Edgar y Edith dos pájaros en el cielo de octubre

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Cualquiera habría jurado que la habitación estaba desierta, el sordo traqueteo de las manecillas del reloj era el único sonido que irrumpía en la desolada quietud de aquel cuarto. Las campanas resuenan una tras otra anunciado la media noche, cuando él levanta la vista y su cansado semblante brilla a la luz de las mortecinas velas.

Rebusca entre sus cosas una  botella de absenta, vacía la primera copa de un trago y se apresura a sustituirla. Gritos de pena y angustia, fueron ahogados en el fondo su garganta por aquel licor verde como el veneno. Tenía tres años cuando la tuberculosis se llevó a su madre, desde ese momento la pérdida y la fatalidad se instalarían de manera permanente en la vida de Edgar. A estas alturas, aceptaba a la muerte como  una vieja amiga. El alcohol nunca le sentó bien pero bebía de todos modos. La oscuridad y la inconsciencia no tardarían en llegar.

Ella nació en la Ciudad Luz,  un diciembre de 1915 más de cien años la separan   del autor de  los crímenes de la Rue Morgue ¡cosa insignificante! ¿Virtudes y miserias humanas no son siempre las mismas a lo largo de los siglos?

Su madre una cantante ambulante, la dejó al cuidado de su abuela; la vieja era aficionada al vino y la alimentaba con el: “Pone fuerte y mata a los gusanos del cuerpo”. Y Allí estaba ella, harapienta y sepultada bajo una nutrida costra de suciedad, delgaducha y medio borracha ¡pero sin un solo parasito!

Louis Gassion, un acróbata llamado a combatir en la Primera Guerra Mundial, juzgó conveniente encontrar  un lugar más seguro para su hija, así que la pequeña Edith Giovanna Gassion, va a vivir a la casa de su abuela paterna: un burdel en Normandia.

Las muchachas de aquella casa la mimaron  igual que a una hija. Bañada y vestida como una muñeca, Edith creció entre meretrices que fuera de las horas de trabajo eran una dulce compañía. Caminaba por la casa con las manos extendidas, en ellas encontró a los ojos que unas cataratas tempranas habían cegado, las mismas hermosas manos que años más tarde se convertirían en su sello distintivo.

Con fluido y certero movimiento,  descargó el hacha contra todos los muebles de madera, luego la dejó a un lado. Un dolor punzante le palpitaba en la cabeza. Edgar  respira hondo, su mirada se pasea por la caótica habitación: botellas vacías, cristales rotos, una  baraja de póker  desparramada sobre la mesa.

Hermosas y espectrales doncellas lo miran tiernamente desde los muros, pintadas con esmero por la misma mano que les dio vidas de  tinta y  papel. En ellas evocó a sus bien amadas: Elizabeth Arnold y Francés Allan, ambas figuras amorosas y maternales: recuerdo doloroso y presencia consoladora.

Hacia frio, juntó los trozos de madera despedaza y encendió con ellos la lumbre, con sus progenitores era otro cantar, pensó amargamente mientras contemplaba las llamas. Aunque llevaba el apellido Poe, de su padre Biológico no conocía  más que el nombre: David. John Allan, le dio la educación refinada de un caballero sureño, pero ahora mostraba su cara más severa, negándose a solventar las numerosas deudas de su hijo adoptivo.

Un par de semanas atrás, llegó a la Universidad de Richmond con poquísimo Dinero.  Desesperado  por ganar algo más, Edgar Allan se hizo un jugador, hoy no tenía un solo centavo, únicamente su imaginación como el más preciado de los bienes. En el armario guardaba un uniforme azul, se enlistaría  en el ejército para huir de sus acreedores. No tardó en renunciar a la vida militar,  no obstante sus primeros poemarios surgieron de esa experiencia.

