Pongámosle la firma y enmendemos

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Quizá les parezca bonito. Quizá sientan que esa fórmula es perfecta para captar seguidores y cultivar en la población el germen de lo que alguna vez podrían ser votos. Quizá sientan que su propia lucha, su cuenta personal, comienza a elevarse, porque proponen una firma o cuatro millones, porque reconocieron que es posible enmendar, o mejor, arrancar desde cero.

Sacan cuentas y juegan adelantado. Proyectan, y eso es válido. El detalle está en que esas proyecciones, no parecen de estadista, sino de aquellos que cuentan los pollos sin que se haya roto el cascarón.

Y mientras tanto, se vuelven a crear expectativas imposibles de satisfacer. Mientras tanto las penurias se duplican. Mientras tanto la incertidumbre se viste de barra brava y de orden de suspensión del debate trascendental. Mientras tanto se convoca a una marcha, que deja buen sabor, hasta que la escasez hace retomar el sabor amargo.

Las preces, como desde los tiempos de Israel, claman por un Mesías. Y lo peor es que algunos se sienten como el ungido, sin haber comprendido porqué se escribió sobre la voz que clama en el desierto.

Persiguen firmas y votos, mientras que el país está ansioso por comida, medicinas y seguridad.

No hay quien hable de lo duro que se avecina, no hay que insufle el ánimo para enfrentar con coraje, disciplina y decisión el trayecto que nos espera. No hay quien asome que el dulce de lechoza no se entrega a la salida, sino que se podrá probar solo después de haber sufrido.

Conste que quienes creen que ya es suficiente y que llegamos al llegadero, no han entendido absolutamente nada de lo que ocurre.

La renuncia, el revocatorio, la enmienda o la constituyente no son más que pasos iniciales de un proceso largo y tortuoso, que amerita bastante más que los cálculos de aquellos que ya se ven en campaña, o peor, sentados en la silla del poder.

Ponerse de acuerdo es vital para las aspiraciones puntales de los que pueden llegar a ser auténticos referentes en la vida política del país, pero sobre todo para los 30 millones de venezolanos que padecen la angustia de la incertidumbre real y punzante de la carestía en los anaqueles, y también la que se evidencia desde el absurdo de las pataletas politiqueras.

Lo bonito, la fórmula perfecta, es encontrar lo coincidente, no para demostrar quien tuvo la razón desde el primer día, sino para afirmar, que fue posible el consenso para definir al país que nos merecemos. A eso, pongámosle la firma y enmendemos.

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