¡Nos han engañado!

Por Edgar Mancilla 

@FaustEdgar

 

 

 

Históricamente, sobre el tema de la reproducción humana, se nos ha vendido aquello de que “naces, creces, te reproduces y mueres”. Repito ¡Nos han engañado! Y en este escrito pretendo referirme directamente al tema de la Reproducción Humana.

 

Inicialmente, quisiera aclarar que estas letras no pretenden sacralizar a aquellos que deciden no tener hijos, ni acribillar a aquellos que deciden tenerlos (o los tienen accidentalmente).

 

En Venezuela, desde hace más de una década, se vive un exponencial aumento de la tasa de natalidad, que nos coloca entre los países con las tasas más altas del Mundo, en lo que a este tema respecta. Y, desde hace más de tres décadas, se vive con naturalidad el fenómeno “embarazo accidental” ¿Debemos sentirnos orgullos de esto? No, absolutamente no. Y procedo a plantear mis argumentos.

 

Primero, y el más científico-racional, a lo largo de  la historia de la humanidad, los países que muestran notorios avances en cualquiera de las ramas que se pueda pensar, se caracterizan por tener una tasa de natalidad “media- baja” o “baja”, mientras que la población que va desde los 25 a los 45 años la más abundante; ¿Por qué? Sencillo, la población ubicada en estos rangos de edades es “Activa” (coloco comillas para salvar las excepciones), mientras que en los otros renglones, específicamente los menores a esta edad, son una población que no produce un beneficio social sustentable.

 

Bien, con este primer argumento, pretendo llegar a esta conclusión (personal, demás está decirlo): No es que esté mal tener hijos, si no que deberían existir determinados parámetros para tenerlos, tantos psicológicos como económicos. Si analizamos este tema en el contexto ‘Venezuela’, tener un hijo hoy en día es una locura, ni más ni menos. Y resulta peor si eres un veinteañero (o un adolescente), porque te castra la vida, castra sus aspiraciones, metas, sueños, etc. Sin embargo, tampoco se trata de negarle a los otros (los que sí pueden/quieren), gozar de la dicha de ser padres, pero –y quizás suene un poco desorientado de mi parte- en Venezuela, urgen métodos de control para la natalidad, métodos que vayan mucho más allá del condón y “la pastilla”, es necesaria una educación sexual de calidad y obligatoria, sin tabúes, sin clichés de ningún tipo. En simples, y directas palabras.

 

Por otra parte, y siendo un poco más subjetivo (como si no fuese suficiente ya), el ser humano debe determinarse por un principio básico de formación humana. Un principio que trascienda los términos económico-sociales-culturales, que es la formación integral individual. Si le metemos la lupa a individuo venezolano, me atrevo a afirmar que, a lo mucho, 2 de cada 10 personas tiene las condiciones necesarias para asumir la inmensa responsabilidad de criar y cumplir a cabalidad con la crianza de otro ser humano. Es mencionado esto porque, obligatoriamente, deberíamos pensar un poco en que más allá del hecho de que la situación económica sea lo suficientemente buena -o no- como para mantener y formar a un ser humano más, se requiere implantar los métodos adecuados para una práctica sexual consciente, porque no debemos olvidar que el peor de los resultados del acto sexual no es el embarazo, sino la gran cantidad de enfermedades que pueden transmitirse a través de este.

 

Es posible, y puede parecer redundante la forma en que abordo este tema, que la sociedad venezolana ya haya intentado analizar en un sinfín de formas los métodos a emplear para mermar ambos fenómenos (embarazo y enfermedades), pero, jamás es suficiente y debe recurrirse las herramientas pertinentes para atacar tan preocupante y persistente situación. Y acá no cabe liberalismo alguno, porque un embarazo no deseado, muy frecuentemente, deriva en una crianza mediocre, y a nivel social, todos y cada uno de los venezolanos terminamos pagando las consecuencias. Porque, sin pensar demasiado, es más que evidente que la sociedad actual que se presenta en Venezuela, más allá de fanatismos políticos, es producto de crianzas mediocres, carente de valores y del sustrato requerido para generar una sociedad de calidad.

 

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