Un día viviendo la experiencia TECHO
Por Mónica Duarte
@M0n1k1ta
TECHO es una organización no gubernamental latinoamericana presente en 19 países del continente y caracterizada por la acción directa en comunidades que se encuentran en situación de pobreza. Estas ONG es creada y liderada por jóvenes voluntarios que trabajan en conjunto con los pobladores, incentivando el desarrollo comunitario, el liderazgo juvenil y denunciando la situación en la que viven la comunidades más excluidas.
Nuestro país es mundialmente famoso por sus ranchos de bloque y sus grandes barriadas, pero estos no son más que asentamientos urbanos no planificados. La pobreza extrema va más allá y a veces es complejo entenderla si no se experimenta. Para muchas familias venezolanas una casa no es más que cuatro paredes y una lámina de zinc que cubre sus cabezas, el resto de los servicios son improvisados o descartados. Y es a estas comunidades a las que apunta TECHO en su acción social.
Lo hacen en primera instancia a través de la construcción de viviendas transitorias de madera, pero impulsa un proceso continuo de fortalecimiento en las comunidades, considerando el desarrollo comunitario como eje transversal de sus intervenciones. Buscando apuntar a soluciones definitivas, TECHO comienza a crear programas a largo plazo y proyectos que no sean de infraestructura.
Guayoyo en Letras tuvo la oportunidad de acompañarlos en una de sus jornadas de Catastro, con las que buscan obtener datos georeferenciales de las comunidades y, partir de ellos, poder generar proyectos que permitan el desarrollo de toda la comunidad.
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En El Paredón, Turgua, el sol se deja colar entre la copa de los árboles que proporciona una sombra natural a las casas. El ambiente fresco que se respira se vuelve dulce y ligero al pasar el viento por las ventanitas de cada casa. Los caminos entre una vivienda otra son pendientes de tierra que van guiando a sus habitantes desde la entrada de la comunidad, a lo alto de la fila de Turgua, hasta el entramado de casas que va descendiendo por la montaña hacia el norte. Sin duda, El Paredón es un lugar que no podría verse a lo lejos, sus casas se pierden camufladas entre el verdor que rodea al lugar.
Los habitantes de esta pequeña comunidad exclaman con amor que ese lugar es la felicidad. No hay mejor lugar para criar a sus hijos que no sea respirando aire puro. La tranquilidad que experimentan allí les da una paz en la mirada y en el trato hacia el otro.
Ese día, eran las 9 de la mañana cuando a todos los residentes de El Paredón les tocó recibir a un grupo de jóvenes que no conocían y que llegaron a la puerta de sus hogares para pedir hablar con ellos; haciéndoles preguntas personales y prometiéndoles una mano que pudiese mejorar sus vidas. Pero este hecho, típico de políticos en campaña, no fue visto con recelo ni con desconfianza. Alrededor de 30 familias hicieron lo mismo para recibir a los voluntarios: abrir sus puertas, sus casas y sus vidas para contar con una sonrisa un poquito de su realidad los problemas que enfrentan a diario.
Pero esta comunidad no está exenta de los problemas externos que nos afectan a todos. Los vecinos de El Paredón también han sido víctimas de la inseguridad; hace unos meses robaron los cables que distribuyen la luz en toda la comunidad, tuvieron que esperar una semana para que les repusieran el servicio.
La falta de servicios públicos, centros de salud, espacios de esparcimiento y recreación se juntan con la precariedad de sus viviendas. La mayoría están hechas de bahareque, sus paredes son barro sostenido con palos y sus techos son láminas de zinc. Algunas otras son de concreto y cuentan con pisos hechos y espacios separados, pero las condiciones de vida son muy sencillas.
Sin embargo, la tierra fértil no los abandona. El cultivo les permite sobrevivir, siembran desde maíz hasta cebolla, tienen gallinas, gallos, cerdos, loros, perros y gatos.
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Irene y Victoriana son hermanas y vecinas. Viven en las primeras casas de El Paredón y tienen un par de perros que viven con ellas. Irene es peluquera y trabaja en el Hatillo. Se levanta temprano para ir a trabajar, tarda dos horas entre caminar y tomar autobuses para poder llegar a su empleo. Victoriana en cambio no trabaja, quedó discapacitada luego de un accidente automovilístico con su esposo, él la mantiene con su trabajo, pero para poder hacerlo debe vivir en Caracas y solo pasa los fines de semana con su esposa y su hijo.
Unas casas más abajo vive Ciprino, un hombre mayor y sonriente que se dedica a cultivar maíz en el conuco. Dice vivir muy feliz y tranquilo, no tiene número de teléfono y ni televisor. Y, como la mayoría de los habitantes de El Paredón, tampoco tiene servicio de agua directo, para beber y cocinar hierbe agua de lluvia o va a casa de los vecinos a pedir un poquito prestado, ellos obtienen agua una vez a la semana al surtirse de “Mano amiga” un colegio cercano donde estudian muchos de los niños de la zona.
Más cerca de este colegio está la casa de Nuria Ballestero, quien se acaba de mudar de vuelta de Cumaná. Nuria se crió en el paredón hace 30 años pero se mudó, hace unos meses llegó de vuelta con sus dos hijos pequeños para que crezcan como ella. “Allá donde vivíamos los muchachos estaban en un mal ambiente, y no me gustan sus amigos, aquí en cambio es más tranquila la vida”.
Los habitantes de Turgua no dejan de alagar la paz del lugar, es su mayor riqueza, pero todos aseguran desear más integración entre sus vecinos, más espacios para que los niños jueguen y lugares donde reunirse y poder trabajar como una comunidad unida.
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El Paredón, en la Fila de Turgua, El Hatillo, es una de las comunidades que están siendo encuestadas por Techo Venezuela para programar una serie de trabajos que permitan mejorar la calidad de vida de todas estas personas.
Una de las facetas más interesantes del modelo de intervención de organizaciones como TECHO es su una visión no de ayuda y asistencialismo sino de empoderamiento. Dar una oportunidad de superación a quien nunca tuvo una.
En Turgua se está llevando a cabo un programa que permita que las 21 comunidades de la Fila puedan servir de surtidores de materia prima a los restaurantes de zonas cercanas como el pueblo de El Hatillo. Gracias a la riqueza de sus tierras, el sustento de muchos de los vecinos depende directamente de la siembra y poder establecer una conexión directa y continua con clientes grandes puede aumentar sus ingresos y calidad de vida.
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Si te gustaría ser parte de TECHO, puedes acceder a su página oficial e inscribirte en sus próximas actividades de voluntariado, o colaborar directamente con tu donación o empresa: www.techo.org/venezuela
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