Del heroísmo de resistir

Por Ivanna Méndez

@IvannaMendezM

 

 

 

Son muchas las publicaciones que leo a diario de personas yéndose o que aspiran a, y no los culpo. Un país que compite por los premios equivocados en escasez, corrupción, inflación e inseguridad. Todos los días un amigo o conocido se nos va.

 

La ciudad se nos va quedando sola, las caras conocidas comienzan a hacer su vida en otra parte e incluso aquellos lugares que albergaban nuestros recuerdos se van quedando irreconocibles. Sin embargo, existen algunos, que por una u otra razón seguimos aquí.

 

Existen personas que nos inspiran. Que de alguna u otra forma logran sacar ese lado de ti que no conocías, ese lado que no conoce el miedo, que te dice que la ciudad en el fondo está hecha de lo mismo que tú.

 

Esas personas que a través de citas de tus autores favoritos logran convencerte de que no hay mejor lugar que este. Que el “mejor  oficio del mundo” continúa siéndolo aún aquí, aunque muchos no lo crean. Que es el momento de dejar de lamentarse, de dejar de mirar las cosas a través de los ojos de la condescendencia.

 

En un momento histórico donde la apatía nos alcanza a todos, especialmente a los jóvenes, quienes en momentos de desespero, acorralados por las situaciones, pensamos en que estamos condenados a nacer y morir bajo una misma maldición. Atrapados en nuestro egoísmo. En la rabia de tener que pagar lo que consideramos consecuencias de las acciones de los que vinieron antes de nosotros. Nuestra vida se ha vuelto un constante mirar con envidia como las cosas más sencillas se han vuelto complicadas o incluso inalcanzables. Regocijándonos en nuestra miseria. Ahogados en el desconocimiento. En la autocompasión. En el no saber que no somos los primeros, ni los últimos a los que nos pasa. A pesar de que esto no lo haga menos lamentable.

 

Sin embargo, todavía en algunos de nosotros existe esa especie de sentimiento de superhéroe caraqueño, que camina con naturalidad por lo que a veces parece una ciudad en ruinas y habla de crímenes sanguinarios como si de cualquier cosa se tratase, caminamos con confianza entre los vendedores ambulantes, los choros, el tráfico, la basura y el agua sucia. Como héroes, sobrevivientes a una de las ciudades más peligrosas del mundo, escondiendo el miedo de las caras que pudieran aprovecharse de eso, una parte de nosotros acostumbrada a vivir en guerra. Esa misma parte que se alegra cuando logra conseguir milagrosamente todo, o casi todo, lo medianamente esencial, luego de recorrer decenas de supermercados y con el mismo nivel de rabia que de satisfacción piensa para si mismo “hoy le he ganado al sistema”.

 

Todo esto sin caer en ese nuevo optimismo pretencioso y absurdo, que incluso en lo malo encuentra el mérito suficiente para ser “el mejor país del mundo”, en aquello que titulan como “viveza” pero que a mi se me ocurren varios adjetivos para nada igual de sutiles para describirla, algo que ha creado una especie de locura colectiva, empeñada por convertir en correcto lo inaceptable.

 

Muchas veces pasa que esa misma persona que te dice “Venezuela es un país para quedarse y resistir” se va. Pero aunque mucho duela, eso no ha de quitar valor a su mensaje.

 

El tema de marcharse es y será siempre un tema delicado, a todos le gusta jugar a echarse la culpa unos a otros, como si nos hiciera falta.

 

De hecho, yo nunca he considerado que el nacer en un país te obligue a soportar las malas decisiones de quienes lo habitan por el simple hecho de que “tiene mujeres bellas, hermosos paisajes y gente chévere”. Decir que las personas deben quedarse sería un abuso de mi parte.

 

Especialmente esta generación se autodenomina constantemente como “ciudadanos del mundo”, insisten en la teoría de que nada los ata a un lugar y que aquello les confiere un punto más de sabiduría o madurez.

 

Recuerdo haber leído alguna vez que ya no existe eso de “morir por tu país”. De quedarse a esperar que las cosas cambien. En realidad todos esperan que si exista gente dispuesta a ello, pero nunca ellos mismos.

 

Todos tenemos razones para irnos o quedarnos. Marcharse es una solución igual de digna y difícil que quedarse. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme ¿Quién salvará tanta “patria” por nosotros? ¿Existirán todavía suficientes personas con ese espíritu de héroe?

 

Hoy aún creo que si.

(Visited 103 times, 1 visits today)

Guayoyo en Letras