París convertida en el más grande de los escenarios, Momone hacia circular una boina entre la gente, una moneda y luego otra caían en el improvisado cesto mientras Edith, su medio hermana cantaba a con fuerza tal que su voz se alzaba por encima de los ruidos de la calle:

-Somos las chicas de la miseria,

 vagabundas que se van

sin una moneda en el bolsillo. 

Trescientos francos cada noche, gastaban cada centavo para empezar de nuevo el día siguiente, en avenidas concurridas y tugurios  cochambrosos. Cada día una historia diferente; “hoy cantamos para un policía y evitamos una multa”, “se lo juro señor agente nuestros padres son ricos cantamos por diversión”, “preguntábamos a la gente ¿dónde está la comisaria? Y corríamos a cantar en la dirección contraria.  

Los aplausos resonaron al final de la canción, solo que ya no estaba cantando sobre callejuelas empedradas sino sobre  un escenario real con un nombre nuevo. ¡Señoras y señores les presento a  la Mome Piaf!

-¡Hipócritas!  -exclamaba sentado ante  el cúmulo de documentos en desorden: periódicos y revistas en las que él colaboraba, cartas de amigos y detractores, artículos que lo condenaban, poemarios y cuentos grotescos. Él era un editor respetable, incluso temido. El hacha le llamaban, sus críticas eran afiladas pero no conseguía vivir de sus escritos ¡querían ridiculizarlo al igual que su padrastro! Allan murió sin querer recibirlo, no le dejó un solo centavo y el dinero comenzaba a ser un problema.

A pesar de todo, las horas en casa eran felices al lado de Virginia. Contrajeron nupcias en septiembre, corría el año de 1835. Con 26 años, Poe doblaba la edad de su prometida. Mediante un documento falso se atribuyó a la joven Virginia Clemm la edad de 21 años y la unión se consumó. Edgar le  profesaba un sincero afecto a su joven esposa.

Era un agradable día estival, Virginia Retozaba por la pradera y su esposo le daba caza. Con un veloz movimiento consiguió tomarla del brazo, acto seguido rasgó el aire el sonido de costuras que se rompían.

_ ¡Oh Eddie mira tú pantalón!

No necesitó verlo para saber que estaba  roto, su rostro enrojeció violentamente, Virginia reía con sus oscuros rizos brillando al sol.

Cuando me toma en sus brazos

me habla  en voz baja y

Veo la vida en rosa… 

Edith Piaf era una mujer menuda, cuando salía a escena vestía siempre de negro, un crucifijo plateado adornaba su cuello. Se sujetaba la cintura  con firmeza, acariciaba el aire seduciendo al público. Usaba las manos como una prolongación de su voz, moviéndolas cadenciosas al ritmo de la melodía.

Terminó la canción con un perfecto vibratto. En medio de la calurosa ovación buscó con la mirada a un Caballero sentado en el ´público: Marcel Cerdan, famoso boxeador y el más trágico  amor de Madame Piaf, él sonrió y le guiñó un ojo. Horas más tardes, subían discretamente por la escalera de incendios de un lujoso hotel.

Era 1948, estaba de gira por Nueva York. Su carrera en pleno apogeo, al igual que el affaire con un hombre, cuyo único defecto era la alianza que llevaba en el dedo. No le importaba demasiado, pero jamás seria completamente suyo…

Pasaban una agradable velada en el salón, su esposa  tocaba la flauta, Poe la escuchaba con el gato sobre su regazo. El animal ronroneaba alegre mientras deslizaba sus manos por su pelaje oscuro.

La  música se detuvo, Virginia se dobló presa de un violento acceso de tos, su esposo se apresuró en su ayuda, ella cubrió se cubrió la boca. Los espasmos cesaron, algo rojo brillaba en su mano…

Edgar palideció al contemplar la sangre. La habitación entera estaba ahora teñida de un intenso color carmesí. Volvía a tener  3 años y se hallaba  en la cabecera de su madre, era un poco mayor y lloraba la muerte de Francés. Dos de las mujeres que más había amado se habían ido para siempre y aquella era la señal:

“la «Muerte Roja» había devastado la región. Jamás pestilencia alguna fue tan fatal y espantosa. Su avatar era la sangre, el color y el horror de la sangre”.

