Irrational Man: un thriller a lo Woody Allen
Si un amigo aficionado a la escritura de guiones nos dijera que quiere escribir una historia cuyo protagonista es un hombre de mediana edad en plena crisis existencial, seguramente le pondríamos un montón de peros al asunto. No hay nada más difícil que mostrar en imágenes un conflicto interno, y más aún uno de naturaleza filosófica. Pero si el amigo se transforma en Woody Allen, el resultado está prácticamente asegurado.
Por supuesto que para contarlo hace uso del recurso de la voz en off y también de los diálogos para desarrollar temas tan complejos como la moralidad y el propósito de la existencia humana. Pero también se apoya en imágenes que resultan tener una tensión dramática muy fuerte. Esto se debe a que la trama está muy bien sustentada.
Una sólida estructura del guión y unos personajes principales bastante arquetípicos son la base para un inesperado thriller con momentos de suspenso muy bien logrados (al mejor estilo de Hitchcock). Y lo mejor de todo es, que aunque éste sea uno de sus pocos largometrajes dramáticos –se habla de que es la tercera entrega de una trilogía conformada por Delitos y faltas (1989) y Match Point (2005)- no deja de lado el tono humorístico que caracteriza casi toda su obra.
Así, nos sorprendemos a nosotros mismos riendo ante situaciones crueles, y en ocasiones, no terminamos de sentir del todo empatía por el drama de cada personaje. Puede que la música, que tiene un marcado tono de comedia y no abandona la película ni por un momento, colabore con esta atmósfera un tanto ambigua entre ambos géneros cinematográficos que no termina de molestar.
La historia finalmente nos atrapa, y dependiendo de la forma de pensar de cada espectador, se podrá tomar partido por estar a favor o en contra de la tesis planteada por el protagonista. Se diferirá o no del tema principal, pero el hecho es que la conclusión del director resulta más que clara.
Es así inevitable no disfrutar de una de sus películas “serias”, ya que nos tiene acostumbrados a su entrega anual que resulta ser entretenida, pero no siempre magistral. Aunque ni siquiera de esto se le puede culpar, ya que el neoyorquino no se propone –como él mismo no se cansa de repetir en sus entrevistas- hacer películas de culto. En su humildad, llega a afirmar que su obra no le llega ni a los talones a la de eminencias cinematográficas como Bergman u otros de su talla. Pero es justamente su humildad y su incansable trabajo las que hacen que se puedan narrar historia tan honestas y personales como lo es Irrational Man.
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