Pulso sin dimensión

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Se evalúan escenarios, pero da la impresión de que ninguno se detiene a comprender la dimensión.

El país político sostiene un pulso feroz respecto al poder que creen detentar. Así se plantean decretos de excepción o emergencia, se deja sin efecto la designación de magistrados, se revocan disposiciones sobre la conformación política del territorio y las competencias de sus autoridades y se dictan sentencias verbales respecto a lo que algunos sectores entienden por diálogo, y otros por mandatos constitucionales.

El país abstemio de esa borrachera politiquera –que no política- sufre sin distingo las consecuencias de aquel pulso inverosímil, que solo intenta medir quién tiene mayor capacidad de hablarse al ombligo, sin poder ofrecer ni un ápice de posibilidad de solución.

La impotencia cede y se desatan vestigios de un país anárquico, sin razón, presa del desespero, la angustia, la desesperanza. La calle pierde su esencia reivindicativa, y se muestra como escenario de miseria, frustración, rabia, desconsuelo.

No hay un solo paso en firme hacia el avance. Cada minuto suma una lesión adicional a la vida del país, entendida esta desde la perspectiva de la institucionalidad democrática, o desde lo sencillo del cónclave familiar alrededor de la mesa vacía.

Los escenarios están servidos, sin medir el alcance de la situación. Los estrategas se la están jugando por los caminos de la democracia en déficit, por los bajones de una coyuntura desfavorable. Quieren ser sordos y ciegos frente al drama –ya muchas veces vivido- que da origen a los perdonavidas, a los caudillos, a los desconocidos que aprovechan el río revuelto para pescar.

El país, perdido en las sombras, no tiene ni tiempo ni espacio –ni dinero- para seguirle el juego a los eternos candidatos, a las víctimas del sabotaje, a los guerrilleros de la economía, a los propulsores del diálogo estéril, a los corajudos del teclado, a los analistas inmaculados.

El país, perdido en sus sombras, se subirá al tren del ganador; y ese tren no tiene guía conocida, porque los conocidos están hoy en pleno pulso, calculando políticamente cada paso dado, con base en las ecuaciones surgidas de las ingentes cantidades de pollos sin nacer que llevan en sus cuentas.

Cada quien sigue en su propio pulso, con el brazo destrozado, porque la fuerza –como tantas veces- solo sirve para hacer daño, incluso a aquellos, que se consideran ganadores. Y esto pasa, porque no se evalúa la dimensión de las acciones ni sus consecuencias.

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