes a la vez. Mi abuelita cuenta que en “los años del antaño”, las personas eran más amables. No era necesario conocer a una persona para brindarle cortesía o ayuda si era necesaria. Los niños eran incapaces de levantar la voz, pues, les daba temor comportarse de manera inadecuada. Pero, actualmente, hasta los adultos mayores, son groseros y les gusta arrojar golpes al azar, especialmente, cuando están en el Metro. Esos, también son peligrosos. Lo vivimos a diario.
Por otro lado, vas al supermercado y las cajeras te gritan. En las tiendas, los trabajadores tratan a las patadas. La gente vive amargada, agobiada con su entorno, molesto con el gobierno -no los culpo- enfadados con la rutina y la vida misma. Cada quien vive encerrado en su propia sombra sin mirar para los lados.
La culpa no la tienen los rojitos o los azules. Se trata de principios que se abandonan. Muchos, le echan la culpa a la situación del país, otros, a las enseñanzas impartidas en casa, algunos, a los maestros y en casos radicales, se señala a la tecnología. Es cierto, que evolucionamos al transcurrir los años. Los pasos agigantados de la tecnología y otras tendencias, nos hacen cambiar maneras de pensar y más. Sin embargo, es injustificable que se pierda el respeto. No existe un manual que nos enseñe a ser mejores personas ¿Qué tan difícil puede ser dar las gracias? Es una palabra facilita y sin complicación verbal. Pedir disculpas cuando tropiezas a otro. Prestar atención cuando te hablan. Ayudar al necesitado. Todo está en nosotros. El tiempo pasa de prisa. Mañana, necesitaremos de la juventud que se viene gestando. Si dejamos de marcar el ejemplo, seremos víctimas de nuestro reflejo.
Si siembras mal, recogerás espinas, pero si haces lo contrario, obtendrás buenos frutos. En la vida, todo se retribuye. Asumamos el compromiso de ser mejores cada día. Más acción y menos verborrea. Dejemos las falsas promesas para los personajes diplomáticos, sin querer, podríamos convertirnos en politiqueros. Hagamos el bien. Seamos generadores de paz y respeto.
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