El Club: una realidad difícil de esconder
Por Sabrina Tortora
@SabrinaTF85
El Club (2015) es una película incómoda que nos hace sentir cada vez peor a medida que se va desarrollando. Y no es para menos, pues el tema que plantea es espinoso y pesado, lo que la hace densa y lenta. No por ello es aburrida, pues desde su comienzo resulta tan inquietante, que es imposible no sentir curiosidad por el misterio que esconde cada uno de sus personajes.
De hecho, todo gira alrededor del secreto de sus protagonistas. Un grupo de cuatro padres y una monja, a los que no se les permite ejercer su oficio por delitos cometidos en su pasado, son confinados en una casa de retiro en un recóndito pueblo frente al mar en Chile. La llegada de un nuevo padre desencadena una serie de eventos que ponen al descubierto toda aquella información sobre los protagonistas, que ellos con tanto empeño han tratado de ocultar.
Y así, la película pone sobre la mesa el tema de la pederastia y otros crímenes cometidos por religiosos, que lejos de ser juzgados por el Estado, pasan por debajo de la mesa por voluntad de la propia Iglesia. La moral, según la cual sus miembros deben tener una vida santa, choca con la corrupción netamente humana, que conviene no mostrar para el bien de esta institución.
Este es el quinto film del director Pablo Larraín, quien como dato curioso recibió su educación en colegios católicos, por lo que el tema le interesa de cerca. Dice haber conocido curas muy rectos, otros que ahora están en prisión, y luego esta tercera categoría de “desaparecidos” que despertaron su curiosidad. Afirmó que para investigar sobre el tema tuvo que recurrir a entrevistar a antiguos sacerdotes y personas del clero, pues obviamente era muy difícil encontrar información oficial. Descubrió que en Estados Unidos fue fundada una congregación internacional llamada “Los Siervos del Paráclito”, que desde hace 60 años se ocupa de estos casos, así como de otros que no implican el haber cometido algún delito.
Llama la atención el planteamiento que propone uno de los personajes principales en esta cinta, un cura que llega a la casa de retiro para investigar a sus integrantes. Él dice representar “una nueva Iglesia”, y su comportamiento a lo largo de la película pareciera ser un guiño por parte del director sobre cómo ve que se manejan estos asuntos con el Papa actual.
El Club, está ambientada en un paisaje de mar que, si bien transmite tranquilidad, resulta ser aplastante. Los planos, siempre grises y lentos, están llenos de una niebla que impide ver con claridad, así como sus personajes intentan constantemente no mostrarse tal como son. La cámara, en ocasiones fuera de foco, resalta lo ofuscado de algunos diálogos. La música, clásica y sacra, confiere un cierto efecto hipnótico que atrapa nuestra atención. Todos estos elementos contribuyen a crear una atmósfera perturbadora que no le da tregua al espectador.
Son parte del elenco Antonia Zegers (también esposa de Larraín), Alfredo Castro, Roberto Farías, Jaime Vadell, Alejandro Goic y Alejandro Sieveking. Con la mayoría de ellos Larraín ya había trabajado antes, por lo que construyó los personajes a su medida. La calidad interpretativa es alta, así como los personajes están bien definidos. Su soledad y su negación al arrepentimiento les dan dimensión.
La crítica ha defendido esta pieza. Puede que sea por la actualidad de su tema, o por la honesta crueldad con la que lo relata, además, sin mostrar casi nada. Se suma la peculiaridad de tener claros toques de humor negro, que se mezclan con el drama, no para aligerarlo, pero sí para darle ritmo. El Club ha ganado cinco premios internacionales, entre los cuales destaca el “Gran Premio del Jurado” del Berlin International Film Festival este año. Vale la pena verla, pues si se tiene estómago, pretende abrirnos los ojos sobre una realidad que a veces preferimos no ver.