De nuevo las botellas se convirtieron en su refugio  para evadir la enfermedad de su esposa.  Se aferraba a la pluma para mantener la cordura. Entre 1842 y 1847 escribió muchos relatos con el flagelo de la culpa como tema central; la máscara de la muerte roja, (1842), los crímenes de la Rue Morgue,  a Virginia le dedicó los poemas El Cuervo (1845) y Annabel Lee.

-¡Si no canto ya estoy muerta!- Gritó furiosa, desde afuera llegaban los susurros y los ecos, la preocupación y el morbo, ante su insistencia no había nadie capaz de ceder. Una nueva dosis de morfina, se acomodó el vestido y volvió a salir.

Estaba de vuelta, caminó más encorvada que de costumbre, con altanería le indicó a la banda el nombre de la canción y encaró al público que la recibía con furor:

-Padam, Padam, llega corriendo tras de mi

Padam  Padam este aire que viene y que va,

Padam Pad…

Y en una nota entrecortada Edith Piaf se desvaneció una segunda vez, la música era como un fuego que empezaba a  consumirla.

¡Marcel había muerto volando en un avión para verla! ¡Ella lo había matado!  Volvió a cantar en la calle con su hermana Simone. Beber con las prostitutas y acostarse con cualquiera: uno dos ¡diez Hombres!…

Se cortó el labio afeitándose el bigote, tenía que cambiar su aspecto, lo perseguían ¡iban a matarlo! El hombre corrió como alma que lleva el diablo.  Se refugió en un bar, bebió y vislumbró la fecha en un periódico, era el 3 de Octubre. Al despertar días más tarde, recordaría vagamente, el ruido de una botella al romperse y nada más…

En la oscuridad de su inconsciencia  poeta y  Cuervo volvieron a encontrarse;

-“Profeta pájaro o demonio, dile a esta alma atormentada, si una vez mi alma en el Edén, tendré en mis brazos a una doncella llamada Leonore. Y el cuervo dijo: ¡Nunca más!”

Poe despertó en una clínica de Baltimore el 5 de octubre de 1847. Llevaba dos días en coma: ¡Que Dios ayude a mi pobre alma! fueron sus últimas palabras.

A sus 45 años Edith Piaf parecía tener más edad, había Sobrevivido la enfermedad y el hastió; El reumatismo, dos accidentes de tránsito, males hepáticos… resistido los embates de la droga y la desintoxicación además del dolor de perder  a sus seres amados.

La diva lució satisfecha y radiante al volver al Olympia, club parisino que en 1961 se encontraba al borde de la quiebra. Con Non, je ne regrette rien, no solo salvó el CabaretPiaf le dijo al mundo que no lamentaba haber vivido como lo había hecho.

Edith recuperó la vista en el Ocaso del día de San Luis de 1921. El recuerdo de sus correrías callejeras con Simone, De la calle al cabaret y del cabaret al Salón. ¡El bueno de papá Leplée! su mentor le dio una nueva identidad. París la conoció como La chica Piaf y el mundo como el gorrión de París…

Transitando por el recuerdo, Edith Piaf se encomendó a Santa Teresa una última vez: “he sido imprudente Momone, pero lo volvería a hacer” Tras estas palabras Murió la noche del 10 de octubre de 1963, en compañía de su medio hermana Simone Berteu y su segundo Marido el cantante  Theo Sarapo.

Poe y Piaf, fueron dos artistas atormentados que dejaron la tierra un día de octubre. Convertidos en pájaros estos  personajes de diferentes tiempos se encontraron en el cielo: “No me arrepiento de nada” trinó el Gorrión, y por toda respuesta el cuervo graznó: ¡Nunca más!

Kevin Melean
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