El fanatismo como arma de destrucción masiva

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Amigo civil, he de suponer que no es primera vez en su vida que escucha la frase con la que he titulado este escrito. El fanatismo, a lo largo de los siglos, ha significado la mengua de cientos de civilizaciones, religiones, grupos sociales y cualquier tipo de organizaciones en las que se establece; borrando todo vestigio de progresos y adelantos tecnológicos. No por nada el célebre científico y gurú de la teoría de la relatividad, Albert Einstein comentó alguna vez “No sé cómo será la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con piedras y palos”, haciendo referencia al poder de destrucción masivo que ha ganado el hombre a lo largo de los años, y el fanatismo con el que deben desenvolverse sus tropas para arrasar con todo aquello que le adversa.

El fanatismo podemos observarlo en todos lados: desde religiones hasta equipos deportivos. Es una fuerza descomunal capaz de arrastrar grandes masas y moverlas a gusto personal. En el libro “El Arte de la Guerra” de Sun Tzu, en una de las premisas para lograr ser un experto en artes marciales (o en cualquier actividad en la que se que requiera utilizar la estrategia), hay que identificar a las tropas con unos colores y un emblema, para que estas tengan algo por que mantenerse en pie de lucha.

Aquellos que hacen nacer el fanatismo en sus tropas, tienen una victoria casi segura, pero siempre tendrán el miedo a que sus tropas vacilen. Para evitar esto, el estratega debe coordinar muy bien, junto a sus generales, todos los comandos que deben llegarle a las tropas; sin que los generales evadan ningún mandato, ni demuestren vacilación en sus órdenes. Mantener a los soldados contentos, a pesar de perder unas cuantas batallas, los mantiene unidos y esperanzados para ganar la guerra.

Este sentimiento nocivo se ha enquistado en lo más profundo de las entrañas de la sociedad, haciéndose presente en el día a día de todos los ciudadanos mundiales. Hasta los políticos, que son servidores públicos, han adoptado esta mala práctica para perpetuarse con el poder de cada región y así llevar sus planes, so pena de la desaprobación de los ciudadanos y el daño que estos reciben por las malas políticas públicas de los servidores inescrupulosos.

Los católicos asesinaron miles de personas durante las cruzadas. ¿Tenían estos doctrinas, emblemas y colores? Por supuesto. Un estratega culto, La Biblia (interpretada a su gusto), la cruz y las armas fueron piezas suficientes para implantar el odio a un ejército famélico de educación que crecía cada día más, que encontró en esta doctrina un camino para la “victoria”, sin importar el arrase de ciudades, el asesinato de mujeres, hombres y niños por motivos tan fútiles como el de “ser rebelde”.

El islam tampoco escapa de los líderes corruptos, que conociendo como manejar masas y dirigir pelotones, implantan en el pueblo una doctrina que los convierte en zombis prestos a defender ideales y proyectos ajenos, alejándose de la justicia social como premisa principal y acercando estas masas al borde de guerras civiles y estados de conmoción interna en donde los más pobres son quienes sufren lo peor.

Ni hablar de los sacrificios humanos y animales que exigen algunas variantes de la Santería, diseñados para “evolucionar” dentro de ciertos escalafones “imaginarios” en dicha religión, que terminan convirtiendo a los creyentes en asesinos, reviviendo al mismo tiempo instintos primitivos del hombre que la convivencia en sociedad bajo el imperio de las leyes han podido acallar.

Con esto no trato de alegar que las religiones son malas. Al contrario. Si son dictadas con fines puramente altruistas, el mundo podría convivir dentro del respeto y la tolerancia por las culturas extranjeras. Hay dogmas en las religiones que enfocan a los sujetos creyentes a vivir una vida plena sin violar los derechos elementales ajenos. En el catolicismo, está prohibido robar, asesinar, desear a la mujer del prójimo, decir mentiras, entre otros preceptos, que se han convertido en fundamento legal de casi todos los ordenamientos jurídicos mundiales. Bien cabe decir que tales preceptos constituyen normas elementales para el sano vivir entre todas las personas que los acatan, pudiendo convertir este mundo en un lugar más sano y libre de violencia.

El problema reside en las iglesias en donde se “difunden” las religiones, en donde el pecador va a ser “indultado” por sus pecados con tan solo par de penitencias a discreción del sacerdote de turno, quien resulta ser un hombre común, con virtudes y defectos como todos, adoctrinado por un dogma que ha perdido solemnidad por haber mutado desde su génesis y no conservar las palabras incólumes del supuesto “creador”.

Igual funciona con los equipos deportivos. Crean una matriz en donde fanatizan a sus seguidores, y estos terminan insultando, vejando y hasta golpeando a los seguidores de equipos adversarios. La violencia deportiva es pan de cada día en países como Italia y España, y otros del cono Sur como Argentina, Uruguay, Chile y demás. Esta práctica es insana, y debería estar prohibida por el derecho internacional público al ser detonante de otros males como el racismo y la xenofobia.

Todo aquello que inspire fanatismo debe ser tratado con cuidado y observado con atención. No podemos seguir cometiendo, como sociedad, los mismos errores que nos han retrasado en la evolución. En caso contrario, estamos condenados a seguir fallando en nuestro propio detrimento. Somos la única raza animal conocida que raciona, así como también la única raza animal que le hace daño a sus semejantes sin ninguna motivación.

Recordemos esta lapidaria frase de Voltaire “Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro la enfermedad es casi incurable”. El sentimiento que despierta el fanatismo es sumamente peligroso, tanto que ni siquiera el mismo fanático puede detenerlo, puesto que revive actitudes instintivas violentas que el humano ha ido aplacando con el paso del tiempo. Lo peor de esto es que, después de cometer un acto de impulsividad dirigido por el fanatismo, quien lo cometió se sentirá arrepentido, pero ya será demasiado tarde.

Ya basta de seguir jugando el peor papel. Siendo tontos útiles de organizaciones que buscan manejarnos de forma masiva, y no nos dan el trato individual que merecemos como ciudadanos. Hoy podemos cambiar, ¿quieres comenzar?

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Guayoyo en Letras